viernes, 17 de noviembre de 2017

Capítulo Veinticinco: HUÍDA AL LÍMITE (Parte 1)



HUÍDA AL LÍMITE


Acabó de hablar con David, el otro responsable del Osiris y recogió varias cosas de la nave. Con una sonrisa, abrió un armarito de su habitación y se metió unas cuantas velitas aromáticas en el bolsillo de la chaqueta. Le prepararía a Mónica una agradable sorpresa y pasarían la noche el uno en los brazos del otro.

Bajó por la rampa ventral y, estaba a punto de tocar el suelo del hangar, cuando una extraña conmoción recorrió su cuerpo. Una potente vibración inexplicable hizo temblar todo su organismo, mareándolo. Una desconcertante sensación que parecía emerger desde lo más hondo de su ser en oleadas. No se parecía absolutamente a nada que hubiese experimentado antes.

En ese momento se sumó una segunda vibración. Ésta sí la reconoció, pues la sentía en los pies. El suelo del Nodo Cuatro temblaba.

Y entonces llegó el estruendo de una explosión terrible, junto a un potente destello de luz blanco violácea que iluminó toda la planta superior.

La onda expansiva sacudió todo el hangar, mientras piezas de equipamiento, materiales, personal y vehículos ligeros eran arrastrados sin contemplaciones. Incluso la Elcano se movió un par de metros sobre sus trenes de aterrizaje, arañando con un chirrido el suelo metálico. A duras penas pudo agarrarse a uno de los puntales de la rampa.

Diversas explosiones lejanas y ruidos ahogados de derrumbes le confirmaron que algo muy grave acababa de pasar en algún lugar de allí arriba, no muy lejos del hangar. Tan grave como para sacudir una estructura de cientos de millones de toneladas. La iluminación principal se apagó y se activó la de emergencia. Había cortocircuitos y conatos de incendio por todas partes. Muchísima gente corría de un lado para otro, tratando de poner orden y sofocar los fuegos.

La extraña sensación remitió tan rápido como vino. Varias columnas de humo y polvo salían de los niveles superiores, de la zona de las Oficinas Centrales. Una garra helada de aprensión recorrió su columna.

"Las chicas están en esa zona"

Sin pensarlo, saltó como un resorte y salió corriendo hacia el elevador. Cuando llegó ahogó un rugido de impotencia. Los elevadores no funcionaban.

No sería algo tan nimio lo que lo detuviese.

Iba a subir corriendo la escalera lateral, cuando tuvo una idea.

Regresó a la Elcano y apenas dos minutos después salía caminando pesadamente, enfundado en un ST-99.

La amplificación de fuerza del traje podría serle muy útil si se encontraba el desastre que imaginaba. Le seguía llegando el estruendo lejano de varios derrumbes, con el inconfundible tañido del metal contra el metal.

Puesto que la gravedad del Anillo no era artificial, sino que era el resultado de la atracción del propio planeta bajo sus pies[1], la explosión no había afectado al comportamiento de las cosas y no había nada flotando. Pero eso significaba que los propulsores del traje no podrían subirle hasta el nivel de las Oficinas Centrales.

Activó el sistema de amplificación de fuerza y corrió hacia una de las plataformas de carga de repulsión, que había sido arrastrada por la onda expansiva hasta allí cerca. Parecía en buen estado. Manipuló los controles y el vehículo flotó a pocos centímetros del suelo. Cambió el modo de operación de los repulsores y la plataforma ascendió sin problemas, hasta alcanzar el balcón de observación en el que un rato antes Mónica y Alexia habían estado contemplando el hangar.

Se bajó de un salto y corrió. Pero no tenía la menor idea de dónde podrían estar ellas. Presa de una ansiedad creciente, se forzó a calmarse. Cerró los ojos y empezó a respirar cada vez más tranquilamente.

"Despacio. Piensa. Siente. Equilibrio. Tranquilo…"

Era más fácil decirlo que hacerlo, pero su entrenamiento de años se impuso y logró centrarse.

"Iban a ver a Illu, a su despacho privado, por detrás de las Oficinas", razonó.

Buscó en su ordenador del brazo. Él no tenía el mapa que el meggio de mantenimiento había dado a Mónica, pero eso no era problema. Li hacía mucho tiempo que había instalado una aplicación de rastreo en los ordenadores profesionales de toda la tripulación. Por supuesto, todos lo sabían. Era lo más lógico, dado el riesgo de su profesión. Ante cualquier emergencia, sería fácil encontrar a cualquiera de ellos, siempre que estuviesen dentro del alcance y lo llevasen puesto.

No recibió respuesta del ordenador de Mónica.

O no lo llevaba puesto encima... o estaba destruido.

Un nudo de aprensión atenazó su estómago.

Decidió usar la última carta. Una aplicación secreta que él mismo había diseñado y que nadie sabía que existía. Li confiaba en su propia integridad para no caer en prácticas desleales con sus compañeros, ni con su mujer. Pero era eminentemente práctico y un obsesionado de la seguridad, así que había tomado determinadas decisiones.

Pulsó una serie de comandos en su ordenador y el dispositivo, alimentado por las baterías del traje, emitió una potente señal de radio focalizada. Li fue moviendo lentamente el brazo en un arco, barriendo las instalaciones ante sí. La señal de multifrecuencia podía penetrar muy adentro a través de paredes y espacios.

Enseguida recibió una señal de respuesta. Fue muy breve, apenas un impulso. Tal y como esperaba, emitirlo habría agotado completamente la batería del ordenador de Mónica. Pero sería suficiente. Un solo pulso no servía para triangular la posición, pero sí para establecer una dirección. Y, estimando la atenuación de la señal, Li era perfectamente capaz de calcular dónde estaría el ordenador, con muy poco margen de error.

Sobrepuso el mapa del Nodo a la señal y, pocos segundos después salió corriendo por el pasillo de su derecha, con una idea muy clara de dónde se encontraba Mónica…. O, al menos, su ordenador.

Se cruzó con mucha gente. Numerosas personas estaban heridas de diversa consideración y todos huían más o menos del lugar al que él iba.

Paró una vez a levantar una viga que había caído sobre una menuda mujer meggia. El traje le permitió hacerlo sin grandes esfuerzos. La mujer estaba aturdida y sus heridas no parecían graves.

—Muchas gracias—le dijo un meggio, lloroso.
—De nada. Disculpe, ¿no habrá visto por casualidad a una mujer humana alta y morena, con traje de vuelo, acompañada por una niña pequeña? Son mi mujer y mi hija y no las encuentro—preguntó Li.
—No. Lo siento. Aquí sólo había meggios y tres vianhios ancianos. Nosotros somos los últimos de esta sección—respondió él, compungido.
—¿Alta y morena, con una niña?—preguntó otro. —Creo haber visto a una mujer así que se dirigía a la oficina privada del Responsable del Nodo.
—¡Sí, esa es! Iba a verle para comentarle unas cosas—Li no cabía en sí de alegría.
—Su oficina está aquí cerca—explicó el meggio. —Gire ahí a la derecha y luego a la izquierda. Llegará a un pasillo con tres puertas en la pared izquierda y una en la derecha. Esa es la de la oficina del señor Illu, pero…
—¡Muchas gracias!—exclamó Li, mientras salía corriendo.
—¡Espere!—gritó el meggio.
—¿Qué pasa?
—No podrá llegar. Decía que esa es la oficina del señor Illu… que ha quedado casi destruida por la explosión.

El corazón de Li se encogió de terror.

"…destruida por la explosión…"

—Me da igual. Debo encontrarlas—afirmó con aplomo.
—¡Vendremos enseguida a ayudarle, en cuanto pongamos a esta mujer a salvo!—prometió el meggio. Li había salido a la carrera y ya no lo oyó.

Giró a la derecha. Ese pasillo estaba lleno de escombros y paneles caídos. Avanzó con cierta dificultad y llegó a la esquina. Al girar a la izquierda, el espectáculo que presenció fue dantesco. El pasillo casi no existía. Pero no se iba a rendir.

Avanzó apartando paneles y vigas, cables y escombros, abriéndose paso a duras penas. Pero avanzaba. De no haber llevado puesto el ST-99 habría necesitado a todo un equipo de personas para mover todo aquello.

Pasó bajo una gran viga, imposible de mover y llegó hasta la puerta del despacho de Illu. Mejor dicho, hasta un enorme boquete donde antes estaba la puerta. Los paneles del pasillo estaban destrozados hacia afuera.

Cuidando sus movimientos, apartó unas cuantas planchas metálicas retorcidas y consiguió entrar en el despacho.

Ahogó una exclamación de sorpresa.

Un enorme agujero atravesaba paredes y suelos hasta perderse de vista, dejando al descubierto varios niveles y cientos de estancias. Los bordes estaban parcialmente fundidos y curvados hacia afuera.

Su experto ojo de ingeniero le reveló una verdad imposible. La explosión había tenido lugar justo donde él estaba. Y algún tipo de onda de choque concentrada había avanzado hacia adelante, reventando todo a su paso. Por suerte, dado el inmenso tamaño de la instalación orbital, lo que fuese que había provocado aquellos daños terribles no había logrado perforar el casco exterior. De ser así, habrían muerto miles de personas.

Afortunadamente, la onda de destrucción había afectado a almacenes y talleres, no a la zona residencial, que estaba un poco más a la izquierda y arriba. Se estremeció al pensar en la gran cantidad de personas que podrían haber fallecido en ese caso.

Bajó la mirada y se puso tenso. A su izquierda, bajo unos cuantos escombros ligeros, estaba Illu, tendido en el suelo e inconsciente. Tenía un feo golpe en la cabeza, pero la sangre, curiosamente, estaba ya coagulada.

"Qué extraño… Apenas hace cinco minutos de la explosión y la sangre ya no fluye…", pensó una parte de su mente.

Al levantar la vista, vio algo aún más raro. Tardó un momento en identificarlo.

Eran unas botas de hombre. Estaban de pie, calzadas aún en la mitad de dos piernas, seccionadas limpiamente por debajo de las rodillas, y extrañamente calcinadas en el punto del corte.

Otro boquete atravesaba decenas de mamparos tras las piernas amputadas. Pero éste era más estrecho y concentrado. Su mente de ingeniero trianguló automáticamente el punto de origen de las dos brutales perforaciones en las paredes. En el punto exacto había una pequeña montaña de escombros.

Una manita asomaba debajo de un panel retorcido.

Li saltó y apartó los escombros, debatiéndose entre la prudencia y la urgencia. Asió el panel y tiró con cuidado, apartándolo a un lado. Allí estaba Alexia, con el vestidito hecho jirones, inconsciente.

Sus brazos y piernas presentaban ángulos extraños y antinaturales. Su piel estaba llena de profundos cortes. Y en su pequeña carita, manchada de mocos y con gruesos rastros de lágrimas, Li vio una expresión indescifrable, una mezcla de cólera y terror.

Pero, indudablemente, respiraba.

No se atrevió a tocarla, tal era el estado de la pequeña.

Entonces Alexia chilló con toda su alma, aún inconsciente… y ante la mirada estupefacta de su padre, el antebrazo derecho, con un crujido, recuperó su posición natural.

"Pero qué coño…", pensó, atónito.

En aquel momento llegaron unas cuantas personas. Cinco meggios, dos humanos, un jurhanii y una vianhia.

Uno de los meggios y los dos humanos se hicieron cargo de Illu. Los otros rodearon a Alexia y empezaron a atenderla, abrigándola y poniéndole parches antisépticos en las heridas, que sorprendentemente no sangraban en absoluto. Li, aún aturdido por lo que acababa de ver, se apartó en silencio y dejó hacer a los equipos médicos.

La vianhia miró a Li con una profunda tristeza. Debido a su sensible órgano empático, la situación la estaba superando.

Li le cogió la mano, tratando de confortarla pese al tacto metálico del guante del traje.

Entonces, ella giró repentinamente la cabeza, en dirección a la enorme perforación de delante. Ladeó el cuello y, de pronto, se llevó las manos a la boca, con una expresión de horror, los ojos desorbitados.

Li siguió su mirada pero no vio nada. Allí sólo había paneles retorcidos, escombros y una enorme viga.

—¿Qué ocurre?—preguntó a la mujer.

Ella no podía responder. Levantó un dedo tembloroso y señaló a los escombros. Li la vio llorar. Su cuerpo se agitaba por los sollozos.

—Ahí hay… hay una mujer—gimió.
—¿¡Cómo!?—Li se levantó de golpe y se abalanzó contra los escombros. Empezó a apartarlos con furia, vigilando que no se derrumbasen. —¿Está viva? Por favor… dime que está viva.
—Sí—dijo ella en un murmullo. —Pero… pero le han… la han… oh, Vida Sagrada. Qué horror…—No pudo continuar y cayó al suelo de rodillas, llorando inconteniblemente.

Li consiguió apartar un panel retorcido y pudo ver, en el suelo, unas piernas de mujer. Desnudas. Los pantalones de un traje de vuelo estaban caídos a sus pies, claramente cortados. Tenía puestas las botas.

—¡Mónica!—gritó Li, presa del pánico.

Bajo los escombros había una recia mesa y los paneles se habían apoyado en ella, creando un espacio triangular que había protegido a la joven. Se agachó para valorar cómo podía liberarla y enmudeció.

Mónica estaba completamente desnuda. Tenía una enorme magulladura en el antebrazo, que formaba un ángulo extraño. El moretón tenía toda la pinta de haber sido causado por unos dedos enormes. También había marcas en su nalga derecha y en su cintura.

—¡Mónica!—repitió.

Li estudió rápidamente la situación, sintiendo la cólera crecer en su interior. La mujer vianhia seguía arrodillada en el suelo, sin pestañear y mirando fijamente a Mónica, llorando a lágrima viva.

Agarró la viga y empujó con toda su alma. El traje amplificó su fuerza y la viga se movió un poco. Li siguió, sintiendo sus músculos tensos como cables de acero. Las juntas del traje y los mecanismos chirriaron, pero no cedieron. Los dos humanos corrieron a ayudarle. En un último y supremo esfuerzo, la viga cayó a un lado estruendosamente. Metió las manos bajo los paneles y los apartó, dejando a Mónica al descubierto.

Las marcas de unas brutales bofetadas amorataban el lado izquierdo de su cara, hinchada grotescamente. Tenía los labios partidos, la nariz rota y sangre coagulada por todo el rostro.

Li la tocó con delicadeza, llorando, y le aparto el cabello de ébano de la cara. Mónica gimió.

—¡Está viva!—gritó. Tres de los meggios se acercaron enseguida, y se pusieron a atenderla. A Alexia ya se la habían llevado al hospital.

La vianhia se tapaba la boca con una mano y con la otra se abrazaba el vientre. Sus ojos arrasados en lágrimas miraron a Li. La profunda pena que vio en ellos lo abrumó.

Una parte de él sabía qué le había sucedido a Mónica. La reacción de la mujer vianhia era más que elocuente. Y la desnudez y los moretones eran incuestionables. Mónica había sido atacada. Y seguramente, también había sido…

No quiso ni pensar en ello. Era demasiado horrible. No podía haberle pasado algo así a su amada esposa.

Se levantó, miró al otro lado de la mesa y se quedó de piedra.

Había un cadáver completamente carbonizado.

Y encima de la mesa, una asquerosa cabeza calva amputada con una expresión de terror extremo congelada en la cara.


*

Un torbellino de furia y miedo la zarandeaba de un lado a otro como a una hoja en un huracán. No podía ver ni oír nada en absoluto. Sólo había violentas emociones desatadas en aquel vacío tenebroso, tan intensas que sentía como si su ser se fuese a desgajar en dos. Y, de vez en cuando, estallidos de dolor tan insoportables que no podía sino gritar desesperadamente.

No sabía cuánto tiempo llevaba perdida en aquel abismo. No había referencias de ningún tipo. Sólo emociones y dolor. Pero, al cabo de un tiempo indeterminado, que tanto podría haber sido un segundo como un siglo, empezó a oír voces muy lejanas. Percibió brumosamente manos tocando su cuerpo.

Poco a poco, su mente empezó a emerger de aquel pozo tumultuoso de alquitrán.

Allí, en lo alto, una luz cálida la atraía. Según se acercaba, luchando contra la pegajosa y turbulenta oscuridad, la luz se fue definiendo en una imagen cada vez más clara.

Era la imagen de alguien. De una mujer.

"Mami…", comprendió con inmenso alivio y una rebosante alegría.

Extendió ávidamente las manitas hacia la luz y de ella bajaron unas manos suaves, cálidas y familiares. Las manos de mamá la agarraron con delicadeza y tiraron de ella, sin que la oscuridad que la agarraba pudiese hacer nada por evitarlo. Con un simple ¡plop! quedó libre y ascendió, hasta que mamá, desvaneciéndose de nuevo en una sonrisa, la soltó.

La agobiante oscuridad se transformó en una húmeda vastedad azul profundo, que la rodeaba por todas partes.

Se encontró presenciando una escena extraña, con la sensación de ser la protagonista de la misma.

Sus ojos podían ver de una forma que jamás habría creído posible, con una gama de colores y un nivel de detalle extraordinarios. Los sonidos sonaban extrañamente amortiguados. Podía oler una cantidad abrumadora de aromas, y por varios lugares de su cuerpo a la vez. Aromas de una intensidad estremecedora. Olores que creaban increíbles arco iris líquidos infinitos y cambiantes en su vista. Y podía sentir otras cosas que no pudo interpretar. Fuerzas y energías que no tenía la capacidad de comprender. Sentía su cuerpo fuerte, enorme, con músculos poderosos y gigantescos. Sentía ocho brazos y ninguna pierna. Percibía cada órgano de su cuerpo, la sangre circulando, las sustancias moviéndose y almacenándose. Sintió una enorme conciencia a su alrededor, entrelazada con la suya, pero más salvaje y primitiva. Era una sensación de poder, plenitud y fortaleza imposibles de explicar.

Pero, por encima de todas aquellas maravillas, la aterradora escena que se exhibía ante ella atrajo toda su atención.

Varios oberones, parecidos a Fénix, flotaban en aquel vacío azul. Comprendió, de algún modo indefinible, que estaba sumergida en el agua de un océano. También comprendió que todos aquellos oberones, excepto uno que estaba bastante más lejos, eran hembras. Y que la enorme hembra que se debatía aterrorizada frente a ella, en las fauces de un monstruo marino de pesadilla, era su madre. Bien, no su madre, la de su yo humano, sino la de la extraordinaria criatura cuya mente estaba compartiendo.

Comprendió de algún modo que ella también era una oberón en aquel momento. Una muy joven. Y muy especial.

Una garra helada de terror oprimió su mente al ver a su madre a punto de morir. Aquel monstruo horrible, con dientes como guadañas, feroz y terriblemente poderoso, cuya maligna mirada sentía clavada en la suya, apretó las mandíbulas y su madre gritó de dolor… si se podía llamar gritar a la forma de comunicación que sintió. Todos los demás oberones gritaron de impotencia y horror, también, mientras en su mente se formaba un solo pensamiento:

"¡Mamá va a morir…!". El pensamiento sonó como dos voces mezcladas y comprendió que eran dos pensamientos iguales simultáneos. El suyo y el de la oberón.

Entonces, el terror se transformó en una oleada de furia profunda, atroz, desmedida. Algo terrible y devastador, como lo que había sentido cuando vio a aquél hombre malvado torturando a su mamá.

La furia creció hasta un nivel insoportable. Sintió fuerzas inmensas e infinitas arremolinándose a su alrededor, mientras el mundo se desdibujaba.

Y, en un estallido de luz cegadora, su mente se separó de golpe de la de su anfitriona.

Aturdida, oyó voces, sonidos y un pitido rítmico. Sintió la familiaridad de su propio cuerpo y manos tocándolo con suavidad y delicadeza. Sentía su mente comprimiéndose y adaptándose a su cerebro natural, después de haberse visto tan expandida en el interior de la oberón de aquel sueño. Sus sentidos regresaron a la normalidad y dejó de percibir todas aquellas sensaciones extrañas e increíbles.

Hizo un esfuerzo y abrió los ojos.

Cuando pudo enfocar la vista, vio a papá, a Erin y a Klaus, y varias caras desconocidas, todas de aquellas pequeñas y simpáticas personas con plumas, menos una que era una bonita mujer vianhia.

—Oh, cariño mío. Te has despertado. ¿Cómo estás, mi vida?—oyó decir a papá, que le acariciaba el cabello, llorando.


*

Sumida en aquel delirio de dolor y pánico, al borde de la lucidez, fue vagamente consciente de que había sido llevada a un hospital y que estaba recibiendo cuidados esmerados.

Pero su mente, destrozada por la impotencia, el terror y la desesperación, no podía soportar el recuerdo, y cayó de nuevo en un sopor vacío y carente de sensaciones. En un momento dado, en medio del delirio, soño que se asomaba a un pozo profundo y negro como la noche. Alexia estaba en el fondo, flotando, o más bien atrapada, en una oscuridad líquida turbulenta. Sintió que debía sacarla de allí y extendió las manos, sonriendo. A pesar de la gran profundidad, no tuvo ningún problema en alcanzarla y asir las manitas de su hija, que las estiraba hacia ella ansiosa y feliz de verla. Con un sonido de succión, la niña se liberó... y se evaporó ante su vista justo antes de salir del pozo. Después volvió a caer en el delirio de dolor y pánico que la tenía atrapada.

No podía saber cuánto tiempo estuvo en aquel estado, oscilando entre el vacío y la leve consciencia. Sólo supo que, en un momento dado, creyó oír que le iban a administrar un sedante. A partir de ese momento, el dolor de su cuerpo se desvaneció y su mente vagó por un sueño de vacíos y extensiones infinitas, fuera de cualquier recuerdo y sensación de la realidad. Un sueño químico que borró temporalmente los horrores que había vivido y que le permitió reconstruirse.

Tiempo después, quizá días, sintió que había alcanzado un punto de equilibrio alrededor del cual fortalecerse, y decidió emerger a la realidad.

Al abrir el ojo derecho (el izquierdo lo tenía vendado) pudo ver a Li a su lado, cogiéndole la mano. Parecía haber envejecido veinte años. Rastros de lágrimas surcaban su rostro, con barba de, al menos, tres días. Parecía no haber dormido en absoluto en todo aquel tiempo. Incluso olía un poco mal.

En su mirada pudo ver un inmenso alivio al verla despertar. Ella trató de componer una sonrisa, pero la explosión de dolor del lado izquierdo de la cara le hizo jadear.

—Tranquila, cariño, tranquila—dijo Li, con la voz rota y agotada, acariciándole el cabello y apretándole la mano. —Estás a salvo. Estamos aquí contigo. Estás a salvo, mi amor.

Erin entró en su campo de visión. Su mirada verde revelaba una tristeza infinita y una cólera mal contenida.

—Mónica, cielo. ¿Cómo te encuentras?—dijo con la voz igual de rota que su marido.
—Como… si me… me hubiese… atropellado un planeta—dijo con un hilo de voz. Parpadeó y abrió el ojo, mirando a Erin y a Li. —La niña… ¿Cómo está Alexia? ¿Dón… dónde… está mi niña?
—Está bien. Muy bien. No tiene ninguna herida. Está en la habitación de al lado. Acaba de despertarse—informó Li.
—Qui… quiero… verla.
—Ahora no. Aún no. Ella debe descansar. Y tú también. No te preocupes. Tú has sufrido muchas heridas, pero ella está perfectamente. Un poco conmocionada, pero se recuperará sin problemas. —Notó una leve sombra en los ojos de su marido. Le ocultaba algo. Pero no tenía fuerzas para preguntar. Apenas podía mantenerse consciente.

Vio a Klaus acercarse, con la mandíbula apretada. Sus ojos acerados y el lenguaje corporal eran inconfundibles: una rabia demoledora tensaba cada fibra de su ser. Luchando por controlarse, el joven descendió sobre ella y le dio un ligero beso en la frente. Compuso una sonrisa triste y se alejó un poco sin decir palabra. Erin la miró con infinito cariño y se apartó junto a él.

—Voy a encontrar a esos hijos de puta. Y les arrancaré la piel a tiras finas con mis propias manos—oyó susurrar a Klaus, colérico.
—Ahora no es momento para eso, cariño. Debemos estar con ellas y con Li. Nos necesitan—La tristeza en la voz casi inaudible de Erin era abrumadora. Pero se volvió clara, fría y letal cuando dijo: —Pero cuando los encuentres, les arrancaremos la piel a tiras.

"No podréis", pensó Li. Ellos no sabían nada todavía de los miserables restos de los tres hombres que había en el despacho destruido. "Ya han recibido su merecido, aunque de forma demasiado rápida. Alexia, de algún modo que no llego ni a imaginar, se encargó de ello...".


*

En las siguientes horas, Mónica fue alternando estados de aturdida consciencia con periodos de sueño profundo. Cada vez que despertaba, sentía una extraña sensación de mejoría, como si su cuerpo se estuviese recuperando de una forma imposiblemente rápida. Recordó lo experimentado tras el rescate del Deyanira, cuando estuvo recuperándose de las graves heridas en el hospital. Era una sensación muy parecida. Familiar incluso.

Sabía que llevaba cinco días en cuidados intensivos. La tecnología médica estaba muy avanzada, ciertamente. Pero no tanto. La nariz apenas le dolía, el entumecimiento de su cara había desaparecido casi por completo y el brazo roto… ya no estaba roto.

Nadie se lo había dicho. Pero lo sentía. Podía mover la mano y los dedos con normalidad y sin ningún dolor. También había escuchado conversaciones susurradas entre los médicos, claramente sorprendidos por su insólita rapidez de curación[2].

Había mantenido algunas cortas conversaciones con Li y Erin, acerca de lo sucedido. Klaus no había querido estar presente en ellas, pues a duras penas podía controlar su ira. Sus padres, por supuesto, también habían pasado interminables horas a su lado. Pero, por petición expresa de Mónica, se dedicaban a cuidar de Alexia la mayor parte del tiempo, ofreciendo a la pequeña un ambiente tranquilizador y estable, lejos de todo aquel dolor. De momento, nadie había ido a interrogarla. No estaba en condiciones. Naler, Luar y Annevar habían ido a visitarla, pero no habían pasado del cristal que separaba las salas. A causa de su capacidad empática no habrían podido soportar el torrente de emociones que Mónica luchaba por mantener confinadas dentro de sí. No estaba lo suficientemente fuerte como para liberarlas y enfrentarse al horror que había vivido, así que actuaba como si aún no recordase nada. Erin, por supuesto, supo inmediatamente que no era verdad. Y Li seguramente también, pero prefirió creer en ella en vez de presionarla.


*

Estaba dormitando cuando oyó un leve ruido. La puerta se había abierto con cuidado y se cerró de nuevo. Creyó oír el pestillo, y algo como el arrastre de una silla. Alguien se acercó a la cama. Obligándose a salir de su sopor, abrió los ojos…

… y una oleada de terror atenazó su alma.

Allí, ante ella, desnudo, sonriente y con aquella repulsiva mirada salvaje, estaba Marcus. No había nadie a quien pedir ayuda. Ni podía alcanzar el timbre de aviso. Estaba completamente paralizada.

Quiso gritar, pero no salió ni un jadeo de su garganta, mientras el gigante retiraba de un tirón las sábanas. Con otro tirón, le rasgó el camisón y la dejó expuesta y totalmente vulnerable. Estaba tan débil que ni siquiera pudo patalear. El maldito agachó la cabeza hasta poner los labios a la altura de su oreja izquierda.

—He venido a acabar lo que empezamos, encanto—susurró en su oído. El horror la invadió, aturdiéndola. Con ojos desorbitados, lo vio arrastrarla hasta el borde de la cama, situarse entre sus piernas y, sin perder el tiempo ni su lasciva sonrisa, la penetró brutalmente.

Un desgarrador alarido de dolor, desesperación y horror emergió desde lo más profundo de su ser y se incorporó en la cama, con los ojos fijos y dilatados y la cara convertida en una máscara de terror. El cabello suelto batía de lado a lado, mientras ella negaba violentamente con la cabeza y manoteaba contra el pecho y la cara de Marcus, sin ningún efecto. Su agresor volvió a empujar salvajemente y ella aulló aún más.

—¡Tranquila! ¡Mónica, tranquila! ¡Estás bien, estás a salvo!—decía una voz que no podía identificar, y que tampoco podía entender. Las palabras traspasaban su mente sin llegar a ella.

Sintió unas manos sujetándola por los brazos y se debatió frenéticamente, chillando aterrorizada y completamente fuera de sí.

—¡¡Nooo!! ¡¡Suéltame, cabrón!! ¡¡Déjame!! ¡¡Sal de míiii!! ¡¡Te mataréeee!!

Pero él sólo sonreía y la violaba brutalmente. Sonreía y la violaba. Sin pausa. Sin remordimientos. Sin descanso. Sonreía y la violaba.

Unos brazos fuertes la abrazaron por la espalda y la inmovilizaron. Aterrorizada, chilló aún más fuerte y luchó con desesperación. Arañó uno de los brazos con toda su alma. El que la sujetaba gritó. Alguien más le sujetó las piernas con su peso. Sólo pensó que la estaban inmovilizando para que Marcus la poseyese a placer. Oía voces, pero ante ella sólo veía al gigante, que seguía tomándola salvajemente. Podía sentirlo embistiendo dentro de ella, destrozándola. Sentía la sangre correr por sus muslos.

—¡Tranquila, por favor! ¡Nadie te ataca! Estamos aquí, cielo—decían las voces, pero no lograba comprenderlas. Ella seguía viendo y sintiendo a aquella bestia forzándola brutalmente. Pero siguió forcejeando, temblorosa y gimiendo de dolor, humillación y terror. Gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas.

"Al fin lo ha logrado. Ha conseguido violarme…", pensó, destrozada de angustia.

Las voces seguían diciendo cosas que no comprendía.

De repente, unos labios suaves y cálidos presionaron contra los suyos. Aunque tenía los ojos abiertos, fijos en Marcus y en lo que le estaba haciendo, no veía quién la besaba.

Aquello activó algún oculto interruptor en su mente, un destello de racionalidad en la vorágine de terror.

No podía ser. Si alguien la besaba, estaría ocupando su campo de visión y no podría ver nada frente a ella.

Marcus empezó a desdibujarse en cuanto fue consciente de eso. Sus embestidas dentro de ella perdieron intensidad. El beso continuaba, cálido, dulce, familiar, tranquilo. Unas manos suaves acariciaban sus mejillas. Una fragancia delicada inundó sus fosas nasales.

Quien fuera seguía besándola, y el beso se llevaba cada vez más lejos la imagen de Marcus y las sensaciones de la violación. Consiguió enfocar lentamente la vista frente a sí. Marcus desapareció de repente, tanto de delante de ella como de dentro de ella, mientras la imagen borrosa de una cabeza y una cara se empezaban a formar ante sus ojos desorbitados y anegados en lágrimas.

Enfocó mejor y vio una cara suave, enmarcada por una media melena rubia. Fue dejando de luchar. Su cuerpo se aflojó y se relajó. La otra persona tenía los ojos cerrados, perfilados por unas largas pestañas claras. Seguía besándola, lentamente, sin forzarla, marcando un ritmo tranquilizador, dulce, expectante. Ella, inconscientemente, empezó a responder al beso. Entonces, la otra persona se separó un poco y abrió los ojos, mirándola intensamente a través de las lágrimas.

Una húmeda mirada verde esmeralda que se clavó en su alma.

Erin.

—Todo está bien, Mónica. Estamos aquí. Estás a salvo. Nadie te ataca, ni te viola, ni te daña—susurró ella muy dulcemente, acariciándole el largo cabello negro, empapado en sudor. —Jamás permitiré que nadie vuelva a hacerte daño. Era solo una pesadilla, Mónica. Una horrible alucinación. Ese salvaje no te puede atacar. Está muerto. Sólo has tenido una pesadilla, cariño.
—Muerto… —balbuceó ella.
—Sí, muerto. Y nunca consiguió violarte. No lo logró. Lo mataron antes. Estás a salvo—Erin seguía mirándola fijamente, con dulzura, sin soltarle la cara.
—Sí, cariño, estás a salvo. Nadie va a hacerte más daño—La voz de Li subió desde su regazo. Era él el que le sujetaba las piernas para que no cayese de la cama.
—A salvo con nosotros—dijo la voz de Klaus tras ella, que era quien la abrazaba.

Erin la soltó y los demás hicieron lo mismo. Miró a Li. El labio inferior le tembló. Se abrazó a él de pronto y se dejó arrastrar por el llanto.

—Li, dios mío, Li… Aquél cerdo estuvo a punto de… Estuvo a punto de…—lloraba inconteniblemente. Su cuerpo se sacudía por los violentos sollozos.
—Lo sé, cielo, lo sé. Pero no lo consiguió—La voz de él también temblaba de emoción. Erin tuvo que ponerse la mano en la boca para evitar sollozar y Klaus la abrazó. —Lograste resistir y evitarlo.
—¡Nooo…! No lo entiendes. ¡Él ya me había vencido! No pude hacer nada. ¡NADA! Ninguno de mis golpes, patadas, ni las cuchilladas, ni nada de lo que intenté. Aquella bestia no sentía los golpes. No pude hacer absolutamente nada contra él. Me venció. Me tenía ya. Sólo hubiese necesitado empujar. Ya estaba casi dentro de mí. Sólo necesitaba un empujón. Li, ya me había violado, aunque aún no me hubiese tomado—decía ella, desesperada, llorando de impotencia. Lo estaba dejando salir todo. Los demás se estremecieron.
—Ya era suya. Me desnudó sin problemas, me exhibió, me humilló, me manoseó, me pegó, me rompió el brazo y la cara… Me tiró sobre la mesa, me inmovilizó y apoyó la punta de su asqueroso pene en mi sexo. Se reía, consciente de que yo sólo era un trozo de carne impotente en sus manos. Ya me había hecho suya. Sólo tenía que empujar… ¡sólo tenía que empujar para tomarme y yo no podía evitarlo de ningún modo!—siguió explicando, con amargura, arrasada en llanto. —Sí que consiguió violarme, Li. Lo logró. No mi cuerpo, pero sí a mí. Sí a mí…

Los tres, sobrecogidos, la abrazaron espontáneamente y lloraron con ella, dejándose llevar.


*


Tres días después Mónica estaba físicamente recuperada por completo. Seguramente necesitaría terapia para superar la horrible experiencia. La habían trasladado a una habitación fuera de Cuidados Intensivos, para que se acabase de reponer. Li dormía con ella cada noche, en otra cama. Los abuelos traían a Alexia cada tarde, para que visitase a su madre y pasasen un rato juntas.

La niña había experimentado un par de cambios sorprendentes. Parecía más mayor. A falta de cuatro meses para cumplir los cuatro años, la pequeña hablaba y actuaba con una fluidez y serenidad impropias de su edad. Parecía no recordar mucho, pues volvía a ser la niña alegre, dicharachera e incansable que había sido antes del ataque. Pero al mismo tiempo, parecía haber madurado y no ser tan infantil como antes.

Y uno de los mechones de su flequillo, cerca de la oreja derecha, se había vuelto violeta oscuro, de un tono más apagado que el de sus ojos, pero que contrastaba vivamente con el negro azabache del resto de su cabello.

Aquella tarde vino la mujer vianhia que la había localizado entre los escombros. Se llamaba Irianea. Era psicóloga especializada en estrés postraumático e intentaría ayudar a Mónica a recuperarse mentalmente.

Era una bonita mujer de unos treinta y cinco años, de un metro setenta, esbelta y grácil, de ademanes suaves y pausados, muy femenina. Llevaba el largo cabello anaranjado, típico de su especie, recogido en una trenza hasta media espalda. Sus facciones suaves y elegantes y su franca mirada dorada emanaban paz y tranquilidad. Levaba un vestido ligero con falda hasta las rodillas y unas cómodas sandalias abiertas. Una fina gargantilla con un diminuto colgante y un discreto reloj de pulsera eran todos sus adornos.

A Mónica le cayó bien enseguida. Y a Erin también. Las tres congeniaron inmediatamente. Li, Antonio, Vanesa y Klaus se habían ido con Alexia a comer algo, pero Erin no había consentido en dejarla sola. Se sentó junto a Mónica y le cogió la mano.

Estuvieron hablando un rato, serenamente, sin entrar mucho en detalles todavía. Era un proceso largo. Pero Mónica era una mujer muy fuerte. Tenía una mente difícil de doblegar, aunque la humillación, el horror y la impotencia que había sufrido casi lo hubiesen conseguido. Erin estaba segura de que su amiga se recuperaría y dejaría aquel horrible episodio atrás. Por supuesto, nunca olvidaría. Pero no condicionaría su vida en adelante. Ella la ayudaría en todo.

Irianea, repasando unos datos en su tableta, miró a Erin y preguntó:

—¿Y cómo se te ocurrió que besarla anularía su ataque de terror del otro día?

Erin se ruborizó un poco, lo que hizo que su carita de duendecilla resultase aún más adorable.

—No sé. Fue un impulso. No pensé—contestó la joven.
—Es que me asombra, eso es todo. Jamás hubiese pensado que besar a una mujer, que cree vívidamente estar siendo forzada, pudiese romper la alucinación. Al fin y al cabo, besos y sexo están conectados—comentó Irianea.
—Bueno… los besos entre hombres y mujeres sí. Y entre personas homosexuales también, claro. Pero un beso inesperado entre amigas sin atracción física entre ellas es distinto—respondió Erin.
—¡Ah!, ¿que no te atraigo?—rió Mónica, falsamente ofendida.

Erin le dio un puñetazo en el hombro, lanzando chispas por los ojos, pero sonriente.

—Puedes ver que ya empieza a ser la de antes—dijo, haciendo un divertido gesto de exasperación.
—El día anterior al ataque nos besamos así—explicó Mónica un poco ruborizada, dirigiéndose a la vianhia. Irianea abrió más los ojos, interesada. —Estábamos haciendo ejercicios matinales y los dos tontos de nuestras parejas se nos quedaron mirando como… bueno, como tontos—sonrió. —Decidimos hacer un poco de espectáculo para ellos, en plan sensual e inocente, para darles una pequeña sorpresa.
—Ya veo—dijo la vianhia, sonriendo también. —Algo que a los hombres de todas las especies les encanta: ver a dos hermosas mujeres pelearse y luego darse el lote, ¿verdad?
—Sí—Mónica la miró con renovado respeto, inclinando muy levemente la cabeza. Irianea se dio cuenta. Era realmente perspicaz.
—No te extrañes… no sois las únicas que tenéis novios o maridos tontos—rió sin ambages. Las dos se unieron a ella.
—Pues—continuó Erin, sintiendo que sus orejas se calentaban—cuando nos quedamos tumbadas en el agua, con Mónica debajo de mí, ella me besó espontáneamente. Y, aunque me sorprendió mucho, no pude evitarlo y respondí al beso. Fue algo completamente distinto a lo que ambas experimentamos con nuestros chicos. Así lo comentamos después. No había ni rastro de sensualidad ni de anticipación en aquel beso. No tenía ningún componente sexual o físico. Sólo una bonita y cálida sensación que nos invadió a las dos y que nos sentó de maravilla. Fue algo encantador. Nunca habíamos experimentado nada igual.

Irianea entornó levemente los ojos. Su sentido empático estaba muy agudizado, percibiendo claramente las emociones de las dos jóvenes.

—Cierto—corroboró Mónica, todavía ruborizada.
—Entonces, cuando la vi en aquel estado…—Su voz tembló momentáneamente. —Klaus la sujetaba por detrás, Li por las piernas, ella se debatía, luchaba y gritaba aterrorizada… Necesitaba algo que chocase frontalmente contra lo que estaba corroyéndola. Algo tan distinto a lo que estaba creyendo, y que yo también podía imaginar, que la arrancase de aquella pesadilla… Y, simplemente, me acordé del beso que nos dimos.
—Pues diste en el clavo. De lleno—dijo Irianea, mirándola con evidente admiración y controlando su lenguaje corporal. Las emociones que percibía la estaban turbando más de lo normal. Los humanos tenían una capacidad emocional abrumadora, y aquellas dos chicas estaban experimentando sentimientos muy intensos. Necesitaba distender el ambiente. —¿Te importa si lo incluyo en mi repertorio de tratamientos de choque?
—En absoluto—Erin se azoró un poco.
—"Besarse con Erin Stevens…"—enunció la psicóloga, como apuntando en su tableta.
—¿¡Có… cómo!?—exclamó la joven, con los ojos muy abiertos.

Por toda respuesta, Irianea dejó escapar una franca carcajada. Y, segundos después las tres se reían abiertamente.

Y así las encontraron Klaus y Li, cuando volvieron de comer. Los abuelos se habían llevado a la niña un rato a un parque cercano.

Cuando Irianea se fue, un par de horas después, ellos entraron y charlaron un rato. Alexia venía con ellos, pues sus abuelos también necesitaban descansar un rato, aunque jamás lo admitirían. Cuando Klaus y Erin saliesen del hospital, se la llevarían. Mónica estaba visiblemente mejor, más tranquila y dueña de sí misma. Quería superar aquello y quería hacerlo rápidamente. Lo necesitaba para volver a ser la de antes. Por tanto, necesitaba hablarlo.

—Entonces… dices que los tres tipos aquellos estaban muertos cuando llegaste—preguntó ella.
—Sí—afirmó Li. —Bueno, lo que quedaba de ellos así lo corroboraba. Uno era apenas un cadáver carbonizado, de alguien alto y delgado, a la derecha de la mesa. Junto a él y a ti, encima de la mesa, había una cabeza, con una expresión de horror congelada en su rostro brutal. Era de un tío calvo y, seguramente, muy musculoso.
—Marcus, el cerdo que me quería forzar. Y el otro debía ser el tal Ed, un delgaducho con cara de psicópata y un cuchillo con el que amenazaba a Alexia—confirmó ella.
—Y luego había un par de medias piernas a la izquierda, frente al otro agujero en las paredes. Sólo quedó eso de ese tipo.
—El que nos amenazó y que seguramente era el cabecilla del grupo—recordó ella, apretando la mandíbula.
—Lo que no entiendo es por qué un grupo de espías que van tras una tecnología nueva, se permiten el lujo y la osadía de entretenerse en violar a una mujer. Es muy poco profesional—razonó Klaus. —Es un riesgo absurdo y estúpido. Vale que la ataquen, y que le peguen. Incluso que la maten rápidamente para evitar testigos. Es una barbaridad, pero sería lógico desde su punto de vista. Pero, ¿una violación en grupo? ¿Y sin ninguna prisa, como ella ha comentado? No tiene el menor sentido, en serio. Es de un absurdo que asombra.
—Tienes toda la razón—dijo Li. —No tiene la menor lógica.
—Y luego queda la cuestión de quién los mató—apuntó Erin.
—Eso no es ningún misterio—comentó Li. Un brillo extraño apareció en su mirada. Algo entre la incredulidad y la certeza. Miró a la niña, que jugaba en un rincón, ajena a la conversación. —Fue ella. Fue Alexia.

Los tres enmudecieron.

—¿Pe… pero qué dices? ¿Estás loco? ¿Cómo iba Alexia a…?—acertó a decir Mónica.
—Las pruebas son abrumadoras—clavó su mirada en los demás. En ellos había una férrea certeza. —Ella estaba en el centro exacto del origen de la explosión. Tenía casi todos los huesos rotos y todo el cuerpo lleno de cortes profundos, como si la carne hubiese reventado hacia afuera, pero no había ni una gota de sangre. Ante mis propios ojos, Alexia gritó, un brazo se colocó de golpe en su sitio y varias heridas se cerraron. No puedo explicar cómo, pero sé que fue ella. Sin duda. Sin la menor duda.

No supieron qué decir. Li era lo más radicalmente alejado de fantasías paranormales y delirios que se podría imaginar. Si él, con su mente analítica y compartimentada de ingeniero, afirmaba aquello, no podía ser de otro modo. Por descabellado, irreal y absurdo que pudiese parecer.

—Entonces—murmuró Erin—tenemos aquí dos misterios: ¿quién eran esos tipos y por qué actuaron de esa manera con Mónica? Y, ¿cómo demonios una niña, que no tiene ni cuatro años, puede matar a los cerdos que han atacado a su madre y, de paso, arrasar media estación espacial?
—No tengo la menor idea—dijo Li.
—A mí que me registren si entiendo algo de todo ésto—apuntó Klaus.
—No, ni yo tampoco—concedió Mónica, alzando las manos.
—Pero yo sí que puedo responder a esas preguntas. Y a muchas más—dijo de pronto una quinta voz.

Todos se giraron al unísono, sorprendidos.

Allí, en el umbral de la puerta, con un aparatoso vendaje en la cabeza y el brazo derecho en cabestrillo, estaba Illu Davelorja.


*


El meggio se sentó lentamente en una silla libre. Era evidente que sufría fuertes dolores. Miró a Mónica con una expresión indescifrable.

—Lo siento—dijo. —Siento muchísimo no haberte podido ayudar contra aquellos salvajes.
—Pero si estabas inconsciente…—replicó ella.
—No, no lo estaba… Al menos, desde que apareció aquella bestia de Marcus con Alexia agarrada del cuello—tosió y se acomodó un poco. Los demás, al oír aquello, se pusieron tensos. Mónica giró la cabeza, reprimiendo las lágrimas. El recuerdo era muy intenso.
—Cabrón malnacido—siseó Klaus entre dientes.
—No pude sino asistir impotente a… a lo que te hicieron—Su voz era apenas un murmullo.
—No podías hacer nada, Illu. Y lo sabes tan bien como yo—dijo ella suavemente, mirándolo agradecida.

Él se miró las manos.

—Estaba paralizado de miedo, Mónica. Tuve tu ordenador a apenas un metro de mí. Podría haber intentado enviar una señal de socorro. Ayudaros de algún modo. No hice nada… —Dos lágrimas silenciosas dejaron surcos húmedos en el plumón de su cara.
—Si hubieses hecho algo, tú, Alexia y yo, estaríamos muertos. Aquellas bestias no habrían dudado en cortarte el cuello si te hubiesen visto moverte. Y tu muerte no habría evitado nada de lo que me pasó a mí—La intensidad de su mirada taladró al pequeño meggio. Sabía que ella tenía toda la razón, pero el sentimiento de culpa lo devoraba.
—No pude ayudarte entonces, pero sí puedo hacerlo ahora—afirmó, levantando la vista. Los demás guardaron silencio, expectantes.
—Entonces, —inquirió la siempre impulsiva Erin—¿sabes de qué va todo esto?
—En gran parte sí, y os lo voy a explicar con todo detalle.

Inspiró profunda y pausadamente por su curiosa y ancha nariz vertical.

—Vamos a ver. He ordenado una serie de análisis de los restos encontrados en el lugar. El ADN confirma que los tres individuos eran humanos… o que al menos lo fueron en un principio—alzó la mano, pidiendo silencio ante la oleada de preguntas que se avecinaba. —Dejadme explicar y luego preguntáis, por favor.

A regañadientes, los humanos cedieron.

—Decía que fueron humanos porque, evidentemente, esa es su base. Pero ahora ya no eran humanos como vosotros, sino productos de ingeniería genética. Y, además, eran clones. Según los registros de ADN de la Confederación, en sus orígenes fueron Edward Bancroft, Marcus Todarian y Blair Gunnasson—Al oír el nombre de Marcus, Mónica se estremeció.
—¡Ahora me acuerdo!—exclamó Klaus. —Llevaba tres días dándole vueltas a una idea escurridiza, porque los nombres me sonaban. ¡Ahora sé de dónde! Eran tripulantes del Albion. Marcus era el comandante de esa nave. Una persona muy querida y respetada. ¿Cómo pudo convertirse en…?
—¿El Albion? Pero si esa nave desapareció hace cuarenta y cinco años, con doscientas personas a bordo—recordó Mónica, interrumpiendo a Klaus.
—Sí—terció Li—, me acuerdo. Fue aquélla que partió rumbo al Sistema Ninrud, con los miembros de aquella secta inofensiva, los Aislanitas. No querían vivir en la Colonia y ansiaban un asentamiento propio en el que vivir solos y apartados de los demás. El Albion, junto a su tripulación, fue fletado para encontrarles un hogar que les satisficiera. Y desapareció sin dejar rastro…
—Pues ya ha aparecido. Al menos, parte de él—apuntó Erin.
—Lo que me lleva a seguir con la explicación—dijo Illu. —Al parecer, los Amos no se marcharon muy lejos, después de todo.
—¿Quieres decir que esto es obra de los Amos?—Mónica no se lo podía creer. —Pero si hace más de setenta años que no han dado la menor señal de vida…
—Por supuesto que las han dado—dijo, como sin darle importancia. —Pero esa información se ha mantenido confinada. Muy poca gente lo sabe… cundiría el caos. Además, tampoco sabemos dónde están exactamente, sólo tenemos indicios. —Entonces su expresión cambió y compuso una sonrisa lobuna. —Mejor dicho, no sabíamos dónde estaban. Pero, debido a este abominable incidente, hemos localizado su base oculta. Y dentro de una hora, no será más que ceniza.
—No entiendo nada—dijo Klaus.
—Dejad que os explique. Empezaré por el principio. Los tres individuos que nos atacaron. En Megger los llamamos kürn—la palabra sonó como algo despreciable. —Significa… bueno, no tiene traducción, ni en vianhio, ni en babélico, ni en Com[3]. Imaginad lo más indigno, depravado y miserable, juntad todas las palabras que lo describan en una, concentrad su significado mil veces… y estaréis aún lejos de acercaros al significado del nombre que les pusimos cuando rondaban por aquí.
"Los kürn eran meggios alterados genéticamente, clonados una y otra vez, y criados bajo una forma particularmente sectaria del Credo. Y, además, completamente focalizada a un objetivo: la purificación de las hembras.
"Los que sobrevivían a las modificaciones genéticas y a las salvajes doctrinas y torturas, eran usados por los Amos para sembrar el terror más horrible y cruel… las violaciones indiscriminadas, continuas, brutales. Cientos, incluso miles de mujeres morían cada año en todo el planeta, a manos de aquellas bestias malditas. Eran forzadas durante horas, a veces días incluso, hasta que sucumbían. Normalmente, los kürn formaban parte de las… "diversiones"… de los Amos. Pero no pocas veces los dejaban salir de sus celdas a sus anchas, generalmente en las dos épocas de celo anuales. Por fortuna, no eran dados a violar masivamente, sino que cada uno solía elegír una víctima especial, a alguna mujer que destacase por algo o les llamase la atención… y abusaban de ella hasta la muerte, en público, sin prisa, con una sonrisa.

Mónica se estremeció, ahogando un sollozo. Erin le pasó el brazo por los hombros... Notó que la joven también temblaba. Klaus y Li eran dos máscaras de furia letal. Li miró a Alexia, que jugaba en un rincón, aparentemente ajena a la conversación, pero, curiosamente, sin molestar ni un momento. Casi habría jurado que estaba escuchando atentamente. De no ser por su corta edad…

—Al parecer, ahora han usado humanos para sus aberrantes prácticas. Debieron interceptar esa nave, el Albion, hace décadas, y han estado experimentando desde entonces. E infiltrándose en la Confederación sin que nos diésemos cuenta. Es curioso, pero no tengo ningún informe de violaciones ni de desapariciones de mujeres en ningún planeta, nave o estación. O han aprendido a contenerse, que lo dudo mucho, o debe haber sido algo muy reciente… Apenas unas semanas.
—¿Y a qué manipulaciones génicas los sometían?—quiso saber Li.
—Además de erradicar cualquier rastro de empatía, compasión o remordimiento, junto al lavado de cerebro desde la infancia, consistían en potenciación física. Eran muy fuertes y resistentes, casi inmunes al dolor y todos sus puntos vitales estaban protegidos por estructuras orgánicas o artificiales añadidas. El sadismo, la crueldad y el placer por el sufrimiento ajeno eran premiados, buscados y cultivados.

Hizo una pausa. Luego habló con voz rota y despectiva.

—Para que fueran especialmente eficientes en su horrible cometido, los dotaban de miembros muy grandes, lo suficiente como para causar heridas graves, pero no para matar rápidamente. Y también tenían un deseo sexual insaciable. Así, el sufrimiento y el horror de sus víctimas eran lo más largos posible. Los Amos se aseguraban así que aguantarían todo el tiempo que fuese necesario, hasta que sus presas falleciesen por la interminable violación.

Miró a Mónica, con tristeza y compasión. Ella se abrazaba el vientre y temblaba.

—Eso era lo que te esperaba a ti… si Alexia no lo hubiese evitado. Lo que me lleva a la segunda parte de esta explicación.

Lo escucharon con renovada curiosidad. Todos querían saber qué era lo que la pequeña había hecho. Mónica estaba inconsciente cuando pasó todo, así que no había podido explicarles nada al respecto.

—Entre las muchas prioridades de los Amos, destacaban algunas especialmente. Pero la que más les importaba, lo que más ansiaban, era capturar a los que ellos llamaban Rylhan, los "canales de Ryl", unos seres especiales. Nunca supimos qué era eso exactamente ni en qué eran especiales. Ellos los buscaban con ahínco, pero en nuestras crónicas no consta que jamás encontrasen a ningún Rylhan entre los meggios. Por lo que pudimos traducir, Ryl es algún tipo de energía, o fuerza, o poder que ellos buscan… Para destruirlo, o aprovecharlo. Nunca ha quedado claro.
"Hasta ahora lo habíamos considerado una leyenda, uno más de sus delirios, pero sospechábamos que habían dejado sistemas sensores y subrutinas informáticas ocultas en la Red de todo el Anillo, no sólo para detectar el "mítico" Ryl, sino para informar de todos los movimientos de la Confederación. Nunca habíamos podido identificar esas anomalías escondidas. Y también hace mucho tiempo que sospechamos que existe un puesto de avanzada oculto en algún sistema cercano, aunque ignorábamos completamente dónde.
"Pero entonces, cuando Marcus te atacó, Alexia hizo algo que me convenció de la autenticidad del Ryl. Lo que vi jamás lo olvidaré. Sus ojos empezaron a brillar con una luz violeta… el mismo tono que tiene, pero brillaban con luz propia. Se giró hacia el tal Ed, que la sujetaba y lo cogió del brazo. Su cuerpo se rodeó de un aura eléctrica asombrosa y le soltó una descarga tan brutal que aquel tipo murió carbonizado en milisegundos. Después, como si tal cosa, la niña lo lanzó contra el kürn con una fuerza sobrenatural, tirándolos al suelo, a él y a Mónica. El tercer tipo buscó el arma bajo el armario.
"Entonces Alexia habló. Su voz cambió. Tenía un tono y una vibración que me aterrorizaron, como si alguna entidad todopoderosa fuese la que hablase, no la niña. Su cabello se volvió ingrávido y su silueta se desdibujó, como un espejismo lejano. Su mirada… era salvaje, letal. Pura furia concentrada. Me oriné encima. Echó los bracitos hacia atrás, mirando fijamente a Marcus, que estaba paralizado de terror. Unos haces de luz inexplicables partieron de su cuerpo, abriéndole la carne de brazos y piernas. Mientras, pequeñas esferas de luz aparecían a su alrededor y se dirigían hacia ella, como si estuviese concentrando energía. Los haces se curvaron hacia su espalda y formaron una especie de capullo de luz a su alrededor, como un ovillo. De repente, soltó un grito espantoso, empujó los brazos hacia adelante, con las palmas abiertas… y toda la energía que vibraba tras ella salió disparada hacia adelante, como una bola de demolición de luz cegadora. El cuerpo del kürn se volatilizó y aquella bola de energía siguió su camino, atravesando paredes durante cientos de metros.
"El tal Blair había conseguido coger el arma, que le temblaba en las manos, y apuntó a la niña. Ella tan sólo ladeó la cabeza, lo miró y, en un parpadeo, apuntando la palma de su mano izquierda hacia él, disparó otro rayo de energía que sólo dejó dos piernas amputadas y humeantes. Debido a los destrozos, empezaron a caer escombros, paneles y soportes estructurales. La niña continuaba allí, inmóvil, terrible y magnífica. Los escombros que caían sobre ella se apartaban, como si estuviese protegida por un escudo esférico de fuerza. Y la viga que cayó sobre la mesa bajo la que tú estabas tirada en el suelo, lo hizo a cámara lenta, apoyándose suavemente.
"Y, de repente, todo se desvaneció. El brillo de sus ojos, la distorsión, la energía arremolinada a su alrededor, su aterradora mirada… Alexia volvió a ser una niña pequeña, normal e indefensa, con los huesos rotos en pedazos. Puso los ojos en blanco y perdió el conocimiento… y así estuvo hasta que tú, Li, nos encontraste.

Nadie dijo una palabra. Lo que Illu había explicado era poco menos que increíble. Si no hubiesen visto con sus propios ojos los terribles destrozos de la estación, jamás le hubiesen creído. Era imposible que se hubiese inventado algo así. Pero lo que explicaba parecía más imposible aún. ¿Qué energía era aquélla que rodeó a la pequeña según el meggio? ¿De dónde salía? ¿Y qué era todo eso de los ojos brillantes, la furia, las descargas eléctricas letales y demás? La explicación de Illu había abierto muchos más interrogantes que antes.

Pero Mónica en particular sabía de dónde venía todo aquello. Ella lo había visto. A través de un microscopio de última generación. Y Li, también. Sus miradas se cruzaron y comprendieron.

"El doble anillo en sus cromosomas…", pensó, inquieta.

—Ahora, gracias a todo lo que ha pasado aquí—seguía diciendo Illu—hemos identificado los sistemas espía, los archivos y subrutinas ocultos en la red informática, que ya han sido anulados… y siguiendo la señal que han emitido cuando Alexia liberó su poder, hemos localizado el escondite de los Amos.

Consultó el reloj digital de la pared. Una siniestra sonrisa asomó a sus labios. Todo el odio a los Amos, todo el rencor que los meggios sentían hacia ellos por sus miles de años de salvajadas y crueldades, destilaron en su voz.

—El bombardeo espacial más intenso de nuestra historia reciente va a empezar. No vamos a dejar de ese planetoide, ni del escondite de esas alimañas, más que polvo estelar.


*


—¿Ya has comido?—le preguntó. —Tienes mala cara. Con lo pequeñaja que eres, si no comes vas a desaparecer.
—Vaya, veo que ya te encuentras mejor. Hasta tienes ganas de bromear. Pues tú, con todo lo larguirucha que eres, tampoco tienes mejor aspecto—respondió Erin, falsamente ofendida. Le encantaba ver que, poco a poco, su amiga volvía a ser ella misma. —Y sí, sí he comido…—bajó la vista y jugueteó con los dedos. —Unas galletas.
—Gran comida—Mónica puso los ojos en blanco.
—Sí, mamá—se burló la chica.

Illu había dejado un par de guardias armados ante la puerta, y estaban las dos solas en la habitación. Li y Klaus lo habían acompañado, para enterarse del resultado del bombardeo de castigo. Alexia estaba con sus abuelos. Ambas lo agradecieron, y aprovecharon para poder charlar tranquilamente durante un buen rato.

—¿Sabes?—dijo Mónica en un momento dado. —No pienso dejar que el ataque de ese salvaje me anule como mujer. En cuanto esté recuperada, me llevaré a Li al dormitorio y limpiaré cualquier recuerdo de esto con sus besos y caricias.
—¿Estás segura? Te pueden venir imágenes desagradables y…
—Pues contra más imágenes me vengan, más buen sexo tendremos para borrarlas, hasta que desaparezcan para siempre—afirmó ella.
—¡Esa es mi chica!—sonrió Erin.
—Y, si no…—Mónica sonrió traviesamente—siempre te puedo pedir un beso. Al fin y al cabo, tus labios funcionaron muy bien la última vez.

Erin se sonrojó como un tomate. Definitivamente, Mónica volvía a ser casi la misma de siempre.

—Sí, ya veo que le estás pillando el gusto a eso de besarme—se burló la joven.
—Perdona, pero la última vez fuiste tú la que me besaste a mí…—Mónica cambió el tono de voz y la miró directamente a los ojos. —Y te tengo que dar las gracias de corazón. Me sacaste de aquella pesadilla que no podía detener. Creo que me hubiese vuelto loca. Gracias, de verdad.
—No hay de qué—Sintió cómo le picaban los ojos.
—Ya sé qué hacer cuando tenga pesadillas—arqueó una ceja, divertida.
—¿Pero serás…?—Se cruzó de brazos. Así que quería jugar, ¿no? Adoptó una encantadora pose traviesa—Así que quieres más de ésto…—se pasó el índice lentamente por sus bonitos labios. —Normal. Quien prueba a la pequeñita no lo olvida.

Ambas estallaron en carcajadas.

Sonó un golpe sordo tras la puerta. E, inmediatamente, otro más. Como si algo blando hubiese golpeado contra la pared. Se miraron extrañadas.

Erin dio un par de pasos hacia la puerta, con cautela. Su instinto estaba disparado. Mónica se incorporó en la cama, alerta. Aún se sentía débil, pero no pensaba volver a ser cogida por sorpresa.

La puerta se abrió hasta la mitad.

Y alguien lanzó a uno de los guardias dentro, como un fardo, seguido del segundo guardia. Ambos inconscientes.

Entonces, Mónica sintió una oleada de terror surgir desde lo más profundo de su alma. Quiso gritar, pero se quedó paralizada.

Sonriente, y con un arma en la mano, estaba Marcus.

—Vaya, vaya—dijo él, mirándola fijamente. —Qué detalle por parte de los meggios el mantenerte en una zona aislada y discreta. Me facilita mucho el trabajo. Qué ingenuos siguen siendo, si pensaban que esos dos pollitos—señaló con la cabeza a los guardias—iban a poder protegerte de mí.

Mónica seguía muda, con los ojos desorbitados. Un sudor frío cubría su cuerpo. Aquello no era una alucinación como la otra vez. Era terroríficamente real. Erin estaba allí y también estaba en tensión. Negó lentamente con la cabeza.

—Ah, no, tranquila. No soy mi hermano. Bueno, o lo que seamos los clones—sonrió sin ganas, agitando la mano libre. —Ese siempre fue demasiado impulsivo con las mujeres, demasiado estúpido. Yo no cometeré el mismo error. Por eso el arma, para que estés tranquilita, tú y tu monísima amiga.
—Tira el arma y verás lo mona que soy—siseó Erin, en guardia.
—No, no, no, pequeña—negó con el grueso índice de su mano izquierda, sin dejar de apuntar a Mónica. —Ya habrá tiempo para divertirnos. Ahora, vamos a irnos en silencio, tranquilos y discretamente. En el pasillo de al lado hay un acceso al túnel de mantenimiento. Por él llegaremos al hangar y a tu nave. Allí están mis compañeros, que seguro que te alegrarás de volver a ver.
—No puedo creer que estéis haciendo todo esto por el SRB—dijo Mónica, con un hilo de voz.
—Bueno, es una tecnología asombrosa. Y, en principio, esa era la misión. Apoderarnos de ella con discreción—se encogió de hombros. —Pero tú, chica lista, decidiste sabotearla y tuvimos que improvisar. El problema surgió cuando te encontraste con mi otro yo. Tú no debías estar allí. Ellos se encargaban del pajarito y nosotros de ti. Te hubiésemos quitado la pieza, habríamos retenido a los tuyos y habríamos desmontado la máquina en un santiamén y habríamos desaparecido sin dejar rastro. Sin más problemas.
"Pero mi hermano no estaba muy ajustado, que digamos. Se perdía ante una mujer. Y más, ante una tan hermosa como tú. Así que actuó como el imbécil que era… y la cagó. Dime una cosa: ¿cómo lo hiciste para matarlos a los tres de esa forma?

Su mente, aunque aterrorizada, pensó rápido. "¡No saben que es Alexia la que ha matado a sus compañeros!"

—Me llevaron al límite y despertaron algo en mí—mintió.

Aquellos salvajes pensaban que la Rylhan era ella. Tenía que ganar tiempo a toda costa. E información.

Erin, en silencio y concentrada hasta ese momento, entendió de inmediato la estrategia de su amiga. Bajó aparentemente la guardia.

—Ah, veo que entras en razón—dijo Marcus al verla. Volvió a mirar a Mónica. —Así que despertaron algo en ti. ¿Sabes? Mis amos siempre han ido detrás de seres con capacidades especiales. Algo llamado Ryl, que nunca he sabido qué es. Pero viendo los destrozos que causaste al defenderte, creo que les interesará mucho conocerte.
—¿Y qué te hace pensar que no puedo destrozarte a ti del mismo modo que a ellos?—preguntó ella con voz suave, lanzándole una mirada glacial.
—Oh, sé que no puedes—sonrió. —Aquí no está la niña, que seguro que fue el detonante de tu… estallido. Esas habilidades especiales se disparan para salvar a alguien querido, no para defenderse a uno mismo.
—Pareces muy seguro de eso—Mónica se forzó a sonreír, tratando de parecer peligrosa.
—Cuando estemos solos en la nave, tú y yo, te lo demostraré. Estoy mejor adiestrado que el otro inútil. No te engañes, encanto. Que no me deje llevar ahora por el deseo que hierve en mí al verte, no te va a librar de lo que vendrá después, a solas—Se giró hacia Erin. —Ni a ti tampoco, rubita.

Erin se puso tensa, con una expresión de asco en la cara.

—Si intentas tocarme, te mataré, sabandija—escupió, colérica. Él la miró de arriba a abajo con suficiencia y una sonrisa torcida.
—Ya que pareces tenerlo todo planeado, dime. ¿Ya has informado a tus amos de mi existencia? Porque no creo que les guste que me entregues muerta—interrumpió Mónica, tratando de evitar que Erin cometiese una estupidez. Sabía perfectamente que no podría nada contra aquella bestia. Sólo cabía buscar una oportunidad de huir.
—No, tranquila. Llegarás viva hasta ellos—Compuso una sonrisa siniestra. —Lo que yo te haga hasta ese momento, lo arreglarán sin problemas. Pero aún no saben nada de ti. Desde aquí no puedo comunicar con nuestra base, pues los sistemas del Anillo podrían rastrear la señal. De todos modos, si por lo que sea te quieren intacta a tí, también puedo entretenerme con esta ricura—señaló a Erin con el pulgar.

Rápida como una serpiente, la joven lanzó una patada a la mano que llevaba el arma, acertando con la punta del pie en el interior de la muñeca. Fue un golpe devastador. Cualquier otra persona habría perdido el arma y su brazo habría quedado paralizado. Pero Marcus no. Él tan sólo se sorprendió un momento, amagó con la mano izquierda y descargó un tremendo golpe con la empuñadura del arma en el lateral de la cabeza de Erin.

La joven cayó al suelo, semiinconsciente.

Mónica gritó pero él la hizo callar, amenazándola con la pistola.

Cogió a Erin por el cuello y la levantó sin ninguna dificultad. La sacudió ligeramente hasta que la chica volvió un poco en sí.

—Bueno, bueno. Pero si tenemos aquí a una valiente luchadora—Acercó su cara a la de ella, hasta rozarse. Aspiró profundamente y se pasó la lengua por los labios. Ella gimió. —Hueles de maravilla. Me divertiré mucho ablandándote.

La tiró sobre la cama, junto a Mónica. Ella boqueó tratando de recuperar la respiración. Mónica la abrazó, protectora.

—Chicas, no quiero más tonterías. Estamos perdiendo mucho tiempo en charlas inútiles y en estupideces heroicas. Nos vamos. Ahora. Venga, andando—señaló a la puerta con el arma.
—De acuerdo, tranquilo—dijo Mónica, ayudando a Erin. La joven estaba aturdida y un gran moretón empezaba a formarse en su sien izquierda. Se levantaron con dificultad, exagerando su estado.

Marcus, impaciente, cogió a Mónica del brazo y tiró de ella.

—No… la toques—masculló Erin con voz ronca, casi sin fuerzas. Marcus soltó a Mónica y agarró de nuevo a Erin por la camisa, tirándola a sus pies.
—Oh, por supuesto que la tocaré. Os tocaré a las dos, durante mucho tiempo. Ella tiene que pagar por lo de mi hermano y los demás. Y tú—ella le miró furiosa a los ojos—tienes que aprender respeto y sumis...

Sonó un estampido ensordecedor.

El pectoral derecho del asesino explotó hacia afuera, rociando de sangre a las dos chicas, que chillaron y se protegieron la cara con los brazos. Marcus bajó la cabeza, mirando incrédulo el horrible orificio sangriento que había aparecido en el lado de su enorme caja torácica.

Sonó un segundo estampido, aún más fuerte que el anterior. 
 
Y otro agujero gemelo apareció en el pectoral izquierdo, regando nuevamente de sangre y pedazos de carne la pared de enfrente.

Marcus tosió sangre y se dio la vuelta lentamente, tambaleándose.

Sonaron tres estampidos más, que provocaron otros tres orificios en el vientre y otras tantas explosiones sangrientas en la espalda.
 
Ellas, aturdidas por el fragor de las explosiones, miraron hacia la puerta.

Klaus, rígido y con una mirada glacial, sostenía a Bárbara con el brazo extendido. El siniestro cañón blindado de la Desert Eagle II humeaba, impregnando el aire con el olor de la cordita.
 
El joven, distorsionó los labios en una mueca de asco, bajó el arma y disparó otra vez.
 
Los genitales de Marcus desaparecieron. El gigante se echó las manos a la herida y se dobló por la mitad. Miró con odio extremo a Klaus, escupiendo sangre. 
 
Klaus levantó de nuevo el arma y disparó una última vez.

La cabeza calva de Marcus se volatilizó en un géiser de sangre.

El espantoso cuerpo decapitado se sacudió y cayó al suelo, convulsionándose. 
 
—Oh—siseó Klaus, clavando una mirada atroz en el cadáver—, por supuesto que NO las vas a tocar. A ninguna de las dos. Nunca más.


*


—Lo sospechaba. Sabía que había visto a este cerdo en algún lugar. Y hoy, en el centro de mando, me he acordado. Lo vi el día después de tu ingreso, entre la muchedumbre. Hasta hace un rato no até cabos. Lo siento—El joven acariciaba la espalda de Erin, que se había abrazado a Mónica. Ambas tenían una mirada de pánico y no apartaban los ojos del cadáver, como si en cualquier momento fuese a ponerse de pie de nuevo.
—¿Pero cómo…?—musitó Erin.
—Volví antes que Li y los demás en cuanto me acordé. —Guardó el arma en la cinturilla trasera de su pantalón y se acercó a ellas, abrazándolas. —Mi instinto me decía que, de alguna manera, esa bestia sabría que estabais solas y aprovecharía para atacaros. Cuando llegué al pasillo, lo vi entrar aquí. Los guardias no estaban. Como vi que estabais sacándole información, y no me fiaba del asunto ese de las manipulaciones genéticas que les hacen, esperé un poco. Hasta que su atención estuviese completamente centrada en vosotras y no en lo que ocurría tras él. Lo siento, cariño. Siento haber dejado que te pegase así. Pero necesitaba acertar a la primera sin poneros en peligro.
—Lo entiendo. Me alegro que seas capaz de tener tanta sangre fría… Yo no habría podido. Le habría vaciado el cargador nada más entrar—dijo ella, enfurecida, haciendo una mueca por el dolor de cabeza.
—Nos has salvado, Klaus—pudo articular Mónica al fin, con los ojos muy abiertos. Sudaba. —Esa bestia nos habría matado a las dos, después de horas de… de…
Bárbara lo ha convencido de que debía respetaros—palmeó la culata de la enorme pistola, sonriendo tristemente.

Erin se abalanzó sobre él, ignorando el doloroso latido de su sien, y lo besó con avidez.

—La próxima vez que te eche una bronca por llevar un arma… ¡dame un tortazo!—exclamó, llorando.

En aquel momento entraron Illu y Li, seguidos por tres guardias. Casi se tropezaron con los tres cadáveres.

—¿¡Pero, qué coño ha pasado aquí!?—exclamó Li, señalando el cuerpo del clon decapitado y las enormes manchas de sangre en las paredes.
—Había otra bestia de éstas suelta y vino a por ellas. Le convencí amablemente de que las dejase en paz… Creo que me entendió—explicó Klaus, acariciando la pistolera con un brillo gélido en la mirada.
—¿Estáis bien? ¿Os hizo algo?—preguntó Illu, visiblemente preocupado.
—Sólo me llevé un golpe en la cabeza, por pendenciera e impulsiva. La historia de mi vida. No consiguió nada más… gracias a Klaus—dijo Erin, mirándolo arrobada.
—¿Cuántos tipos de éstos más hay sueltos, Illu?—preguntó Li con voz apenas contenida.
—No lo sé. Supongo que sólo habría dos comandos, para no llamar la atención, si su presencia es tan reciente como creo. Pero voy a dar órdenes de iniciar una búsqueda exhaustiva. Y de disparar a matar a primera vista—La mirada de Illu era puro hielo.
—Dijo que sus compañeros nos esperaban en el hangar, y que nos iríamos en la Elcano—explicó Mónica. —Por lo visto, piensan que yo maté al otro comando. Creo que sólo había dos grupos por lo que he podido deducir. Dijo que me llevaría con sus amos, que buscaban gente tan especial como yo. Li, no saben que la Rylhan es Alexia. Y ellos son los únicos que conocen mi identidad. Con el otro comando y éste tipo de aquí muertos—señaló despectivamente al cadáver—sólo los dos que quedan cerca de la nave saben que yo estaba en el despacho de Illu.
—Entiendo—dijo éste, muy serio. —Si mueren, los amos sabrán que ha habido un Rylhan en el Anillo, pero no sabrán quién es. Si os sacamos de aquí discretamente, os perderán la pista. Por suerte, la cantidad de personas que están en disposición de saber que tú estabas en mi despacho es muy reducida. Hay que evacuaros y dispersaros a todos. Ya. Y solucionar que esos dos tipos sepan demasiado.

Se acercó el antebrazo a la boca y habló por el comunicador, por un canal de máxima seguridad.

—Aquí Illu Davelorja. Alerta máxima silenciosa. Grupos hostiles en el Anillo. Repito, grupos hostiles en el Anillo. A todas las secciones de vigilancia. Sujetos identificados como clones kürn, del mismo tipo que los recientemente eliminados. Disparar a matar. Prioridad máxima. Repito, fuerza letal a primera vista. Verificar y eliminar sospechosos en el hangar principal. Últimas informaciones los sitúan cerca de la zona de aterrizaje D. —Cerró la comunicación y caminó hacia la pantalla de la habitación.
—Muy inteligente—dijo Erin, mirando apreciativamente al pequeño meggio. —No has hecho la más mínima alusión a la Elcano, a Mónica o a cualquiera de nosotros.

Por toda respuesta, Illu sonrió maliciosamente y caminó hacia la televisión de la habitación.

Acercó el ordenador personal a la finísima pantalla plana y tecleó un código. Aparecieron las imágenes del sistema de vigilancia. Se centró en las del hangar.

Efectivamente, Ed y Blair estaban allí.

Se mantenían hábilmente en segundo plano, con un aire casual, tratando de no alejarse de la nave pero sin dar la impresión de vigilarla.

Illu cambió a una imagen que se movía mucho. Con toda probabilidad, era la cámara táctica de algún miembro de seguridad.

Quien fuese, corría por una de las pasarelas elevadas de la pared del otro lado del hangar, a más de cuatrocientos metros de la Elcano.

Apareció el largo cañón de un rifle Barret M-50 Sting de francotirador, con silenciador. Un diseño de la Colonia, basado en otro mucho más antiguo pero terriblemente eficaz. Y al lado había otro más.

La imagen cambió a la mira del arma. El punto rojo quedó centrado en la cabeza de Ed, que hablaba discretamente con Blair. Y apenas un par de segundos después, ambas cabezas estallaron al unísono en un surtidor de sangre, reventadas por las silenciosas balas de punta hueca que viajaban a más de mil ochocientos metros por segundo. Los restos de los proyectiles se incrustaron en un contenedor de carga y allí se detuvieron. La imagen apenas tembló cuando los tiradores dispararon. Eran grandes profesionales.


*


—He hablado con todo el personal que ha tenido contacto directo contigo desde el asunto de mi despacho—le dijo Illu a Mónica. —Guardarán el secreto aun a costa de sus propias vidas. Los meggios somos especialistas en eso—dijo tristemente. —Como precaución adicional, se van a dispersar a diferentes puntos de este y otros sistemas durante el tiempo que haga falta. Ni yo sabré dónde están.
—No sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mí y por Alexia—Su mirada brillaba de agradecimiento.
—No dejéis que nunca sepan de Alexia ni de ti. Sobre todo, de ella. Y manteneos a salvo. Eso es lo que puedes hacer por mí. Venga, subid todos a bordo. Tenéis que iros. ¡Ya!—dio unos golpes con la palma en el casco de la nave, con los ojos húmedos de emoción.
—De acuerdo. Ten mucho cuidado, amigo mío.
—Cuando las cosas se calmen un poco, ven a verme cuando quieras. Todo Tilán está abierto a ti y los tuyos.

Mónica se agachó un poco y lo abrazó. Illu respondió al abrazo de ella, ya con lágrimas en los ojos. Unos segundos después la soltó y caminó hacia atrás hasta la zona segura, para que la Elcano pudiese salir de allí.

Ella y Li. Erin y Klaus. Irianea, Luar y Annevar. Los padres de Mónica. Y Alexia. Pocas veces había alojado la Elcano a tanta gente a bordo. Había llevado un rato prepararlo todo, organizar la partida y las inevitables despedidas. Luar y Annevar habían llegado en el último momento. Iban a partir en otra nave, pero prefirieron volar con Mónica. No iban a dejar sola a su querida amiga en un momento así. Irianea también había decidido ir con ellos, ya que volvía a Vian'har. Quería ver el Paso y ofrecer su ayuda profesional a las chicas, por si necesitaban algo.

Mónica miró por la ventana de babor. Naler la saludó desde la carlinga de su nave de caza. En el puente estaban ella, Li, Luar, Annevar, Klaus y Erin. Los demás se habían acomodado en los mullidos sofás de la sala de pasajeros, tras el puente.

Para no levantar sospechas, varias naves saldrían del Nodo Cuatro con pocos minutos de diferencia. El Ereun no escoltaría inmediatamente a la Elcano. Se había emitido un comunicado falso en el que se solicitaba su asistencia para escoltar un carguero lleno de mineral valioso, hasta el punto de salto. Luego regresaría con la Elcano. Así se lograría transmitir una sensación de normalidad y despreocupación creíble para cualquier espía. Tal y como estaba contemplado en el plan original de la misión, Mónica y los demás volverían con su nave a través del paso de Whania Rum, para comprobar el balizado y la seguridad de la navegación.

Convinieron que se reunirían en la boya de entrada.

La Elcano aguardaba su turno mientras naves diversas de todo tipo iban abandonando el enorme hangar. Cada una con un destino diferente, pero adecuado a sus rutinas y características. Illu había pensado que, si un carguero del Ala de Ingeniería Planetaria, por ejemplo, salía de Megger y en lugar de volar directo a Morganyr, como hacían siempre, ponía rumbo a otro destino, levantaría sospechas innecesarias. Por tanto, cada nave actuó según sus programas habituales. Sólo la Elcano tomaría un rumbo contrario a las demás, pero también quedaba justificado por su propia misión original.

No obstante, dado el inicial interés de los kürn por el SRB, Illu había enviado una cañonera a la boya de entrada del paso, para proteger la Elcano de cualquier eventualidad. En pocos minutos acabaría sus preparativos y despegaría de Megger.

Como último favor, Illu había hecho instalar un PHD de los grandes, de cuarenta cargas, acoplado a los condensadores del hipermotor de la nave. Como estos aparatos crean saltos casi instantáneos, con poca energía, debido a la escasa distancia relativa que cubren, les sería de mucha ayuda para moverse rápido dentro del Paso, ahorrándose muchos tiempos de vuelo convencional entre boyas.

Cuando le llegó el turno, la grúa de tracción atrapó la nave y empezó a moverla hacia la pista de salida. Pero, paró de repente. Unos técnicos vinieron corriendo, como si el aparato hubiese sufrido una avería. Illu venía con ellos e hizo gestos a Mónica de que abriese la rampa de acceso.

La nave flotaba a un metro del suelo, con los trenes de aterrizaje guardados. Mónica abrió la rampa, dejó la nave al mando de Li y, junto a Erin, Luar y Klaus, bajó hasta el borde.

Illu estaba visiblemente agitado.

—¿Qué ha pasado?—preguntó ella, alzando la voz y señalando a la grúa de tracción. Había mucho ruido en el hangar aquél día.
—Nada, es para disimular. Tengo que deciros algo de extrema importancia, y no quiero usar las comunicaciones. No quiero sorpresas. Así que hemos montado esta pantomima de la avería.
—¿Y qué es eso tan importante, Illu?—preguntó Luar.
—Algo muy grave—se frotó las manos nerviosamente, con el rostro muy serio. —Acaba de llegar una comunicación del grupo de combate que enviamos a la base de los Amos. El planetoide que hemos destruido sólo era un puesto de escucha y espionaje.
—Ya veo—dijo Luar, sin acabar de comprender.
—No, no es eso—se le veía aún más nervioso. —El problema es que, al parecer, desde el puesto espía enviaron una comunicación de muy larga distancia antes de que llegasen nuestros cruceros. Cuando llegó la respuesta, el planetoide había sido arrasado, pero nosotros la interceptamos y decodificamos.

Mónica se puso tensa.

—Y… ¿qué dice el mensaje?—preguntó Erin.

Illu miró nerviosamente a su alrededor. Luego miró a Mónica a los ojos, con infinita tristeza.

—"Capturar al Rylhan a cualquier coste"


*


Los cuatro poderosos impulsores de la nave cobraron vida y la Elcano aceleró con contundencia, a más de cien g[4]. Con el compensador funcionando a todo rendimiento para proteger a sus ocupantes, la nave ganó velocidad muy rápido, y en apenas cinco minutos Megger quedaba a más de cuarenta y cinco mil kilómetros a popa.

Mónica cortó la impulsión con la nave viajando a más de trescientos mil kilómetros por hora. Orientó la proa hacia la señal de la primera boya de navegación del acceso "norte" del Paso, a tres cuartos de año luz de distancia, siguiendo el pasillo de vuelo que tenían asignado. Aún debían recorrer otros cincuenta mil kilómetros para salir de la zona de cinturones de satélites de Megger. Se establecía un espacio restringido de cien mil kilómetros alrededor de todos los planetas, en el cual, por seguridad, estaba prohibido saltar al Hiperespacio o emerger de él, por el elevado riesgo de colisión con algún objeto orbital o nave en tránsito.

Apenas tardarían tres minutos en recorrer aquel trecho, a la velocidad que volaban en aquel momento.

A bordo todos estaban callados, sumidos cada uno en sus propias cavilaciones. Los recientes hechos los tenían absortos. Los ataques a Mónica y Erin, el sorprendente e inexplicable poder de Alexia, las revelaciones de Illu acerca de los Amos y los kürn… Era demasiado para poder digerirlo.

Y, encima, el mensaje interceptado, con órdenes de capturar a quién quiera que fuese el Rylhan a cualquier coste.

"Al menos, dentro de todo este horror, hemos tenido suerte", pensaba Mónica, mientras sentía las reacciones de la nave en los mandos. "No saben nada de Alexia y, ahora, tampoco pueden llegar a ella a través de mí, porque también desconocen que yo estuve allí".

Ajustó un poco el rumbo.

"Debemos llegar cuanto antes a casa. Allí estaremos más seguras, hasta que todo esto se calme un poco y se verifique que no hay más bestias de esas sueltas por la Confederación"

Decidió aumentar la velocidad. Quería llegar al Paso cuanto antes. Empujó la palanca de potencia hasta tres cuartos. La Elcano volvió a acelerar a cien g, ganando velocidad rápidamente.

En aquel momento llegó un mensaje a la pantalla central. Venía del Anillo. Mónica trató de abrirlo, pero sólo salió un galimatías indescifrable. Se extrañó. Con la verificación de envío estándar, no se podría haber enviado un mensaje corrupto. El ordenador no lo habría admitido. Y las antenas de la Elcano funcionaban a la perfección.

—¿Qué es ese desorden?—preguntó Erin. Los demás se giraron hacia la pantalla.
—No sé. Es un mensaje focalizado a nuestra posición desde el Anillo. Y a mucha potencia, lo que implica máxima prioridad—comentó Mónica. —Pero, por alguna razón, no se descodifica.
—Illu debe intentar decirnos algo muy grave, pero no quiere que lo puedan interceptar. Debe llevar una clave de decodificación—razonó Li.
—No me la pide. Al abrirlo, simplemente ha salido eso—dijo Mónica, señalando la pantalla, con el ceño fruncido.
—El mensaje lleva un encabezado extraño…—observó Klaus.



—Combinaciones de un mismo símbolo, alto y bajo. Y dos completamente distintos—dijo Li, con su mente matemática a pleno rendimiento. —¿Quizá binario? Pero no parece un código completo…


011000001011000011001001000101010


—¿Por qué?—preguntó Erin.
—Porque el binario se suele dividir en grupos de cuatro u ocho, y aquí sobraría un cero al principio o al final—señaló él. ¿Alguna palabra en la conversión a binario, Vyla?

Negativo en textorespondió la voz lánguida y femenina de la computadora, a la vez que lo mostraba en pantalla.

—¿Y numérico?

12.673.426

—¿Se os ocurre algo?

—No. Pero no puede ser eso—dijo Erin. —No has tenido en cuenta las separaciones entre los grupos de símbolos, y los círculos, que parecen finales de palabra.

—Cierto—admitió Li, fijándose mejor en el mensaje. —Palabras no pueden ser, porque es binario base, no hexadecimal. Para hacer letras necesitas octetos de bits, y esos símbolos están separados en grupos de dos, tres, cuatro y hasta uno de cinco. Han de ser números. Vyla, nueva traducción a binario respetando separaciones. Los círculos son cambio de línea.

Realizado. Resultado: 3 0 2 3 / 0 12 / 2 1 1 10

—Tampoco tiene ningún sentido que se me ocurra. Ni coordenadas ni nada por el estilo—observó Luar. —Utiliza dos símbolos para decir "1" y luego, inmediatamente al lado, otros cuatro para volver a decir "1". Y lo mismo al principio con los "3". Es muy rebuscado. Tiene que ser algo mucho más sencillo, algo que Illu sabría que podríamos descifrar.

—Busca combinaciones de binarios, Vyla, respetando los espacios. A ver si sale algo con sentido—pidió Li.

La computadora mostró una gran cantidad de resultados en la pantalla. Nada tenía sentido inmediato.

Ningún resultado destacable.

Pensativos, guardaron silencio. Irianea y los padres de Mónica se les habían unido, tratando de descifrar el mensaje.

—¿Algún otro código de tipo dual que se os ocurra?—preguntó Annevar. —Porque no está en ningún código confederado, ni vianhio, ni meggio que yo reconozca.

—Pues no creo que los meggios conozcan el Morse, aquél antiguo código de puntos y rallas de… —comentó Antonio para distender un poco el ambiente.

Mónica y Li se miraron con los ojos muy abiertos. No podía ser algo tan simple… ¿O sí?

Vyla—pidió Li con la voz temblorosa. —Convierte a código Morse.
Completado. Traducción viable.

En la pantalla apareció una serie de puntos y rallas:


.-- .... .-. -- / .... --.. / -. .- ...- .-.-.

Y justo debajo:


WhRm Hz Nav


—Eso tampoco significa nada—masculló Erin, exasperada.
—Sí. Sí que significa—dijo Luar, con mirada concentrada. —Lo primero es Whania Rum. Estoy seguro. Vamos por buen camino.
—¿Y lo demás?—preguntó Vanessa.
—"Hz" puede ser cualquier cosa, pero en Física es el símbolo de los herzios, en los que se miden las frecuencias—apuntó Klaus.

Mónica abrió mucho los ojos y golpeó el puño de una mano en la palma de la otra.

—¡Lo tengo!—exclamó, alborozada. —"WhRm Hz Nav", Whania Rum Frecuencia de Navegación. Las frecuencias del enlace encriptado del sistema de boyas que hemos instalado. ¡Esa es la clave para decodificar el mensaje! Cinco frecuencias para cinco líneas de texto.
—¿Y de dónde ha sacado Illu esa clave si aún es secreta?—preguntó Luar, asombrado.
—Por no hablar del Morse antiguo, que hace décadas que no se usa—apuntó Klaus, mirando apreciativamente a Antonio.
—Yo se la di antes de mi ataque, como cortesía por la atención recibida. Lo del Morse, ni idea—dijo Mónica.
—Desde luego, lo ha escondido a base de bien. Es casi imposible que nadie que intercepte el mensaje lo pueda decodificar sin saber del Morse y de la intención de las abreviaturas—comentó Annevar. —Yo mismo no lo habría logrado nunca.
Vyla, descifra el mensaje principal, usando las cinco frecuencias de puerta de enlace de las boyas de Whania Rum, una frecuencia por línea de texto. Permuta las variaciones, empezando por la primera frecuencia para la primera línea.

Decodificación completada. Ciento veinte resultados de la combinatoria de cinco elementos sin repetición. Sólo uno tiene sentido textual, con el orden de frecuencias invertidas. Texto en pantalla. Idioma original, español básicoexpuso la computadora, mostrando el mensaje en pantalla.
—Español... Ha usado un idioma de la Colonia. Mi idioma materno—comentó, sonriendo Mónica. Pero la sonrisa se le congeló en el rostro al leer el texto.


"Al lado del pequeño avispero quemado había una gran colmena.


La colmena también ha sido neutralizada, por fortuna.


Pero varias avispas agresivas escaparon hacia nuestro árbol.


La mayoría sigue órdenes de su reina, pero no encontrarán la miel.


Dos persiguen a la ninfa y sus antenas por el hueco de los arbustos."

Se hizo el silencio en la cabina. El mensaje era más que elocuente.

Se les echaban encima dos naves de combate de los Amos, buscando apoderarse del SRB.


*


—Todo el mundo a asegurarse. Situación de emergencia—ordenó Mónica, concentrada, afianzándose los cinturones de seguridad de cuatro puntos. No había tiempo para sus reticencias de comunicación con la IA, así que habló con ella directamente sin trabas. —Vyla, alerta roja. Cierre de los mamparos. Asegura la nave para daños en el casco y pérdidas de presión. Sistemas de energía principales a plena potencia. toda la energía secundaria y auxiliar prevenida. Prepara escudo de combate. Inicializa cápsulas y sistemas de soporte vital de emergencia. Transmisión de auxilio en todas las frecuencias, continua. —Y dicho esto, empujó la palanca de aceleración a avante toda. Los motores empujaron la nave a ciento cincuenta g.
Señal de emergencia activada en modo continuo. Cierres asegurados. Compartimentos aislados. Atmósfera de baja presión, excepto en puente y cabina adyacente. Reactor principal y secundarios al cien por cien. Células de energía activas. Condensadores acumulando potencia. Escudo de combate en espera. Compensador de aceleración a nivel de subsistencia. Cápsulas de evacuación activas y preparadas. Trajes ST-99 y burbujas de supervivencia preparados para emergenciaconfirmó la computadora.
—Debido a la configuración de la Barrera en la entrada al sistema Tilán, ellos solo pueden emerger cerca de aquí, para luego poder cambiar el rumbo hacia el Paso. Si saltamos ahora, les llevaremos ventaja dentro de Whania Rum, y más gracias al nuevo PHD—razonó Li. Su mujer asintió con la cabeza. —Pero no podremos esperar a Naler ni a la cañonera. Estaremos solos.
—Saltamos a la boya de entrada del Paso. Destino a cero coma setenta y cinco años luz—dijo Mónica, sin dudar. Activó los controles del hipermotor. Los condensadores estaban a plena carga desde antes de salir del Anillo. Illu había dejado la Elcano completamente preparada.

El familiar sonido ascendente de la carga de energía recorrió la nave, y se abrió una ventana de salto a doscientos kilómetros a proa. La Elcano se precipitó hacia el abismo.








[1] El "suelo" del Anillo es paralelo a la superficie planetaria. O sea, la cara del Anillo que da al planeta, es el suelo de la gigantesca instalación. Como toda la superestación orbita a la misma velocidad que Megger, no hay microgravedad producida por la parábola orbital, sino que el anillo disfruta de casi la misma gravedad natural que el resto de la superficie del planeta. (N. del A.)
 
[2] En condiciones normales, un hueso largo que se ha roto limpiamente, tarda entre 4 y 6 semanas en soldarse por completo. Si hay que intervenir, poner clavos y reconstruir, o si se trata de una articulación o un hueso plano, pues la cosa puede alargarse considerablemente. La tecnología médica de la Confederación puede reducir el tiempo normal de soldado de un hueso a unos 12-15 días. Pero que los huesos aplastados de un brazo se curen en apenas 5 días es algo completamente sorprendente. De ahí el estupor de los médicos. (N. del A.)
 
[3] Com: forma de nombrar a la lengua común de la Confederación, el idioma de intercambio. (N. del A.)
 
[4] La unidad de aceleración subluz de las naves se mide en "g" (ges), o lo que es lo mismo, en cuantas "gravedades" gana velocidad. Se toma la referencia de la aceleración gravitatoria media de todos los planetas habitables, que, aunque presentan gran disparidad de tamaños (desde el pequeño Entanimoe de los naderios hasta las grandes supertierras como Marelan y Thanelan en Ninrud, o el propio Megger), todos gozan de una gravedad superficial muy similar a la terrestre, de alrededor de 1g. En este caso, se ha fijado por convención un valor de g =10 m/s2. Por tanto, una aceleración de, por ejemplo, 10g significaría aumentar en 100m/s (360km/h) la velocidad CADA SEGUNDO. Y, sin el compensador de aceleración, eso significaría sentir tu cuerpo 10 veces más pesado durante todo el incremento de velocidad. (N. del A.)





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