sábado, 15 de septiembre de 2012

Capítulo Veintiuno: LA ÓRBITA (parte 1)


((Este capítulo también está partido en dos. Al parecer, al sistema del blog no le gusta lidiar con grandes extensiones de texto, jajajaja))

Lo primero que sorprendió a los pequeños, aunque sus madres ya les habían explicado con detalle con qué se encontrarían, fue la enorme vastedad que los rodeaba.

 
Allí abajo, en la luna, el mar y el cielo ponían límites definidos a las distancias. En cambio, en la órbita, se sintieron insignificantes. Menos incluso. Lo que los envolvía era inimaginablemente inmenso. La barrera anaranjada de la nebulosa era la única limitación de tamaño, pero se percibía tan sumamente alejada que parecía inalcanzable.

Lo segundo fue el ominoso silencio. Nada. Ni el más mínimo rumor, silbido, vibración o susurro. Nada en absoluto. Una quietud densa y absoluta, rota únicamente por el amortiguado latido de sus corazones. No les hizo ni pizca de gracia. Habían nacido en un mundo, en un entorno de sonidos ricos, variados y permanentes. Allí no había nada. No obstante, enseguida descubrieron que el resto de sus sentidos suplían aquella carencia con nuevas y estimulantes sensaciones.

Sus cuerpos ya habían empezado a comportarse de una manera distinta. Instintivamente, aleteaban en las corrientes de fuerza de un modo diferente a como lo hacían en el agua. Su sistema de termorregulación trabajaba eficientemente, equilibrando la gran diferencia de temperatura existente entre las partes iluminadas de sus cuerpos y las que estaban en sombra.

Por primera vez podían sargrar su entorno sin la interferencia de la gravedad de su mundo natal. Percibían las órbitas, las fuerzas de cada astro, sus interrelaciones… era algo hermoso. La belleza de las corrientes electromagnéticas provocadas por la pequeña estrella los sobrecogió. Percibían las radiaciones que inundaban el espacio a su alrededor, que gamiaban con claridad en un baile de líneas rectas multicolores de longitud infinita.

Y, sobre todo, podían vibsar al fin. Era la primera vez que podían percibir el Otro Lado y sus extraños y efímeros pasillos. Allí abajo, en la luna oceánica, el campo gravitatorio y la densidad de la materia circundante anulaban por completo el sensible sentido de la vibsa.

También era la primera vez que podían usar su olfato a plena capacidad. En el mar no podían extender los filamentos olfativos, porque el agua salada los saturaba y los enredaba. Además, los Nadadores y los parásitos los mordisqueaban y eso les provocaba un dolor insoportable.

Pero en el espacio todo era distinto. Desarrollaron los seis haces de delgados filamentos y pudieron captar un abrumador y colorido festival de fragancias, olores y efluvios[1].

Extendieron los delicados pétalos de sus lomos para exponerlos a la luz del sol. El color verde oscuro que presentaban en el mar pasó a un hermoso tono esmeralda brillante. La luz pura de la estrella, sin distorsiones atmosféricas, hizo que las microalgas que habitaban los pétalos se desarrollasen como nunca lo habían hecho.

Destello estaba extasiada. Los colores, las magnitudes, la energía, los olores, sus finísimos sentidos aguzados al máximo, la estimulante variedad de fuerzas… Era una avalancha de sensaciones nuevas tan abrumadoras que creyó que perdería el sentido.

Había una cosa en especial que la tenía absorta: el extenso anillo del planeta gigante. El Mundo Vivo orbitaba al enorme planeta en una gran división vacía entre anillos. Desde aquella órbita hacia fuera los anillos eran más tenues y dispersos, alterados por la gravedad de la luna oceánica. Pero, entre el satélite y el planeta, el anillo era denso y compacto. Millones de fragmentos de todos los tamaños formaban una vasta superficie frente a ellos, perdiéndose en ambos lados mientras se curvaba elegantemente. El anillo, de un blanco refulgente, parecía sólido, a pesar de que Destello sabía perfectamente que no lo era. En aquella posición, casi de canto con el anillo, el efecto era hermosísimo.

Pudo sentir varios fragmentos, más o menos grandes, que describían órbitas poco estables en el vacío entre anillos. Pequeñas aglomeraciones de residuos, de trayectorias alteradas por la interacción gravitatoria entre la luna y el planeta. Pensó que, en ocasiones, alguno de ellos debía acabar precipitándose sobre el Mundo Vivo, aunque no estaba segura. Era muy complejo predecir el comportamiento de cualquiera de aquellas rocas, pues la interferencia gravitatoria de los dos mundos las hacían cambiar continuamente de órbita y trayectoria.

Dejó de preocuparse por ello y se concentró en la última tarea que quedaba pendiente: asimilar el globo.

En el vacío del espacio, la enorme bolsa se había vuelto gigantesca, de más de dos Cuerpos de diámetro y casi seis de longitud. El delgado tejido que la formaba parecía a punto de reventar a causa de la enorme presión que ejercía el gas encerrado en su interior.

Debía asimilarla de nuevo. Todos debían hacerlo. Otra tarea tediosa que posponía la diversión. Sin embargo, absorber el gas y el tejido del globo sería mucho más rápido que producirlo y llenarlo.

De paso incrementarían sus mermadas reservas de combustible. Y obtendrían alimento para empezar a regenerar los tejidos y músculos atrofiados voluntariamente durante la preparación para el Despegue.

El alma de Destello se agitó, rebelándose a permanecer allí, flotando inactiva asimilando el enorme globo, cuando había tantísimas cosas por experimentar y tantísimos rincones por explorar.

Pero no quedaba más opción que tener un poco de paciencia.

*

“Bueno…”, pensó alegremente. “Hay que reconocer que reasimilar el globo de gas no es tan mala idea. Me encuentro mucho mejor, he descansado y mis reservas de combustible están, por lo menos, a la tercera parte. No está nada mal, teniendo en cuenta las circunstancias…”

Toda su familia la rodeaba. Flotaba en un medio ambiente increíble. Hostil y duro. Pero más bello y estimulante de lo que jamás habría podido imaginar.

Mamá, Bandas, Amanecer, Bebé… Todos sus amigos, toda su familia, todos aquellos a los que quería estaban allí, junto a ella, viviendo aquella experiencia.

Todos excepto una.

Miró hacia abajo, hacia la luna oceánica. El maldito manto de nubes de ceniza volcánica cubría todo el planeta y no podía ver el mar. No podía contemplar la belleza del Mundo Vivo, porque aquella espesa bruma gris lo ocultaba todo.

Cuidadora ocupaba sus pensamientos.

Por un momento barajó la posibilidad de intentar comunicarse con su querida amiga. A pesar de la altitud y la distancia, de las interferencias provocadas por la estrella y de desconocer dónde se encontraría la joven exactamente, estaba segura de que, si no comunicarse, al menos podría transmitirle que todos ellos habían alcanzado la órbita a salvo. Incluso las Caparazones, arrastrando tras de sí a sus hijos cuando se quedaron sin combustible, lo habían logrado. Y la habían impresionado vivamente.

Pensó en ello un rato. Daban muchas vueltas por Ciclo al planeta, así que tenía muchas oportunidades de intentarlo. Había algo que la preocupaba. Justo al salir del mar, impulsada por su globo, creyó percibir una transmisión de pesar y derrota de Cuidadora. Casi como… como si se fuese a dar por vencida y a dejarse llevar por la oscuridad… No estaba segura en absoluto. Era solo una vaga sensación. Pero le causaba un molesto desasosiego.

Así que, cuando volvieron a orbitar por encima del punto desde el que habían despegado, Destello forzó al máximo su capacidad para magtir y focalizó una potente transmisión en dirección al mar. La intensa señal pilló a todos sus amigos y a todas las criaturas que la rodeaban, por sorpresa.

—¡CUIDADORA! ¡CUIDADORA! ¡SI ME RECIBES, SI PUEDES PERCIBIRME, SOY YO, DESTELLO! ¡LO HEMOS LOGRADO! ¡ESTAMOS TODOS AQUÍ, SANOS Y SALVOS, EN LA ÓRBITA! (Expectación)

Guardó silencio un momento, magtinando al máximo para tratar de percibir una respuesta, una señal, por débil que fuese, que atestiguase que su amiga la había recibido. Nada. Volvió a transmitir a plena potencia:

¡SOBREVIVE Y ESPÉRAME! ¡NUNCA TE RINDAS! ¡JAMÁS! ¡PORQUE YO TE ASEGURO, TE PROMETO, QUE NADA EN ESTE UNIVERSO ME IMPEDIRÁ REGRESAR Y VOLVER A ESTAR CONTIGO! ¡¿ME RECIBES?! ¡NADA! ¡ESPÉRAME Y SÉ TODO LO FELIZ QUE PUEDAS, PORQUE VOLVERÉ! ¡VOLVERÉ A POR TÍ… HERMANAAA! (Determinación, Fidelidad, Cariño)

Excepto su familia, ninguna de las criaturas que había allí en órbita había comprendido nada más que las emociones básicas. Pero sus amigos temblaron de emoción por las palabras de Destello. Ella aguzó sus sentidos hasta el umbral del dolor. Sabía que Cuidadora, debido a su mutilación, no podía transmitir con demasiada potencia, pero aún así esperaba captar algo.

Pero no percibió nada. Le llegaban miles de señales desde el mar, atenuadas por la distancia y la nube de ceniza… Pero ninguna de su querida amiga. Ni el más mínimo indicio. Un horrible presentimiento anidó en su corazón.

La vaga sensación que había creído sentir cuando se despidió de ella empezó a transformarse en una repugnante certeza.

Se estaban alejando. Su velocidad orbital los llevaba inexorablemente hacia la cara opuesta del planeta. En pocos momentos estarían fuera del alcance de las transmisiones. Destello no pudo evitar emitir una desolada tristeza.

Y entonces, débil y lejana, una señal.

Aquí estaré. Te lo prometo… ¡hermana!

*

Cuidadora se había dejado llevar por su destino.

Flotaba en la inmensidad líquida, abandonada a todo, apática e indiferente, consumida por aquella torbellino interno de autocompasión y dejadez.

Hacía casi dos Ciclos que su familia había abandonado el planeta. No sabía nada de ellos. ¿Habrían llegado todos bien y a salvo a la órbita? ¿Se habrían encontrado con los repugnantes Ensartadores? Si todo había ido bien, debían estar descansando en la órbita, asimilando sus globos y reponiendo fuerzas para llegar hasta el planeta gigante.

Aquellos pensamientos la inquietaban profundamente. Pero sólo duraban un momento. Dolorosamente consciente de su imposibilidad de seguirles, de su impotencia, se dejaba arrastrar nuevamente por la ominosa oscuridad que iba anidando en su corazón.

¿Qué importaba todo ya? No podría ser madre, no podría regresar al espacio… estaba muerta por dentro. Lo sabía. Y, dentro de poco, también por fuera.

En aquel mismo momento le llegó una potente transmisión. Una señal con una intensidad tal que inundó el ambiente.

Supo al instante quién la mandaba. La única que podía transmitir con aquella potencia.

Destello, pensó.

—¡CUIDADORA! ¡CUIDADORA! ¡SI ME RECIBES, SI PUEDES PERCIBIRME, SOY YO, DESTELLO! ¡LO HEMOS LOGRADO! ¡ESTAMOS TODOS AQUÍ, SANOS Y SALVOS, EN LA ÓRBITA! (Expectación)
Se produjo una pequeña pausa.

¡SOBREVIVE Y ESPÉRAME! ¡NUNCA TE RINDAS! ¡JAMÁS! ¡PORQUE YO TE ASEGURO, TE PROMETO QUE NADA EN ESTE UNIVERSO ME IMPEDIRÁ REGRESAR Y VOLVER A ESTAR CONTIGO! ¡¿ME RECIBES?! ¡NADA! ¡ESPÉRAME Y SÉ TODO LO FELIZ QUE PUEDAS, PORQUE VOLVERÉ! ¡VOLVERÉ A POR TÍ… HERMANAAA! (Determinación, Fidelidad, Cariño).

Cuidadora, abrumada por la señal, sorprendida por el mensaje e incapaz de ignorar la carga emocional y la promesa de su amiga, reaccionó.

No podía dejarse llevar así. Con los Masticadores, durante la emboscada anterior al ataque de los Desgarradores, le había pasado lo mismo: primero se dejó llevar por el pánico, para luego darse cuenta de que era más poderosa que ellos, que no tenía nada que temer.

Entonces, ¿por qué rendirse ahora? ¿Porque se sentía desgraciada? ¿Porque no podía volver al espacio? ¡Menuda tontería! Ciertamente, no poder ser madre de nuevo era horroroso. Pero no por ello debía abandonarse de aquel modo. No podía dejarse morir así, sin más, sin lucha.

¿Qué sentido tenía?

En aquel preciso instante, un torrente de determinación, de ganas de vivir, la inundó, disipando la desesperación, la derrota y la oscuridad de su corazón.

Hizo acopio de todo su valor, de todo su cariño y de toda la fuerza que le quedaba y transmitió con la mayor potencia que pudo.

Aquí estaré. Te lo prometo… ¡hermana!

Y no pensaba faltar a su promesa dos veces.

*

Sus madres les enseñaron a calcular distancias, velocidades y trayectorias. No era especialmente difícil. Podían sentir cada sutileza de la gravedad de todos los cuerpos celestes, magtinaban con claridad los campos magnéticos de los planetas y las inmensas y poderosas corrientes de fuerza procedentes de la estrella, veían cada posibilidad, cada reacción, cada consecuencia de todas y cada una de las trayectorias y rumbos que pudiesen imaginar. Podían anticipar cualquier error, cualquier modificación, cualquier cambio.

Era tan estimulante que hasta les dolía. Allí, en aquel ambiente de infinitas posibilidades y retos, podían desarrollar al máximo las capacidades y el potencial que les había regalado la Naturaleza. Allí, podían ser aquello para lo que habían nacido.

Navegantes.

Era el momento de abandonar la órbita de su mundo natal y adentrarse en el espacio, en dirección a los anillos del planeta gigante. Debían alimentarse y desarrollarse al máximo, pues los desafíos de su nueva vida iban a ser extraordinarios.

Luchadora, por una parte, pensó que alejarse del grueso de la manada en aquel momento podría suponer un riesgo. No pasaba nada por esperar unas cuantas órbitas más, hasta que todo el rebaño se pusiese en camino. Pero los jóvenes estaban tan excitados e impacientes que costaba horrores retenerlos.

Afinó sus sentidos y no detectó ninguna amenaza, ningún peligro. Tras el enfrentamiento con los Desgarradores, todos se habían vuelto un poco orgullosos, osados y confiados.

Si no han atacado ya, no parece probable que anden por aquí cerca… No están presentes en todos los Despegues”, pensó.Y no hay sitios donde emboscarse por aquí cerca”.

Los jóvenes estaban exultantes. Era la hora de la verdad, de ver de qué era capaz cada uno. Y todos los ojos estaban puestos en la fascinante Destello. Durante su vida en el mar había demostrado sobradamente que era una criatura extraordinaria, un ser especial y único. Era el momento de ver hasta dónde alcanzaba realmente su potencial.

Como tenían poco combustible y debían ahorrarlo por seguridad (nunca se sabía qué podía pasar de repente), solo utilizarían la fuerza magnética que los rodeaba. Si algo sobraba en aquel pequeño sistema estelar era, precisamente, energía.

Los órganos de control electromagnético de sus cuerpos empezaron a brillar, mientras los miembros de la singular familia acumulaban, redirigían y aprovechaban las potentes corrientes magnéticas.

Aceleraron en el seno del campo de fuerza de la luna, adquiriendo cada vez mayor altitud. Describían una curva abierta a lo largo de la cual adquirían cada vez mayor velocidad. El influjo del campo de fuerza del satélite se iba diluyendo lentamente en el más intenso y contundente del planeta gigante. Las turbulencias de las corrientes de fuerza procedentes de la estrella supusieron una estimulante diversión para los jóvenes Navegantes y Caparazones.

No podían parar de jugar. Era una sensación tan nueva, una experiencia tan increíble que no querían perderse ni la más mínima posibilidad, ni el menor detalle.

Como habían esperado, Destello era la Navegante más extraordinaria de la que tenían noticia. La joven exhibía un control absoluto y salvaje de su entorno. Aprovechaba las corrientes y las turbulencias con una agilidad y una eficiencia desconocidas hasta entonces.

Pero lo que vino a continuación los dejó mudos de asombro. Ya los habían visto en acción antes, en el mar. Y eran impresionantes. Sin embargo, allí, en el espacio, su poder era abrumador.

La velocidad que la pequeña podía desarrollar gracias a sus impulsores laterales era mayor que la de cualquier Navegante. Podía rivalizar, incluso, con los mismísimos Ensartadores.

*

Bandas la retó. Desde que abandonaron la órbita del Mundo Vivo y se sumergieron en la magnetosfera del gigante gaseoso, su amigo no paraba de intentar competir con ella. Era un ejemplar muy bien equipado para navegar en el espacio. Pero Destello era claramente superior. Sin embargo, en vez de tomárselo mal, el joven se divertía de lo lindo viendo hasta dónde era capaz de llegar su amiga. Observaba extasiado las evoluciones, las maniobras y el control de Destello. Y él, aún sabiendo que no podría alcanzarla, trataba de imitarla lo más fielmente posible.

Desde su conversación en la laguna, se sentía mucho mejor. Ahora disfrutaba de la aventura del espacio con ella, sin miedo ni desconfianza. La muerte del Desgarrador lo había turbado profundamente. Pero el carácter amable y divertido de Destello acabó por imponerse y el sordo temor inicial se convirtió en franca admiración.

No obstante aún quería ver una cosa más. Ella exhibía una enorme potencia y un control exquisito. Pero él quería comprobar cuán rápida era. Así que la incitó, desafiándola a una carrera. Por supuesto, ella aceptó sin vacilar.

Sus madres los observaron con una ligera preocupación. Sin embargo, su curiosidad podía más que sus reservas.

Bandas y Destello se colocaron el uno junto a la otra y se prepararon.

Amanecer se colocó frente a ellos y contó hasta cuatro, bajando un par de aletas con cada número. Cuando bajó el último par, los dos jóvenes salieron disparados.

Se mantuvieron más o menos a la par. Destello era muy rápida y aceleró enseguida. Pero Bandas no se quedó atrás. Navegaba con vigor, desarrollando una potencia admirable. Los bordes de las aletas de los dos jóvenes brillaban intensamente, debido a la gran cantidad de energía que estaban canalizando. Él, como macho, poseía unos músculos más robustos y potentes que ella. Pero ella tenía menos masa y sus extremidades eran más estilizadas y eficientes.

Al parecer, Destello tenía una capacidad de maniobra y de control de energía muy superior a los demás. Pero en velocidad y aceleración, parecía mantenerse dentro de unos límites más normales.

Hasta que decidió mostrar todas sus cartas.

Corres mucho. Algo más que yo. Pero acabaré atrapándote (Confianza)—emitió Bandas.
¿Estás seguro de eso? Si te llevo ventaja desde que Amanecer nos dio la señal de salida (Diversión)
Pero no podrás mantener esa ventaja mucho más tiempo. Soy más resistente y fuerte que tú (Orgullo). Te cansarás y te atraparé.
¿Yo? ¿Cansarme? Antes de que yo me canse tú suplicarás que te remolque (Dignidad, Superioridad).
Pues ya te estoy alcanzando (Seguridad). —Ella comprobó que era verdad. Bandas era mucho más rápido de lo que había creído en un principio. Lo había subestimado. Se esforzó más.

El joven también iba al límite de lo que podía dar de sí. Estaba casi extenuado. Se había marcado un farol y, de momento, ella se lo había creído. Pero en realidad no aguantaría mucho tiempo. Cuando Destello se esforzó un poco más enseguida le sacó ventaja.

Sin embargo, ella se había creído totalmente el farol de su amigo. Estaba convencida de que se iba a cansar antes que él, a pesar de encontrarse bastante bien. Si hubiese sabido lo cansado que realmente estaba Bandas, se hubiese entretenido en dar vueltas a su alrededor, burlándose amigablemente de su prepotencia.

Por ello se esforzaba al máximo, tratando de obtener una ventaja que realmente no le hacía falta, pues Bandas no podía ganar de ningún modo.

Entonces se le ocurrió una idea. Los impulsores magnéticos.

Habían demostrado su eficacia en el mar en varias ocasiones. Si se parecían tanto a los de los Ensartadores como su madre le había contado, seguramente serían igual de útiles allí.

Decidida, forzó sus músculos y canalizó la energía hacia las alargadas estructuras.

Los bordes de los dos impulsores empezaron a brillar. Apenas un instante después refulgían como dos soles.

Instintivamente, Destello alineó los sorprendentes órganos con el campo magnético y empezó a emitir rápidos pulsos sincronizados a través de ellos.

Bandas, asombrado, observó cómo su amiga se perdía en la distancia en apenas unos latidos. No daba crédito. La joven había desarrollado una aceleración inconcebible para ningún Navegante. Dudó que ni siquiera un Ensartador fuese capaz de darle alcance.

*

No se lo podía creer.

Era fantástico. Una sensación extraordinaria.

Cuando decidió probar sus impulsores no podía imaginarse algo así.

Experimentó una aceleración impresionante. Había dejado a Bandas atrás con una facilidad pasmosa.

La salvaje potencia de sus órganos la llenó de felicidad. Era maravilloso poder navegar a aquella velocidad. Sintió que su potente avance creaba incluso pequeñas turbulencias magnéticas a lo largo de su trayectoria de vuelo. Iba tan rápido que alteraba levemente la magnetosfera local del planeta.

Era una sensación pura de libertad, de dominio.

Se sintió enorme, poderosa, capaz de alcanzar cualquier meta. Podría haberse dejado llevar por aquella emocionante velocidad durante el resto de su vida. No podía imaginar una plenitud mayor.

Sin embargo, por mucho que estuviese disfrutando, no podía alejarse indefinidamente. Debía volver junto a su familia.

Si algo había aprendido en el mar era que no podía dejarse llevar por un exceso de confianza en sus habilidades. Los carnívoros del mar se lo habían demostrado claramente. Y le quedaba muchísimo por aprender aún.

Así que, con cierto pesar, disminuyó la potencia de sus impulsores y estudió el entorno para regresar.

Tenía dos opciones. O daba la vuelta completa al gigante gaseoso, sola, o trazaba una curva a través de la magnetosfera para atrapar a mamá y los demás por detrás.

No era como en el mar. Allí no podía simplemente frenar y volver atrás. La gravedad la precipitaría contra el planeta. Y si cambiaba bruscamente de dirección o trazaba una trayectoria demasiado cerrada, el calor producido podría llegar a incinerar su cuerpo.

Decidió seguir las líneas del campo magnético y describir una amplia curva hacia la derecha. Con su velocidad actual apenas necesitaría impulso adicional para vencer la atracción gravitatoria cuando volase en el rumbo contrario.

Controlando concienzudamente lo que hacía, siguió la trayectoria que había decidido y se dirigió tranquila hacia sus amigos.

*

Luchadora la vio alejarse como una centella. Una leve preocupación empañó su mirada. Aún recordaba el ataque de los Ensartadores dos Grandes Revoluciones atrás. En aquella zona podía haber bichos de aquellos, pues a veces acechaban en los Despegues. Y siempre acababan cobrándose alguna víctima…

No obstante, la preocupación que sentía quedó en segundo plano. Lo que realmente ocupaba su corazón era un inmenso orgullo.

Aún no podía creer que aquella criatura extraordinaria y fascinante hubiese nacido en su seno.

Destello había demostrado sobradamente que era especial y única. Cada Ciclo que pasaba era una nueva prueba de ello.

¿Hasta dónde sería capaz de llegar su querida hija?

Ni siquiera podía acercarse a imaginarlo. Sólo el tiempo lo diría.

Pero tenía el fuerte presentimiento de que a Destello le esperaba un Destino especial. Y también desafíos extraordinarios…

La pequeña había decidido volver por fin. Sintió un gran alivio al ver que regresaba.

*

Comprobó la posición de sus compañeros. Seguían todos ocultos, indetectables tras aquellos pequeños pedazos de roca. Las discretas formaciones rocosas, en ocasiones, se acercaban bastante a la luna oceánica, permitiéndoles acechar a sus presas.

Cuando coincidía un acercamiento con un Despegue, era todo un festín. Cientos de presas potenciales, con pocas oportunidades de defensa, corazas escasas y músculos débiles… Aligerarse para despegar las ponía en una perfecta situación de vulnerabilidad. Una situación en la que ella y sus compañeros de jauría podrían alimentarse a placer, como en tantas otras ocasiones. Lástima que el escondite no estuviese sobre el satélite permanentemente…

Un pequeño grupo de Navegantes y Caparazones se separó de la manada principal. Vio a varios Puntiagudos volando veloces hacia el planeta Gigante. Los ignoró. Eran demasiado rápidos, pequeños y poco nutritivos como para gastar energía en perseguirlos. Igual que con las crías de Dardo Explosivo. Apenas eran mayores que la punta de sus tentáculos. No tenían ningún interés.

Pero con los Navegantes y los Caparazones la cosa cambiaba. Aunque no eran tan nutritivos al despegar como cuando venían al Mundo Vivo para criar, eran presas grandes y relativamente fáciles, dada su momentánea debilidad.

Estaba al acecho cuando vio a dos de los jóvenes Navegantes apartarse del grupo. Había algo raro en ellos. Emitían una intrincada y compleja variedad de señales, mucho más rica que en el resto de criaturas allí reunidas. De hecho, mucho más rica que todo lo que había percibido en ninguna de las criaturas con las que se había cruzado. Ni siquiera con sus compañeros.

Incómoda, no supo qué pensar de aquello. Cerró los ojos con fuerza, para alejar aquellos pensamientos de su mente. Debía alimentarse. Era lo único que importaba. Arrancar pedazos de cálida carne de aquellas presas y sentirlas deslizarse por su garganta hasta su estómago.

En su vientre, esperaban ansiosas cuatro crías. Una feroz anticipación la embargó.

Se fijó en sus presas. Eran una hembra y un macho. Pero la hembra era algo extraña, distinta. Creyó ver un corto y delgado colmillo en su hocico. Y los bordes delanteros de sus aletas reflejaban la luz de un modo curioso. También era algo más estilizada que las otras hembras y su armadura parecía más robusta.

De pronto, otra hembra joven y aparentemente normal, se colocó ante los dos jóvenes. Empezó a bajar las aletas por pares, emitiendo señales cortas y precisas. No entendía nada. Cuando la joven bajó el último par de aletas, los otros dos se lanzaron a toda velocidad.

No podía creerlo. Estaban jugando, compitiendo a ver cuál era el más rápido. Asistió divertida a aquel inútil entretenimiento. Mal sitio para jugar. Y para cansarse. Ciertamente, aquella cacería iba a ser muy fácil. Tenían a una hembra joven, sola y desprevenida, a poca distancia. Y otros dos jóvenes absortos en sus juegos, alejándose de la relativa protección de sus madres.

Sus compañeros de jauría también lo habían visto. Una deliciosa emoción por la inminente caza embargó sus mentes depredadoras.

Se pusieron en movimiento sigilosamente. Dos de sus compañeros se unieron a ella, para ir a por los dos Navegantes que competían. Otros dos atacarían por sorpresa, en el último momento, a la desprevenida joven. Y el resto de la numerosa manada caería por sorpresa sobre el grupo de madres Navegantes y Caparazones.

La cosa se puso aún mejor cuando vieron que el resto de la manada que había despegado del satélite seguía orbitándolo, formando una larga línea de presas, justo tras su grupo objetivo. Había alimento para todos.

Tensó los tentáculos y puso en marcha sus impulsores magnéticos. Entonces, observó algo extraño. La joven que competía con el macho, aceleró de repente hasta alcanzar una velocidad asombrosa. El macho se retiró de la carrera y regresó hacia el grupo, describiendo una elegante trayectoria curva.

Perfecto, pensó.Ahora hay tres crías solas”.

*

Río percibió un leve movimiento a su izquierda. Un pequeño grupo de rocas orbitales pasaban veloces entre el Mundo Vivo y el gran planeta. No era extraño. Solía pasar. A veces, a causa de las interferencias gravitatorias, aquellas rocas se acercaban mucho a la luna. Una vez había visto a una de ellas entrar en órbita del satélite y volver a escapar tres o cuatro vueltas después.

Nerviosa, comprobó que, sin querer, se habían separado bastante de la manada principal. Y que Amanecer quedaba por detrás de ellos, en una órbita más elevada y, por tanto, más lenta. Bandas y Destello, a gran distancia, describían dos trayectorias distintas para volver al grupo, en el vacío de la división entre anillos. No parecían estar en peligro.

La única pega era que Amanecer, debido a su posición relativa con respecto a ellas, estaba fuera de alcance si surgían complicaciones. Debido a su desplazamiento orbital, no podrían cambiar de trayectoria e ir hacia ella sin dar la vuelta completa al Mundo Vivo o trazar una enorme curva a través del vacío entre anillos.

No estaba preocupada, en realidad, sólo algo incómoda. Los Ensartadores acostumbraban a atacar desde la cara oculta de la luna, orbitando a gran velocidad y abalanzándose sobre las manadas en despegue cuando eran más vulnerables.

No era nada habitual que atacasen desde las rocas orbitales, pues nunca se sabía por dónde iban a pasar exactamente. De hecho, en toda su vida, sólo había visto a dos Ensartadores atacar desde unas rocas como aquellas. Y los detectaron enseguida.

No obstante, algo en su interior, una indefinida sensación, la intranquilizaba.

Luchadoramagtió—. No sé… algo me preocupa. Aquellas rocas errantes me inquietan (Aprensión, Alerta).
¿Has visto algo? (Preocupación)—Coral y Bondadosa se pusieron alerta, igual que las Caparazones.
No… pero no me fío. No es la primera vez que vemos ataques durante el Despegue (Inseguridad, Miedo).
Mantengámonos alerta. Como tú dices, nunca se sabe. No podemos fiarnos de los Ensartadores (Suspicacia, Aprensión).

Luchadora recordó involuntariamente el horrible ataque que sufrió casi tres Grandes Revoluciones atrás, cuando se acercaba, embarazada de Destello, a aquella luna.

Deberíamos cambiar de rumbo y regresar junto al resto de la manada (Desconfianza)—recomendó—. Ya volaremos hacia los anillos en otro momento.
Sí… llamemos a los jóvenes (Preocupación). No es buen sitio para jugarterció Coral. Bondadosa estuvo de acuerdo también.

Se disponían a llamar a Bandas y Destello cuando la sangre se les heló en las venas.

Un grupo de Ensartadores había abandonado su refugio tras las rocas, dirigiéndose hacia los jóvenes desprevenidos.

Lo improbable se hizo horriblemente real de repente.

*

La angustiada llamada de alerta de sus madres pilló a Bandas completamente por sorpresa. Aguzó la vista y vio al grupo de Ensartadores, que se dividía en dos. Uno iba a por él y a por Destello, que estaba bastante lejos. El otro iba a por Amanecer.

Valoró inmediatamente sus opciones. En una fracción de latido su preocupación se centró en su querida amiga Amanecer. Destello había demostrado más que de sobra que sabía defenderse contundentemente. Ni siquiera tuvo un atisbo de duda. Había pulverizado al Desgarrador. Un Ensartador no era rival para su joven amiga. Estaba más que seguro de ello.

Pero Amanecer no tenía ningún arma, no era tan rápida como ellos dos y estaba completamente sola ante dos Ensartadores que se abalanzaban sobre ella. Sus madres no podían protegerla. La pequeña estaba en una órbita superior a la suya y por detrás de ellas. Para cuando llegasen hasta ella, de Amanecer tan sólo quedaría una coraza errante vacía de carne y vida.

Moverse en el espacio no se parece en nada a navegar en el mar…, pensó Bandas con evidente desesperación.

Pero él, por la trayectoria que llevaba, podía interceptar a los atacantes. El problema era que sólo tendría una única oportunidad. Si fallaba en el cálculo y no conseguía golpearlos con los filos, Amanecer quedaría totalmente indefensa ante aquellas alimañas. Él no podría regresar a la posición de la joven hasta haber completado una órbita completa al Mundo Vivo.

Observó que Amanecer no reaccionaba. El pánico la tenía inmovilizada.

Decidido, aceleró con toda su alma, exprimiendo hasta la última chispa de enegía de su entorno y se lanzó en una trayectoria suicida contra los dos Ensartadores que atacaban a su querida compañera.

*

Amanecer percibió a sus atacantes en el mismo momento en que sus madres magtinaron angustiadas.

Al ver a aquellos dos horribles bichos abalanzándose sobre ella, con los tentáculos extendidos y los colmillos perforantes prestos a inocular su asquerosa toxina, se quedó paralizada de terror.

¡HUYE, AMANECER! ¡MUÉVETE DE UNA VEZ! ¿A QUÉ ESPERAS? ¡HUYE! (Extrema Urgencia, Miedo, Irritación)—La potentísima transmisión de Bandas la sacó de su estado de shock, haciéndola reaccionar.

Desesperada, la joven sobrecargó instintivamente sus músculos con la electricidad que impregnaba el ambiente y encendió sus propulsores a máxima potencia, avanzando a gran velocidad.

Pero los Ensartadores, con sus propulsores magnéticos lineales, eran mucho más rápidos que ella.

*

Destello asistía impotente al drama que vivían sus amigos. Estaba demasiado lejos para ayudarles. Ni siquiera sus imponentes propulsores de Ensartadora podrían conseguir llevarla hasta Amanecer antes de que aquellos bichos empezasen a devorarla.

Calculó el rumbo y la velocidad de Bandas y vio que su joven amigo tenía bastantes posibilidades de alcanzar a los depredadores antes de que posasen sus repugnantes tentáculos sobre el cuerpo de Amanecer.

En aquel momento, tras la maniobra del valeroso Bandas, el grupo de Ensartadores que se dirigía hacia ella era de cuatro. Dos habían ido a por Amanecer, otros dos a por Bandas y otros dos a por ella. Pero los que se dirigían hacia el joven macho habían cambiado de objetivo en cuanto éste partió a toda velocidad para proteger a su amiga.

Menos mal, pensó aliviada Destello. “Si se hubiesen dirigido hacia ellos no habrían tenido la menor posibilidad”.

Claro que… ahora se dirigen hacia mí…”.

*

Hacía varios Ciclos que patrullaba el anillo exterior. Su enorme cuerpo se movía sin problemas entre los dispersos fragmentos de hielo y roca que lo constituían.

Con todos los sentidos alerta, estaba a punto de abandonar la cara oscura del gran planeta gaseoso. Ya podía vislumbrar la hermosa media luna azulada del Mundo Vivo, acercándose a gran velocidad.

Siempre patrullaba en solitario. No le gustaba formar parte de las partidas de machos que vigilaban el entorno de los anillos. Un gran grupo de criaturas era mucho más fácil de detectar y, por tanto, de evitar.

En cambio, un centinela sólo era un vigilante perfecto. Podía moverse sigilosamente, camuflando su señal electromagnética y haciéndose pasar por una simple roca. De aquella manera había logrado liquidar a varios carnívoros, durante sus ataques a las hembras y las crías que despegaban o llegaban al sistema.

Las grandes cicatrices que roturaban su coraza atestiguaban hasta qué punto había llegado a combatir contra las feroces bestias. Sin embargo, las lucía con orgullo, pues había sobrevivido a todos sus combates. En una ocasión contuvo a una jauría de Ensartadores, que atacaban a cuatro hembras Navegantes y Caparazones con crías, hasta que otros dos machos acudieron en su ayuda.

En aquella batalla, no obstante, perdió la movilidad de una aleta, la visión del ojo derecho y la sensibilidad de gran parte de ese mismo costado. El último Ensartador, aprovechando que estaba liquidando a otro con los filos, consiguió inocularle su toxina paralizante y se produjo una reacción adversa de la que no se recuperó nunca más. Cuando sus compañeros llegaron, el maldito bicho estaba empezando a devorar la carne de su lomo.

Pero no pudo disfrutar de su banquete más que un par de latidos, pues sus amigos lo destrozaron con los colmillos y los filos.

De todos modos, no le importaba. Las heridas se habían curado y con un ojo y el magto le bastaba para percibir hasta el más mínimo detalle de su entorno. ¿La aleta inútil? No era un problema. Al contrario. Al ir a la deriva, arrastrada por el resto de su cuerpo, se había convertido en un arma excelente. Los Ensartadores eran incapaces de prever los movimientos de la aleta inerte y se llevaban unas sorpresas muy desagradables.

Todas aquellas heridas eran recuerdos y experiencias de una muy larga vida. Una vida entera protegiendo a sus congéneres y a sus crías. Se había convertido en uno de los mayores, más astutos y más respetados Navegantes de la Zona de Cría.

La luna azul aumentó de tamaño rápidamente, hasta que pudo ver los cientos de criaturas de todo tipo que despegaban del pequeño mundo oceánico.

Manteniéndose vigilante, se desplazaba sigilosamente de roca en roca, a mayor velocidad orbital que éstas. Se había convertido en un auténtico maestro del camuflaje. Para evitar brillos delatores, siempre mantenía su piel metálica sucia y llena de polvo, excepto en épocas de celo. No emitía ninguna señal. Y, para desplazarse, usaba con extrema habilidad las líneas de campo magnético más débiles del entorno. Al contrario que todos las demás criaturas, que buscaban las zonas de mayor energía, él se apoyaba en las más tenues, logrando así moverse sin apenas perturbar el ambiente ni emitir ecos electromagnéticos.

De aquella forma, aunque tardaba más en cambiar de dirección, acelerar o frenar, se volvía prácticamente indetectable. Y, si surgía una emergencia, le bastaba con aprovechar los campos de mayor intensidad y punto.

Estaba a pocas Líneas de distancia del grueso de la manada de hembras y crías, cuando observó un pequeño grupo de Navegantes y Caparazones que se había separado un poco de ésta. Al parecer, varios jóvenes se habían puesto a competir y a jugar.

Un cálido sentimiento de nostalgia invadió su corazón, recordando sus tiempos de cachorro. Su primer Despegue… era algo que jamás olvidaría. El torrente de sensaciones que inundó su mente cuando sintió el Espacio por primera vez…

De pronto, llegó hasta él un alud de señales extremamente complejas que no pudo descifrar. Pero sí identificó una cosa: las mandaban desde el pequeño grupito separado y había un inequívoco terror en ellas.

Percibió su entorno en una fracción de latido y encontró la causa del pánico de las hembras.

Seis Ensartadores se abalanzaban sobre el grupo de Navegantes.

Pero lo peor era la manada de carnívoros que aguardaban ocultos entre las rocas para atacar al rebaño de criaturas que se recuperaban del Despegue.

*

El macho joven había huido rápidamente para proteger a su indefensa amiga. No era problema. Sus dos compañeros acabarían rápidamente con ellos. El intento de intercepción del joven Navegante ya había sido advertido. Pero, astutamente, se hacían los ignorantes. En el último momento, cuando el macho estuviese sobre ellos, lo agarrarían con los tentáculos y lo paralizarían. A la hembra le tocaría inmediatamente después.

Una deliciosa sensación de victoria se abrió paso en su mente.

Satisfecha con sus compañeros, se centró en la otra hembra joven, la que corría tanto. Como hembra dominante de su jauría, volaba algo por delante de los otros tres Ensartadores que la seguían. Hubiese preferido que se dirigiesen a por los dos jóvenes y el pequeño grupo de hembras y crías separadas de la manada principal. Pero, viendo la velocidad a la que aquella pequeña Navegante se movía, no le vendría mal un poco de ayuda extra para acorralarla.

La emoción de la caza la embargó. Sintió a sus crías moviéndose en su interior.

No os preocupéis, hijos míos… enseguida comeremos, pensó.

Saliveó al pensar en la deliciosa y tierna carne de su presa. Los ejemplares jóvenes eran especialmente sabrosos, llenos de energía y vitalidad, con la carne prieta y firme, sin la dureza de los ejemplares adultos.

Aceleró, trazando una trayectoria curva que interceptaría a la Navegante mucho antes de que esta alcanzase la protección de la manada. Lo único que estaba logrando la joven era posponer lo inevitable. Le pareció divertido el fútil intento de su presa de escapar a su destino.

Forzó sus impulsores magnéticos un poco más. Tenía hambre. Y sus crías también. No quería esperar ni un latido más de lo necesario en saciar su apetito.

La joven Navegante estaba a menos de media Línea de distancia.

Unos latidos más y sería suya por fin.

*

Bandas percibió algo raro en la actitud de los dos Ensartadores que acosaban a Amanecer. Su agudísima visión captó un fugaz movimiento de los ojos de uno de los carnívoros.

Me han visto. Saben que voy a atacarles. Y se hacen los despistados…”, pensó. “Bueno, pues no les hagamos esperar”.

Forzó sus músculos al máximo. Apagó los propulsores para ahorrar combustible. De todos modos, ya volaba a la máxima velocidad que éstos permitían. Y había energía más que de sobra en el ambiente para navegar a voluntad.

Si pensáis que no me he dado cuenta de que me preparáis una encerrona, vais listos. He luchado y vencido contra un Desgarrador. Vosotros no sois nada en comparación con eso. No pienso subestimaros, pues sé que sois astutos, crueles y muy peligrosos. Pero el Desgarrador también lo era”.

Con el corazón henchido de orgullo, determinación y valor, apuntó al centro entre los dos Ensartadores.

*

Amanecer aleteaba con toda su alma, aprovechando hasta el último grumo de energía que encontraba en su camino. Había agotado todo su combustible tratando de huir. Pero los carnívoros se acercaban cada vez más, sin aparente esfuerzo. Comprendió que eran mucho más rápidos que ella. Nunca alcanzaría a mamá y las demás antes de que ellos la atrapasen.

Iba a morir devorada. Apenas acababa de llegar al Espacio y la iban a matar sin poder hacer nada por evitarlo. Las adultas no podían ayudarla. Estaban en una posición demasiado desfavorable para cambiar de órbita y llegar hasta ella. Sólo podían ver, impotentes, cómo los carnívoros la cazaban.

Desesperada, su corta vida pasó rápidamente ante ella. Las primeras sensaciones tras su nacimiento, el estimulante abrazo del mar, el cariño de mamá, el encuentro con el resto de su familia adoptiva, el nacimiento de los pequeños Caparazones, las Aulladoras, la erupción y el maremoto, los Desgarradores, el poder de Destello, el Despegue…

… y Bandas. Su querido amigo Bandas, por el que sentía algo más profundo que simple aprecio y amistad.

Todo aquello iba a desaparecer en pocos momentos, cuando aquellos bichos asquerosos la atrapasen y la devorasen.

Magtió de terror, angustia y desesperación.

*

Río asistió histérica e impotente al ataque del que era objeto su querida hija. Los Ensartadores estaban a punto de matarla. Y ella no podía hacer nada para evitarlo. No paraba de magtir desesperada, animándola a correr, a llegar hasta ellas. Sus velocidades y órbitas respectivas impedían que pudiese interponerse y proteger a Amanecer. Bandas avanzaba a gran velocidad en un intento casi suicida de salvarla. Bondadosa, al borde de un ataque de nervios, tan sólo podía contemplar cómo su hijo se dirigía a un enfrentamiento directo con los predadores más peligrosos del espacio.

Ambas estaban completamente seguras de que los dos jóvenes iban a morir en pocos momentos, y luchaban por cambiar sus trayectorias y lanzarse contra los Ensartadores para proteger a sus hijos.

Pero girar demasiado rápido, sin respetar las reglas del desplazamiento en el espacio, incineraría sus cuerpos. Y así tampoco conseguirían nada.

Luchadora, por su parte, no pudo por menos que admirar el valor de Bandas. El joven ni tan siquiera lo había pensado. Se lanzó a proteger a Amanecer con absoluta determinación. No le importaba su seguridad lo más mínimo. Sólo pensaba en su joven amiga. Le dolía el corazón al saber que no podía hacer nada para ayudarlos.

Curiosamente, Luchadora no estaba en absoluto preocupada por Destello. En otra situación se habría vuelto loca de desesperación… pero, incomprensiblemente, estaba completamente tranquila. Tras la aniquilación del Desgarrador que las atacó en el mar, tras ver el poder real que Destello era capaz de desatar, algo en su interior le decía que su hija era más peligrosa para aquellos Ensartadores de lo que ellos jamás podrían suponer.

*

La cazadora se acercaba rápidamente a su posición. Extrañamente, Destello no estaba nada asustada. Tras todo lo que había vivido en el océano, tras sobrevivir a todas las pruebas, se sentía tranquila, fría. Ciertamente, la apariencia de su enemiga era mucho menos temible que la de un Desgarrador adulto. Y mucho menos aún que la de cinco Desgarradores.

Aunque su instinto golpeaba salvajemente su cerebro, conminándola a huir de allí a toda velocidad, su mente se mantuvo fría, haciendo caso omiso de la advertencia.

Observó con detenimiento a su oponente, estudiando cada resquicio, cada rincón de su anatomía, mientras aceleraba un poco para mantener una distancia de seguridad.

La Ensartadora era, cuando menos, una criatura curiosa. Unas tres veces menor que un Navegante adulto, y bastante más ligera. Su cuerpo no era tan compacto y ahusado como el suyo, no tenía aletas ni coraza. Al contrario, su piel era blanda, suave y muy elástica. El exterior era metálico, por supuesto, pero carecía de las grandes placas blindadas de un Navegante. Estaba formada por minúsculas escamas superpuestas, lo que le daba un movimiento y agilidad superior, como correspondía a un cazador.

Pero carecía de la maniobrabilidad de vuelo que ella poseía. Al no tener aletas, no podían aprovechar las corrientes magnéticas tan eficazmente como lo hacía un Navegante. Pero sus impulsores lineales eran mucho más potentes que cualquiera de sus aletas. Estaban diseñados para la velocidad punta, para grandes aceleraciones… para cazar.

La mayor parte del cuerpo la constituía una gran bolsa ahusada, que albergaba las vejigas de combustible. Bajo la bolsa el cuerpo formaba un extraño ángulo hacia abajo, como una especie de bulto más o menos esférico bajo la bolsa. Dos enormes ojos amarillentos estaban situados a cada lado de aquel bulto, insertados en sendos pedúnculos, y otros dos más pequeños y rojizos ante ellos. Tras el bulto central y bajo la bolsa, cuatro propulsores de ignición y los dos impulsores lineales. Aquella, además, presentaba un grueso abultamiento en la parte ventral, alargado hacia atrás, entre los impulsores. Estaba preñada.

Y, en la parte delantera, seis grandes tentáculos, gruesos y planos, que se abrían en abanico para dejar a la vista la horrible boca erizada de dientes, los colmillos perforantes y la temible y larga lengua dentada.

No pudo por menos que sentir fascinación. Eran unos perfectos cazadores de presas grandes, como Navegantes, Caparazones o Puntiagudos. Pero, al mismo tiempo, sintió cierta repugnancia… Los Ensartadores eran realmente feos. Los Desgarradores eran criaturas terroríficas, pero conservaban una armonía, una forma estilizada, una sensación de potencia, de fuerza… No eran feos.

Hasta los Masticadores y los Bocasierras tenían algo de elegante, algo de belleza, al margen de lo que representaban. Pero aquel bicho no tenía nada de eso. Sólo desprendía ansia, avidez y crueldad. No había nada hermoso, nada bonito en ellos.

Bueno, pues no vas a ser tú la que me ponga sus inmundos tentáculos encima. Si tienes hambre, come rocas, que hay millones de ellas por aquí cerca, pensó, con una mezcla de determinación y sarcasmo.

En aquel momento, decidió ponerse a prueba. Nadie de su familia podía igualar ni competir con ella en velocidad y maniobrabilidad. Pero la Ensartadora sí podía hacerlo.

Comprobó la velocidad y el rumbo de su oponente. Gracias a su mayor maniobrabilidad podía realizar giros que a la carnívora le eran imposibles.

Redujo velocidad drásticamente, usando los impulsores lineales para frenar. Aquello la sobrecalentó, pero su sistema termorregulador actuó con presteza y liberó el exceso de calor rápidamente, expulsando nitrógeno caliente por la cola.

Ahora estaban la una al lado de la otra, ojo contra ojo, a menos de siete aletas de distancia, avanzando en paralelo.

La Ensartadora, sorprendida por la maniobra de la joven, mantuvo rumbo y velocidad, desconfiada.

Destello, sin el menor atisbo de miedo o aprensión, se preparó para competir con la peligrosa criatura.

*

No lo comprendía. No era posible algo así. Jamás, en toda su vida, se había encontrado en una situación parecida.

Cuando ella se lanzaba en persecución de una presa, ésta huía aterrorizada, magtiendo de pánico, hasta que, inevitablemente, acababa en su estómago.

Pero aquella joven Navegante no huía.

Lo que más le extrañaba era que en sus ojos no había el menor atisbo de miedo. No estaba ni mínimamente asustada. Al contrario, lo que veía en sus ojos la llenó de estupor.

Era, simplemente, curiosidad.

La Navegante se entretenía en estudiarla, mirando su cuerpo y sus características. Aquello la sacó de quicio.

“¿Te atreves a estudiarme? ¿Tienes curiosidad? Pues tranquila, que enseguida podrás estudiarme mejor… ¡desde dentro!”, pensó airada.

La Navegante extendió las aletas. Al hacerlo, pudo ver que su próxima presa poseía estructuras nada habituales.

El colmillo delantero ya lo había observado antes, cuando la acechaba. Pero los extraños brillos que percibió en sus aletas y que no supo a qué respondían, ahora se revelaban en su auténtica naturaleza: filos cortantes.

Era muy extraño, pues las hembras no tenían armas. Debía ser una malformación. Mejor, los ejemplares malformados eran muy fáciles de cazar.

“…aunque no parece que sea el caso…, pensó, con cierto recelo.

Destello, astutamente, mantenía ocultos los impulsores lineales bajo las aletas traseras. En el momento en que captó el brillo de la curiosidad en los ojos de la Ensartadora, apartó las aletas y mostró sus peculiares órganos propulsores.

No podía creerlo. Aquella Navegante poseía los mismos impulsores que ella. Menos voluminosos, pero casi idénticos.

Ahora entiendo su velocidad cuando competía con el macho joven. Esta hembra es muy extraña. Tiene armas e impulsión que no le pertenecen…. Un atisbo de duda apareció en su mirada.

Pero duró apenas un instante, pues la Navegante hizo algo que la enfureció todavía más.

Le lanzó una mirada desafiante.

La estaba retando a una carrera.

Una carrera mortal, casi en igualdad de condiciones.

A pesar de la ira que la embargaba, tuvo que reconocer que le atraía la idea, pues le encantaba perseguir a sus presas. Y cazar a aquella parecía especialmente estimulante.

Saboreó una deliciosa anticipación. Disfrutaría de una tentadora persecución y, al final, disfrutaría de un suculento banquete.

*

Esperaba haber calculado bien. Si fallaba, ambos estarían perdidos. Tenía que ser más astuto que los carnívoros. Amanecer apenas les llevaba tres aletas de ventaja. Unos parpadeos más y la atraparían.

Bandas extendió las aletas, con los filos a punto para asestar la cuchillada fatal. El Ensartador de la derecha, que no le quitaba ojo, se giró de golpe, extendiendo los tentáculos hacia él. Estaba seguro de atrapar al joven Navegante en el último instante.

Pero Bandas, que ya contaba con la traicionera maniobra del carnívoro, se desplazó de lado, gracias a los orificios de gas presurizado de los costados de su cuerpo. En apenas un parpadeo, lanzó varias hebras cortas de hilo hacia los dos Ensartadores. Los engrosamientos delanteros de cada hebra, extremamente adhesivos, se pegaron al cuerpo de los dos cazadores, sorprendiéndolos.

En aquel mismo instante, el Ensartador más adelantado logró atrapar a Amanecer, que magtió de terror. Pero Bandas pasó de lado entre él y el otro bicho como un asteroide enfurecido. El carnívoro que había intentado atraparlo lo rozó con los tentáculos, pero no fue suficiente para pegarse a él. Un parpadeo después, cuando las hebras se tensaron, los cuatro se vieron arrastrados con violencia. Bandas, aturdido por el agudo dolor del tirón, golpeó a los carnívoros con las aletas con todas sus fuerzas. Amanecer, aún atrapada por el cazador, trataba de escabullirse de su mortal abrazo. La joven luchaba con todas sus fuerzas, ahora que el Ensartador tenía otras cosas en mente.

Las escamas metálicas de sus cuerpos aguantaron el primer embate de los filos del joven, pero él siguió golpeando tan fuerte como podía. La adrenalina inundaba su organismo, provocándole un estado de euforia y rabia tan intenso que su fuerza se veía multiplicada.

Estaba decidido a liquidar a aquellos bichos que habían osado poner en peligro a Amanecer.

Pero ellos no se iban a quedar allí, inmóviles, esperando a que Bandas los hiriese de gravedad. Magtinaron silbidos de furia y trataron de atraparlo con los tentáculos. Él se revolvía vigorosamente, consciente de que, si lograban ponerle más de dos tentáculos encima, estaría perdido.

Los Ensartadores luchaban con violencia, intentando hacer presa mientras trataban de mantenerse a salvo de los terribles filos. Era un rapidísimo y mortal baile de amagos de ataque y protección.

Bandas tuvo una idea en aquel momento. Cortó las hebras que lo mantenían asido a los carnívoros y se alejó una aleta. Inmediatamente, usando la glándula de la cola, roció tanto hilo como pudo contra los Ensartadores, envolviéndolos en una laberíntica y resistente red.

Ellos se agitaban tratando de quitarse la pegajosa envoltura de encima. Apenas tardarían unos latidos en conseguirlo, pero eso era todo lo que Bandas necesitaba. Si conseguía que soltasen a su amiga, ella podría huir.

Mientras le quedase líquido en las glándulas, seguiría lanzando hebras, hasta que Amanecer estuviese a salvo.

Pero era la primera vez que veía Ensartadores. Y, a pesar de sus precauciones, los había subestimado. Aquellos bichos eran mucho más hábiles de lo que él suponía, y se deshicieron rápidamente de las hebras. Los tentáculos eran unas herramientas extraordinarias para ello.

Uno de ellos continuaba aferrado a Amanecer y se puso a atacarla de inmediato. Aplicó su boca sobre la coraza de la joven y empezó a segregar ácido para corroerla. Como su presa no era un ejemplar adulto, la armadura se degradó rápidamente.

Bandas, manteniendo a raya al otro carnívoro a base de cuchilladas y hebras, no podía hacer nada para ayudarla. Y magtía de desesperación por ello. Quería matar a aquella alimaña que atacaba a su querida Amanecer, pero el otro cazador no se lo permitía. Un angustioso sentimiento de impotencia lo llevó al límite. Valientemente, se echó encima del Ensartador y le lanzó cuchilladas sin descanso. El carnívoro, sorprendido por la furiosa acometida del joven, sólo podía intentar esquivar los temibles filos. Pero el Navegante era muy rápido y sufría cortes sin cesar.

Entonces, loco de furia, Bandas sobrecargó de combustible sus propulsores. Cuando encendió la mezcla, el combustible detonó en las cámaras de ignición, provocándole severas heridas y un dolor atroz. Sin embargo logró su objetivo.

A causa de la explosión, salió propulsado hacia delante con una fuerza tremenda. Sus colmillos metálicos se hundieron hasta la raíz entre los ojos del Ensartador, atravesando su cerebro y sus órganos. Con un escalofriante magtido de dolor, el carnívoro murió.

Su cadáver quedó ante Bandas, ensartado y agitando los tentáculos espasmódicamente. Sus ojos se apagaron, fijos en los del joven para siempre. Atenazado de dolor, Bandas sintió que perdía el conocimiento.

El otro Ensartador, aferrado a Amanecer, había logrado erosionar por completo la armadura de su presa, que magtía de dolor, terror y desesperación. Tras la sorpresa inicial, la muerte de su compañero lo llenó de furia. Al ver al joven Navegante incapaz de plantarle cara para proteger a la pequeña, decidió devorarla ante él, lentamente, deleitándose del dolor y la impotencia del valeroso macho.

Has matado a mi compañero, pero no has logrado salvar a tu amiga. Y ahora la verás morir ante ti, sin poder hacer nada por evitarlo”, pensó, con un brillo de placer en los ojos.

Separó su cuerpo sin soltar a su presa y extendió los colmillos venenosos, apuntando directamente a la carne expuesta del lomo de Amanecer. Bajó lentamente y los colmillos se hundieron en la Navegante, en toda su longitud. Ella se sacudió y magtió de terror. El dolor que los colmillos le provocaban era tan horroroso, que deseó morir, acabar con aquello de una vez. Pero su organismo, saturado de adrenalina y pánico, no le brindó la oportunidad. Estaba tan alterada que ni siquiera tuvo el alivio de perder la conciencia.

Pero el Ensartador no había acabado aún. No había inoculado el veneno. Disfrutaba torturándola. Volvió a levantarse y descendió de nuevo, hundiendo los colmillos en la carne, en otro lugar distinto. Y repitió la maniobra varias veces más. La sangre dorada de Amanecer se expandía perezosamente en gotas minúsculas desde la herida.

Horrorizado, Bandas consiguió zafarse del Ensartador muerto y se dirigió hacia Amanecer, dispuesto a todo, sin poder usar los propulsores.

Pero el carnívoro arrastró a su presa, manteniéndose fuera del alcance del joven Navegante, y siguió perforando el lomo de su amiga, disfrutando del dolor, la desesperación y la angustia que estaba provocando en los dos.

Su placer aumentó cuando vio que el resto de su jauría abandonaba su escondite, repartiéndose en grupos. Dos de sus compañeros volaban directamente hacia él. En poco tiempo, los dos jóvenes saciarían el hambre de tres Ensartadores.

Volvió a separarse un poco, sacó su horripilante lengua dentada para que la viese Bandas y la posó en la carne sangrante de la herida de Amanecer. Con un movimiento lento, casi delicado, arrancó un pedazo de carne y se lo llevó a la boca, con una mirada de infinito deleite.

Bandas y Amanecer magtieron de dolor y desesperación.

Y Bondadosa, Río, Coral y Luchadora, aterrorizadas por lo que estaban viendo, también.

El Ensartador, con horrorosa crueldad, volvió a sacar la lengua.

*
 



[1] Los sentidos de la mayoría de las especies espaciales son parcial o totalmente sinestésicos. Es decir, se perciben de varias formas a la vez, mezclando percepciones. En el caso de los Navegantes, el sentido más sinestésico es su olfato. Cada aroma, cada olor es procesado por su cerebro asociado a un color. Si huelen hidrógeno, por ejemplo, al mismo tiempo ven un tono rojizo acuoso danzando ante sus ojos. (N. del A.)
 
 

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