miércoles, 22 de agosto de 2012

Capítulo Dieciseis: UN GRAN PASO ADELANTE



—Se dice a veces que el hecho más insignificante puede desencadenar una reacción de consecuencias imprevisibles. Antaño se llamó a esto “Efecto Mariposa”. Era una curiosa y elegante forma de explicar, de manera comprensible, algo tan retorcido como la Teoría Matemática del Caos a cualquier persona, aunque careciese de formación al respecto. Se decía que el batir de las alas de una inofensiva mariposa en un extremo del mundo podría provocar un huracán en el otro. El ejemplo, evidentemente, es muy poco probable, pero la esencia de la cuestión es que, en un sistema complejo, el más leve e intrascendente cambio en las condiciones iniciales puede alterar completamente el resultado final.
“Esto, señoras y señores, es lo que ocurrió hace dos semanas. Aunque no fue precisamente una alteración insignificante. Los fantásticos hechos que rodearon la prueba de vuelo de Fénix han revolucionado todo lo que creíamos saber. De hecho, algunos supuestos ha habido que tirarlos directamente a la basura. Y otros ha habido que revisarlos profundamente.
“El análisis de los datos recogidos por la tripulación de la Lillihan durante la ya famosa prueba aún están siendo analizados. De hecho, se tardará algunas semanas en sacar unas conclusiones generales. Hay material para años de estudio concienzudo. Pero, a la vista de los resultados preliminares, sí puedo asegurarles una cosa sin ningún género de duda: hemos aprendido más en éstas dos últimas semanas que en todos los años que hace que habitamos en la Colonia.
“Según el equipo dirigido por el señor Max Andretti, nuestro amigo espacial nos ha abierto una fascinante ventana al Universo, una que quizá habríamos tardado siglos en descubrir. Andretti dice que el oberón le ha mostrado un camino de posibilidades infinitas. De hecho, ya están trabajando en unos doce proyectos distintos, desarrollados a partir de los datos analizados. No ha querido anticipar ninguna información al respecto pero, ante mi insistencia personal, me ha facilitado una pequeña exclusiva: al parecer, uno de los dispositivos que está desarrollando permitiría, por fin, cartografiar los límites de la Barrera. Y con apenas unos metros de margen de error.

Un fuerte murmullo de asombro e incredulidad recorrió el auditorio, en silencio hasta aquel momento. Todo el mundo sabe que la Barrera es indetectable para cualquier sensor conocido. Absorbe por completo cualquier energía incidente y no emite nada. Tan sólo irradia una débil luz azul que le da una apariencia nebulosa. Como no se puede detectar, no es posible establecer la distancia que separa a una nave de ella, por lo que siempre hay que actuar con mucha cautela en sus proximidades.
 
A simple vista, en el espacio no se tienen referencias de distancia, por lo que un jirón de Barrera que sea visto ante una nave, podría estar situado a mil metros o a cien mil kilómetros. Y, con solo rozarla, la nave queda varada sin remedio. Si una embarcación que navega por el Hiperespacio la atraviesa por error, el túnel se rompe y la embarcación vuelve al espacio normal, dentro de la nebulosidad azul. Queda atrapada en el interior del Muro sin energía y sin poder enviar ni siquiera una transmisión de socorro. Sus tripulantes mueren en muy poco tiempo, a menos que la inercia y la suerte saquen la nave de allí en pocas horas.

Por tanto, un sensor capaz de mostrar la Barrera y establecer las distancias hasta sus fronteras, sería uno de los avances técnicos más importantes y valiosos de todos los tiempos.

Los murmullos fueron cobrando intensidad entre los presentes, hasta que en algunos puntos de la sala se empezaron a producir acaloradas discusiones. La persona que ocupaba el estrado guardaba silencio, pues no podía proseguir en aquellas condiciones. El moderador de la sala de conferencias trataba inútilmente de llamar al orden a los allí reunidos. Poco a poco, la situación empezó a salirse completamente fuera de control.

Entonces se oyeron dos potentes detonaciones y, simultáneamente, dos destellos iluminaron fugazmente la sala. En el techo de la estancia habían aparecido dos grandes marcas ennegrecidas y varios trozos de mamparo cayeron al suelo. La concurrencia enmudeció al instante.

Un espacio vacío se fue formando lentamente alrededor de una persona, en medio del gentío. Cuando todos miraron hacia allí, el asombrado silencio se volvió aún más denso y tirante.

Enfundada muy erguida en una gabardina larga y ceñida de cuero negro, sin abrochar, con el largo pelo castaño suelto sobre los hombros y la cara, las piernas tensas y algo separadas y una pistola de impulsos aún humeante en su mano derecha apuntando al techo, estaba la imponente figura de Catherine Branighan.

La comandante del Aries alzó lentamente la cabeza, con los ojos brillantes de furia, a la vez que bajaba la pistola. Con un rápido movimiento circular al más puro estilo Western la enfundó. A continuación habló con una calma muy poco tranquilizadora.

—¿Qué les parece a todos ustedes si mostramos un mínimo de respeto y dejamos que acabe su informe? —dijo, señalando con un movimiento de la cabeza hacia el atril.

Poco a poco, con las miradas desorbitadas por la sorpresa y el estupor, los presentes fueron volviendo a sus asientos ordenadamente, lanzando fugaces miradas recelosas a la comandante. Cuando todos estuvieron sentados, Catherine adoptó una postura más relajada y miró sonriente hacia el estrado.

—Continúa, por favor.
—Gracias, Catherine.
—No se merecen. De vez en cuando hay que recordar las buenas costumbres a la turba. —contestó con una sonrisilla sarcástica. Sus ojos destellaron con severidad, como desafiando a los demás a que alguien volviese a perder la compostura.

La persona que ocupaba el estrado se tomó unos instantes de respiro, se alisó la ropa y continuó con su informe.

—Tras descubrir que los oberones son capaces de detectar, estabilizar, controlar y utilizar los agujeros de gusano, nos hemos volcado de lleno en el estudio de esas habilidades para tratar de crear una tecnología capaz de emular lo que Fénix sabe hacer de forma natural. También estamos tratando de desarrollar algún método que atenúe o elimine el terrible dolor que siente cuando viaja por uno de ésos túneles. Aunque realmente no es una investigación en apariencia prioritaria, los miembros del equipo apostamos por ella con todo nuestro corazón. Consideramos que, dado lo que Fénix nos ha mostrado y lo muchísimo que todavía nos puede enseñar, estamos en deuda con él. Una deuda muy grande. Y pagarla así sería una muy buena manera.
“Somos conscientes de que algunos de ustedes pensarán que, con los dos años de cuidados tras su rescate y la reconstrucción de sus extremidades, él sería quien debería estar en deuda con nosotros. Pero, sinceramente, creemos que ayudarle fue un comportamiento humanitario, algo que DEBERÍA ser inherente a la propia condición humana... al menos de quienes quieran seguir considerándose como tales, después de todas las dificultades por la que nuestra especie está pasando. —Hizo una pequeña pausa, apoyando las manos en el atril y bajando un momento la cabeza. Se irguió de nuevo.
 
Ademáscontinuó—, y siendo totalmente sinceros, nuestra ayuda no fue del todo desinteresada: pretendíamos aprender a la vez que lo asistíamos, sobre todo al analizar su coraza. Elevó un poco más la voz, alzando la barbilla. —¿O no es cierto que se presentó al comité una propuesta de investigación para obtener un buen pedazo de armadura, con el fin de estudiarlo e intentar crear una nueva clase de paneles para los cascos de las naves?

Un murmullo de consternación y desaprobación recorrió la sala, aunque no fue muy multitudinario. Parecía que no todo el mundo estaba en desacuerdo con la reprobable idea. La comandante Branighan carraspeó levemente y el murmullo se detuvo en seco.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano por contener la risa, continuó su exposición.

—Creo que a veces no estaría de más recordar que tuvimos que evacuar la Tierra precisamente por creer que todo aquello que existía tan sólo estaba allí para nuestro propio beneficio. Nos pasamos siglos diciendo: “sólo es un río... el mar es muy grande... son animales, ni sienten ni padecen... el Progreso exige sacrificios... vamos a acercar un gran asteroide a la órbita terrestre y ganaremos miles de millones...”
"Y el resultado final todos lo hemos sufrido. —Otra pequeña pausa de efecto.
Aún así no parece que algunos hayan aprendido la lección, pues a nuestras manos llegaron propuestas en las que se pretendía tratar a un ser tan extraordinario como Fénix como un simple objeto al que diseccionar y desmontar. Pero no quiero desviarme del tema que nos ocupa. La dudosa congruencia y falta de tacto de algunas solicitudes de investigación no es un tema que deba ser discutido ni aquí, ni ahora. Si hay que tomar medidas al respecto, no nos corresponde ni a mi equipo ni a mí juzgar las propuestas ni aplicarles sanción alguna. Para eso hay miembros de nuestra comunidad mucho más sabios y preparados que yo. Aunque mi opinión personal ya la conocen.
“Siguiendo con el tema principal de esta sesión informativa, ninguno de los equipos de investigadores ha conseguido analizar por completo el inmenso volumen de datos de la Lillihan, así que no podemos ofrecerles apenas conclusiones ni informaciones, digamos espectaculares. Pero estamos convencidos de que muchas sorpresas increíbles aguardan a ser descubiertas, ocultas en algún lugar de esos cristales de datos.
“En cuanto se acabe el estudio, se convocará otra reunión para dar a conocer nuestras conclusiones definitivas.
“Pero sí puedo anticiparles que hemos solicitado permiso para utilizar la Elcano, junto a Fénix, en un viaje de exploración de la región circundante con el fin de cartografiar los límites de la Barrera. Quizá, en un futuro próximo, incluso sea posible balizar el entorno de los sistemas Boreas y Deméter para garantizar definitivamente la seguridad de los vuelos interestelares.
"Asimismo, el Consejo nos ha solicitado que vayamos hasta el Sistema Yun Thal, para tratar de cartografiar el peligroso paso de Whania Rum. Eso, como saben, reduciría notablemente el tiempo de vuelo al Sistema Tilán y evitaría, de paso, acercarse al territorio naderio y a la amenaza que ello implica para los cargueros.
“Calculamos que el viaje de reconocimiento tendrá una duración de entre cuatro y seis semanas... siempre y cuando no nos encontremos con alguna sorpresa inesperada, claro. El gobierno de Vian’har ha prometido poner a nuestra disposición a dos de sus urisén, a los cuales todos conocen ya, pues han trabajado con nosotros durante todo el proyecto de curación de Fénix. También se han ofrecido a poner a nuestra disposición un caza Menloch para prevenir problemas, aunque éste extremo aún debe ser discutido.
“Para cerrar ésta sesión informativa, me gustaría transmitirles una apreciación personal de todo nuestro equipo. Señoras… Señores… Estamos seguros que la prueba de vuelo de Fénix de hace dos semanas ha marcado un punto de inflexión en la historia de la exploración espacial y la astronáutica. Hay un antes y un después de ese día. Creo firmemente que acabamos de entrar en una nueva Era, tan fascinante y llena de descubrimientos increíbles, que perdurará para siempre en la Historia.
“Muchas gracias a todos por su tiempo y su paciencia. Buenas tardes.

Arropada por el aplauso espontáneo del público y por la ovación que poco a poco fue creciendo en la sala, Mónica Llanos recogió su tableta de pantalla táctil y bajó del estrado con un sugerente contoneo de caderas. El ajustado mono de trabajo del laboratorio se adaptaba a su escultural figura resaltando todos sus movimientos. Aunque la chica no tenía ninguna intención de resultar sensual en aquella ocasión, su cuerpo se movía de la única manera que sabía hacerlo, y buena parte de la concurrencia masculina no pudo evitar fijarse en sus movimientos al bajar la escalera. Y también algunas mujeres.

En el pasillo, en la sombra, estaban Alexia, Li y todo el resto de su equipo de investigación, que la abrazaron y felicitaron. Eran momentos muy felices e intensos en sus vidas, que ninguno de ellos olvidaría jamás.

*

—Desactivando hipermotor... ¡ahora! Regresando a espacio normal —confirmó Mónica, que, como siempre, pilotaba la fiable embarcación.

Con un intenso destello luminoso, los tres objetos salieron del hiperespacio como una exhalación, decelerando instantáneamente. La Elcano, Fénix y el Ereun, el caza asignado por los vianhios a la expedición, volaban en perfecta formación. Como en aquella región los campos magnéticos eran débiles, la nave exploradora mantenía sus rayos tractores focalizados sobre el oberón, remolcándolo con suavidad.

—Hipersalto concluido con éxito. Según el programa de Cartografía Estelar, estamos justo en la posición deseada—indicó Li.
—¿A qué distancia estamos de la Barrera?—preguntó Annevar mientras se levantaba y miraba por una de las ventanas.
—A unos quince mil kilómetros, a estribor. Vamos a acercarnos tanto como podamos, para calibrar el sensor.
 
En apenas una hora las dos naves, guiadas por el oberón, se acercaron todo lo posible a la Barrera, frenando su avance hasta casi detenerse en relación a la trémula nebulosidad azul, que desde tan cerca se perdía de vista en todas las direcciones.

—¿Qué dice Fénix? ¿Estamos cerca? —preguntó Luar.
—Según él, a unos trescientos metros.
—Buf… Eso sí que es rozar el peligro. Espero que no estemos forzando mucho nuestra suerte.
—Confío plenamente en él. Y en el aparato de Max. Vamos con las pruebas. —Mónica se sentía pletórica. Estar allí, tan cerca del peligroso muro azulado, con Fénix, sus amigos y con la oportunidad de hacer historia… Era algo que no tenía precio.

—A ver… Trescientos metros…Y nos separan de él otros cincuenta metros, más su grosor... calculo que nos encontramos a trescientos setenta y cinco metros del Muro —terció Li. —A ver si Max ha hecho los deberes y su sensor experimental funciona.
—Iniciando el programa de control del SRB[1]. Carga finalizada. Sensores reseteándose y calibrándose. Fase completada. El sistema está operativo y todos los indicadores en verde. Listos para la prueba—fue indicando Klaus, desde el puesto de Navegación.

Era un joven de veintisite años, alto y corpulento. Se mantenía en muy buena forma física y había sido un excelente estudiante. Las sondas que llevaba la Elcano para aquella misión habían sido diseñadas por él. Tenía el cabello castaño y largo, y en sus ojos de color miel brillaban una viva inteligencia y una integridad indestructible. Era un muchacho risueño, generoso y amable, aunque su mandíbula cuadrada y sus grandes manos daban una cierta sensación de dureza, producto quizá de su ascendencia germana.
 
—Activa el sistema de rastreo y dame lectura de distancia, por favor —pidió Mónica.

En el casco de la nave, sobre la cabina, el equipo de Max había instalado un contenedor fusiforme de unos dos metros de largo. Las dos compuertas que poseía se deslizaron hacia los lados y dejaron a la vista un complejo aparato. Una parte del artilugio, vagamente parecida a una seta con espinas, se elevó medio metro por encima del contenedor y una leve luminosidad rojiza lo envolvió. El equipo sensor estaba activo.

Klaus, sentado ante las pantallas del puesto de Navegación, centraba toda su atención en el monitor que mostraba los datos recogidos por el SRB. Tres segundos después de haber activado el sistema, llegó el resultado. Según el dispositivo la Elcano se encontraba a trescientos sesenta y ocho metros del punto más cercano a la Barrera. Pero el aparato no servía sólo para medir distancias. El barrido del sensor, que funcionaba de una manera parecida al radar, había generado una imagen de la zona próxima del Muro de cincuenta por cincuenta kilómetros. En la pantalla aparecía una vista esquemática tridimensional, con tres triángulos verdes sobre fondo negro que simbolizaban las dos naves y el oberón, y una superficie vertical muy irregular de color azulado que representaba la Barrera.

Un grito de triunfo brotó de las gargantas de los seis ocupantes de la cabina de la Elcano. El piloto del Ereun también se sumó a la alegría general.

—Bien. Parece que funciona, pero vamos a calmarnos un poco. Hemos de sondear la zona para tratar de calibrar mejor el sensor —apuntó Mónica con los ojos brillantes de emoción.

El caza se colocó cerca del oberón y ambos permanecieron a la espera. Entretanto, la Elcano se acercaba lentamente, usando sus propulsores de actitud, a unos cien metros de la posición de la Barrera marcada por el sensor. De la bodega del costado de estribor salieron tres sondas, de un metro de diámetro, unidas a la nave mediante cables. Se colocaron en vertical junto al casco. Un fino haz de repulsión las mantenía separadas entre sí, de forma que el movimiento de la nave no variase su posición.

La embarcación se desplazó paralelamente a la nebulosidad azulada del Muro, mientras las sondas se desplegaban. En realidad, cada sonda contenía un largo cable con unas bolas del tamaño de una ciruela cada medio metro, como un collar de perlas. En el extremo había un pequeño módulo de propulsión, que mantenía el cable tenso y lo obligaba a desplazarse a la misma velocidad que la nave. Cada bolita emitía una señal de radio continua y característica. Una vez extendida, cada sonda medía unos cien metros de longitud y tenía el aspecto de una larga antena rígida.

Los módulos impulsores equilibraron las tres sondas de forma que quedaron perfectamente perpendiculares a la Elcano. La embarcación se encontraba a setenta metros del límite teórico de la Barrera. A simple vista no podía distinguirse nada especial. Sólo se veía una trémula luminosidad azulada, uniforme y sin ningún rasgo distintivo. Pero según el SRB el horizonte era fuertemente irregular; presentaba hondonadas, salientes, grietas, picos afilados y proyecciones deshilachadas.

Los módulos de impulsión estiraron de las sondas mientras los cabestrantes se soltaban a la misma velocidad. Empezaron el mapeo en lo que el sensor de Max había catalogado como una depresión de unos veinte metros de profundidad, tomando como referencia la distancia media al horizonte, el llamado nivel cero de aquella exploración, según consenso. Cada sonda se situó de manera que el punto medio del rosario de bolitas coincidiera con el nivel cero marcado por el sensor. Entonces, el SRB empezó a efectuar un nuevo barrido, pero restringido a un haz en forma de abanico de tres metros de ancho y cien metros de alto.

Simultáneamente, la Elcano se puso en marcha a una velocidad muy reducida y los módulos de impulsión de las sondas equilibraron el movimiento. Acto seguido, se apagaron todos los motores de la nave y de los dispositivos de sondeo.

La embarcación avanzó llevada por su propia inercia, al igual que las tres sondas, que parecían largas varillas rígidas de cien metros adheridas al costado de estribor. La depresión detectada por el SRB se terminó y las sondas se sumergieron en la Barrera. Sus puntos centrales deberían haber coincidido matemáticamente con la distancia media al Muro, pero los datos de los dispositivos detectaron un error de unos siete metros.

—Bien, hay que recalibrar el sensor. Desplazaré la nave lateralmente esos siete metros. Ereun, aquí la Elcano. ¿Me recibes? —llamó Mónica.
—Afirmativo. Te escucho con claridad —confirmó Naler, el piloto del caza vianhio.
—Te necesitamos. Quiero que te coloques en paralelo a nuestro lado, por la banda de babor, a cincuenta metros exactos. Voy a mover la nave lateralmente siete metros hacia ti y necesito que midas nuestra separación con la máxima precisión—explicó la joven.
—Recibido. Inicio la maniobra.
—Luar, preparado para recalibrar el SRB según los datos suministrados por las sondas.
—Ningún problema. Lleva la nave a su posición y yo me encargo del resto—afirmó Luar.

El caza activó su propulsor central y el piloto, con una gran demostración de habilidad, trazó una elegante curva y se colocó justo en el punto deseado, al lado de la nave exploradora. Tan sólo tuvo que corregir levemente su posición con los motores de maniobra y las dos naves navegaron en paralelo, a la misma velocidad y con una separación entre ellas de cincuenta metros exactamente, según el radar.

Acto seguido, Mónica inició su maniobra. Manejando los mandos con una suavidad y precisión asombrosas, la gran nave se fue desplazando de costado uniformemente, centímetro a centímetro.

—Cuarenta y seis metros, Mónica. Faltan tres —informó Naler.
—Recibido.
—Cuarenta y cinco metros... —dijo el piloto del caza al cabo de unos momentos. Mónica no contestó.
—Cuarenta y tres metros y medio.
—Retroimpulsión. Equilibrando posición. Los cables de las sondas no han perdido la tensión. Naler, confirma la distancia.
—Cuarenta y tres metros y se mantiene. Creo que lo has conseguido. Como siempre. Nunca he conocido un piloto como tú, Mónica. —Su voz sonó sinceramente admirada.
—Gracias, hombre. Pero no hace falta que seas condescendiente conmigo. No soy mejor que tú—respondió ella, un poco azorada.
—No era un halago galante, sino un reconocimiento merecido, de piloto a piloto. Y tú no te hagas la modesta, que sé que te gusta que te digan esas cosas.
—Tienes razón. Gracias, de verdad. Sigamos con lo nuestro, anda. Luego te invito a algo a bordo para darte las gracias.
—Acepto. Te lo recordaré, no lo olvides. —El tono de su voz a través de la radio sonó divertido. Mónica sonrió levemente.

Durante las siguientes horas las dos naves y el oberón recorrieron unos cinco mil kilómetros de la Barrera. Tuvieron que efectuar algunas correcciones, pero en general la navegación fue tranquila. El SRB recalibrado coincidía con las lecturas de las sondas con apenas medio metro de margen de error, el mismo que separaba cada emisor en los cables.

El sistema de sondeo era muy sencillo. Cuando cualquier aparato entra en la Barrera, queda muerto, y se reactiva inmediatamente cuando sale de ella. Como los emisores esféricos eran independientes unos de otros, sólo se desactivaban los que se sumergían en la nebulosidad azul. Sabiendo cuáles quedaban momentáneamente fuera de servicio, se sabía la cantidad de sonda que permanecía sumergida en la Barrera en cada momento. Conociendo la longitud de la sonda y la longitud del cable de arrastre, era muy fácil saber a qué distancia se encontraba en cada instante el horizonte del Muro de fuerza.

Fénix, por su parte, también captaba las múltiples señales de las sondas y las emisiones del SRB, tan parecidas a las que él utilizaba. De ésta manera, comparando sus capacidades con las de la tecnología usada por los Pequeños, aprendió a afinar mucho más en su valoración de las distancias. De hecho se volvió tan preciso como los sistemas artificiales de sus amigos.

—Entonces, estamos todos de acuerdo.
—Sí. Creo que el SRB está perfectamente calibrado. Pienso que deberíamos recoger las sondas y guardarlas.
—Erin, por favor, ¿te encargas tú de recogerlas y revisarlas?
—Ningún problema —dijo ésta alegremente, levantándose de un salto y desapareciendo por el pasillo de acceso a la cubierta inferior.

Erin Stevens era una muchacha menuda y delgada, de cara ovalada suavemente enmarcada por un fino cabello rubio y liso, cortado en media melena un poco asimétrica, y ojos infinitamente verdes. Era una joven muy atractiva, que transmitía una apariencia de fragilidad y delicadeza. Pero era tan sólo una ilusión, pues poseía una rapidez y agilidad felinas y una resistencia física increíble. Era muy buena en artes marciales, que practicaba desde niña.
 
Nadie lo sabía, pero podría llegar a ser fría y letal si se encontrase en una situación desesperada. En el trato diario era una joven alegre, noble y activa, un terremoto de alegría y optimismo. Debido al inquebrantable sentido del honor con que había sido educada, todavía no había nacido la persona que pudiese pisarla impunemente. Sabía reconocer sus errores sin ningún reparo pero, cuando tenía razón o se merecía algo, nadie podía interponerse. Si veía una injusticia se convertía en una indomable fuerza de la Naturaleza, capaz de agitar los cimientos mismos de la Ssociedad si no se reparaba el agravio inmediatamente.

Fénix ha adquirido una notable precisión en su forma de medir las distancias, así que podríamos pedirle que controlase nuestros datos. Es posible que, al aumentar la velocidad, las lecturas sufran alguna distorsión. Es un sistema experimental y puede sufrir muchos fallos todavía. Habrá que realizar muchas pruebas antes de que se pueda instalar ésta tecnología en todas las naves —razonó Li.
—Está bien. Hablaré con él a ver qué le parece. La nave es tuya, Annevar—dijo Mónica, sonriendo al vianhio y dirigiéndose hacia la consola de comunicaciones.
—Gracias. Siempre había querido pilotar la mítica Elcano.
—Conozco de memoria cada desconchón en la pintura. No quiero ver ni un solo arañazo de más, o lo lamentarás de veras —lo amenazó Mónica mirándolo de soslayo y amenazándolo con un dedo. Pero su divertida sonrisa desmentía sus palabras.

La joven se sentó en el puesto de comunicaciones y habló con el oberón. El ordenador tenía instalado un programa que transformaba las palabras, la entonación y la cadencia de la voz en impulsos de radio codificados en el lenguaje común, a la vez que el operador podía emitir unas señales especiales que copiaban las transmisiones de emociones del oberón. En sentido contrario, el sistema descifraba las señales emitidas por Fénix, transformándolas en palabras habladas a través del altavoz. 
 
Por supuesto, el lenguaje que usaban para comunicarse había sido creado artificialmente y se debía hablar de una forma sencilla, pues aún era un poco limitado. Pero con la interacción diaria, se volvía más rico y extenso por momentos. El oberón no podía entender el habla humana en toda su complejidad, y los humanos no habían podido descifrar completamente la forma natural de comunicarse del animal. Así que crearon entre todos un lenguaje intermedio que sirviese a ambos, con ayuda de la tecnología. Para evitar errores y malentendidos, las comunicaciones entre naves se realizaban en una frecuencia distinta a las que se mantenían con el oberón, aunque éste podía llamar a las naves en la frecuencia acordada para sus comunicaciones. Si lo hacía, el programa se activava automáticamente y se podía hablar con él.

Pulsó el botón especial de la consola que indicaba al ordenador que el operador deseaba establecer comunicación con el animal. Erin acababa de regresar a la cabina, y se acercó a Mónica para ver cómo lo hacia. La joven empezó a hablar.
—Hola Fénix, cariño—dijo Mónica alegremente, a la vez que emitía la señal de entusiasmo.
—Hola, Mónica. ¿Bien? ¿Pruebas bien? (Jovialidad)
—Sí, va todo bien, sobre todo gracias a tu ayuda. Oye, necesito que nos hagas un pequeño favor. (Esperanza)
—Dime. ¿Qué es?(Expectación)
—Mira, vamos a recoger las sondas y a medir la Barrera sólo con el sensor de Max. Pero no sabemos si funcionará bien con la velocidad o los cambios de energía de aquí. Necesitamos un punto fijo para comparar. Y tú eres perfecto para eso... (Orgullo)
—Comprendo. Haré todo que pueda. Yo ayuda lo que ser necesario, ya sabes. (Satisfacción)
—Esto es lo que vamos a hacer. Mantendré la nave en un rumbo fijo a lo largo de la Barrera. Quiero que te pongas un poco por delante de la nave, y que mantengas nuestra velocidad y distancia en todo momento. Mide la distancia entre la Barrera y tú tantas veces como puedas, lo mejor que puedas. Y me transmites los datos tan rápido como puedas. ¿Lo has entendido? (Anhelo, Ilusión)
—Creo sí. Quieres comparar lo que yo siento con lo que siente la máquina. Para funcione bien. (Ligera Inseguridad).
—Eres increíble, cielo. Estoy segura de que lo harás muy bien. (Confianza)
—Gracias. Vamos.
—Voy a prepararlo todo. ¿Sabes que te quiero muchísimo? (Cariño)
—Sí. Esa es emoción muy compleja. En los Oberones hay, pero sencilla. Yo también quiero tú. (Ternura, Compenetración)
—Lo sé. Vamos a ello. —Había que seguir puliendo el sistema de traducción. La gramática de las frases no acababa de ser muy adecuada. El ordenador no podía interpretar todas las sutilezas de las transmisiones de Fénix y, por ello, a veces daba resultados poco elegantes.
—Adelante. (Determinación)

Mónica abandonó la consola de comunicaciones y se dirigió hacia el puesto de pilotaje. Annevar le cedió amablemente el asiento cuando la chica le puso suavemente la mano en el hombro. El joven vianhio no pudo evitar que su mirada se deslizase, durante un momento, por el pecho y las caderas de la humana cuando ella pasó a su lado. Aunque pertenecían a especies diferentes, las formas corporales de ambas eran lo suficientemente próximas como para ser compatibles y provocar atracción. Y Mónica era una mujer tan bella y deseable para un vianhio como lo podía ser para un humano. Más aún por la característica única de las humanas de poseer pechos permanentemente plenos. Apartó la mirada rápidamente, avergonzado.

Es una mujer casada y madre de familia. Mi interés no es correcto”, pensó.

Volvió a su asiento sonriendo, tratando que nadie notase su turbación. Como no percibió ninguna reacción de las personas que lo rodeaban, dio por hecho que nadie se había dado cuenta de su mirada furtiva. Su órgano empático no pudo captar ninguna emoción dirigida a él. Se equivocaba. Erin se había percatado de todo pero, acostumbrada a controlar sus emociones cuando practicaba artes marciales, se mantuvo impasible. De esa manera, Annevar no fue consciente de la perspicacia de la muchacha.

Y el sexto sentido de Mónica, ése que toda mujer posee, también la avisó del momentáneo interés del joven y de su posterior turbación. Pero ella no le dio ninguna importancia y no hizo el menor gesto que delatara que había sentido los ojos de Annevar recorriendo su cuerpo. Le tenía un gran cariño al joven vianhio y no sería ella quien lo avergonzase aún más. De todas formas, aunque un poco a su pesar por su personalidad sencilla, estaba más que acostumbrada a que los hombres se girasen al verla. Le halagaba la admiración limpia y sincera, pues era muy consciente de su atractivo, pero a veces se sentía sucia y disgustada cuando algún indeseable la desnudaba lascivamente con la mirada. En aquellos casos adoptaba involuntariamente una postura erguida y rígida que transmitía dignidad y desprecio a partes iguales.

Como no era el caso, sonrió para sus adentros y no dijo nada. Se limitó a sentarse en su asiento, comprobó rápidamente los indicadores y las pantallas de datos y cogió los dos mandos que controlaban el vuelo de la nave. Cuando se colocaba en su puesto y sentía en sus manos las palancas de control, Mónica experimentaba un cambio sutil pero perceptible en su interior. Le encantaba la sensación. Su mente funcionaba con una precisión exquisita, su concentración aumentaba notablemente y sus sentidos se afinaban. Podía sentir la nave en toda su longitud, cada pieza, cada reacción, como si se fundiesen en una sola entidad. La Elcano y ella eran perfectas la una para la otra. La estrecha sincronización que lograban ambas no se había observado en ninguna otra combinación de naves y pilotos.

Comprobó la posición de Fénix. Una sonrisa asomó a sus labios. Estaba justamente en el lugar en que debía estar. La pantalla de Klaus mostraba un enorme volumen de datos. La inteligente criatura estaba realizando un trabajo excelente. La navicomputadora se ocupaba de procesar las mediciones del SRB y de contrastarlas con las lecturas enviadas por el oberón, mientras Mónica mantenía la nave en un rumbo rectilíneo sin ninguna desviación. El Ereun se situó a diez kilómetros por detrás de la Elcano y mantuvo la posición todo el tiempo.

Se desplazaban paralelamente a la Barrera, variando la velocidad y anotando los cambios energéticos y de radiación en el ambiente. También monitorizaban el funcionamiento de los sistemas del sensor, para detectar incoherencias. Mantuvieron aquella forma de proceder durante unas dos horas. Entonces, llamaron a Fénix para informarle de que aquella parte de la prueba había finalizado. Era el momento de comparar los datos recibidos y ver si el sensor sufría alguna alteración.

La nave exploradora, el caza y el oberón se acercaron entre sí. Según el programa de Cartografía Estelar, se hallaban a un minuto luz de un pequeño campo de asteroides. Decidieron desplazarse hasta allí para que Fénix se relajase un rato, mientras hacían las comprobaciones. Además, les serviría para llevar a cabo la siguiente parte de la prueba.

El caza vianhio se acopló al anillo de atraque ventral de la Elcano y los anclajes lo inmovilizaron contra el casco, mientras se conectaba a la red principal de abastecimiento de la nave exploradora y optimizaba sus reservas.

El oberón, por su parte, se situó tras ella. El rayo tractor lo atrapó y la nave cambió su rumbo hasta orientarse en la dirección deseada. A una velocidad máxima de mil kilómetros por segundo, tardarían unas cinco horas en llegar. No podían acelerar más porque no había suficiente distancia para ello, ni para frenar después. No valía la pena gastar tanto combustible y arriesgarse a recibir algún impacto inesperado. Un cortísimo y preciso hipersalto y estarían allí en segundos. Tras hacer unos cuantos cálculos, Mónica activó el hipermotor y la pequeña comitiva desapareció de la zona a través del desgarrón de oscuridad.

*

—¡Ya tenemos los resultados de la comparación de datos, chicos! —gritó eufórica Erin. Con aquella muchacha alocada era imposible aburrirse.
—Pues vamos a verlos, ¿no? —preguntó Luar.
—Klaus, pasa la información a la pantalla principal, por favor—pidió Mónica con una sonrisa.
—Enseguida, guapa —la piropeó, mirando de reojo a Li con una sonrisa burlesca en los labios.
—Algún día me voy a tener que poner serio con todos estos jovenzuelos. Habrá que darle a alguno un toquecito de atención. Eso sí, con educación, con suavidad y con garrote—dijo éste, riéndose... aunque sus ojos sonreían un poquito menos.
—Menos mal que ha dicho con suavidad. No quisiera ver qué usaría si se enfadase de verdad—le susurró Klaus a Annevar al oído. Luego ambos estallaron en carcajadas.
—¿Se puede saber qué os hace tanta gracia?—preguntó Li, suspicaz pero divertido.
—¡Oh, nada en particular! Tan sólo comentábamos tu exótica manera de entender la delicadeza... De todos modos, estarás de acuerdo conmigo en que las dos mujeres de ésta tripulación son dos auténticas bellezas. No rendir culto a esa hermosura sería casi un insulto—argumentó Annevar alzando la cabeza con dignidad.
—¡Eh! A mí me dejáis de rollos. Tengo mucha faena como para, encima, preocuparme en mantener vuestras galantes intenciones alejadas de mí—se rió Erin. Pero su lenguaje corporal dejaba claro que se sentía muy halagada.
—No iban a ser precisamente mis “intenciones” lo que te preocuparía mantener alejadas de ti… —murmuró Klaus para sí. Pero su grave voz lo traicionó en uno de esos indiscretos momentos de silencio, y todos lo oyeron, rompiendo a reír sin control. Erin lo miró fijamente entornando los ojos, con expresión de querer matarlo y sin decir nada. Pero el ligero rubor de sus mejillas y el brillo complacido de su mirada no pasaron desapercibidos para el joven. Luego también se unió a la carcajada general.

En aquel momento entró Naler en la cabina. Había estado un rato descansando y, cuando regresó, se encontró a las seis personas que la ocupaban riéndose a mandíbula batiente. Las risas se interrumpieron precariamente durante un instante, cuando el joven apareció en el umbral. Pero su expresión de sorpresa y su total inmovilidad no consiguieron sino empeorar la situación. Al cabo de un momento, siete personas se desternillaban en la cabina de mando de la nave. Y una no sabía ni porqué se estaba riendo.

Cuando los ánimos se serenaron y las lágrimas se secaron, se reunieron todos tras los asientos de Mónica y Luar. La joven tecleó unas órdenes y el parabrisas delantero se oscureció de repente, volviéndose totalmente opaco. En lugar de verse el exterior, el cristal se convirtió en una gran pantalla, que empezó a mostrar columnas de datos, esquemas y un mapa extraño.

Según el ordenador, la recalibración del SRB había sido todo un éxito. El margen de error era inferior a un metro. Una tolerancia más que aceptable, pues Fénix no era un instrumento de precisión, sino un animal con notables habilidades. Era lógico que hubiese una cierta discrepancia entre las dos lecturas, pero, aun así, los resultados eran increíblemente próximos.

Un grito de triunfo se escapó de las siete gargantas. La prueba había sido un rotundo éxito. Y Max era un auténtico genio. Su sensor era un aparato excepcional, de una precisión asombrosa. No habían afectado a sus mediciones ni la velocidad, ni los cambios energéticos ambientales. Tampoco las radiaciones o las variaciones de rumbo. En todo momento había mostrado un comportamiento excelente.

Se felicitaron entre todos y mandaron un mensaje a la Colonia, a Max, para elogiarlo y comunicarle las excelentes noticias. Mónica, por su parte, agradeció a Fénix su inestimable ayuda. También lo felicitó, sorprendida por la increíble precisión de sus sentidos.

El oberón se sintió muy bien, aunque su mente no estaba especialmente preparada para entender los halagos. Entre su especie existía el agradecimiento, por supuesto, pero no se acostumbraba a felicitar a nadie por hacer algo bien. Las cosas se hacían como se hacían, y salían como salían. Las habilidades de cada individuo estaban puestas al servicio de la supervivencia, no del reconocimiento personal. A veces, le costaba mucho comprender el funcionamiento de la mente de los Pequeños. Era vagamente consciente de que,  aunque las dos especies eran muy inteligentes, sus valores y sus procesos mentales diferían notablemente. Tenía la nebulosa impresión que las experiencias y desafíos vitales de cada especie a lo largo del tiempo condicionaban su forma de pensar. En aquellas que podían pensar con cierta claridad, por supuesto.

Lo único que podía hacer era seguir observando y aprendiendo. Confiaba plenamente en su capacidad para comprender las cosas. Y tenía una firme voluntad de entender a sus amigos. Al mismo tiempo era perfectamente consciente de que éstos también aprendían paulatinamente a comprenderlo a él.

Alejó todas aquellas cavilaciones de su mente y decidió dar una vuelta entre las dispersas rocas del campo de asteroides. Su olfato captó la presencia de algunos minerales interesantes por la zona, así que se puso a buscarlos. Mónica le había dicho que se relajase. No iban a necesitar su ayuda durante un rato, así que lo mejor era que se divirtiese. Y eso mismo pensaba hacer.

Mientras tanto, a bordo de la Elcano la actividad era incesante. La tripulación se dedicaba a tareas diversas. Klaus, Erin y Annevar preparaban informes y ordenaban los datos de la prueba. Luar y Li se fueron con Naler al anillo de acoplamiento ventral, para aprender más cosas del caza que estaba atracado allí. Vyla, la navicomputadora, organizaba los terabytes de datos recogidos y los comprimía para su transmisión a la Colonia, mientras mantenía bajo control los sistemas de la nave. Mónica, por su parte, decidió dar una vuelta para comprobar que todo seguía en orden. Confiaba ciegamente en la noble embarcación, pero nunca estaba de más echar un vistazo, por si acaso. Era muy meticulosa en cuanto al mantenimiento de su nave, pues era perfectamente consciente de que la vida de todos los que estaban a bordo dependía de ello.

Paseó por la cubierta principal, la más larga de las tres, sin entrar en los camarotes. Aunque era la comandante de la Elcano, respetaba la intimidad de los demás. Que cada uno tuviese su habitación como le diera la gana. No era algo que comprometiese la seguridad de la navegación. Mientras paseaba, su ojo experto recorría las conducciones del techo y las juntas de las planchas. Todo estaba bien. No se apreciaban torsiones ni cambios en las juntas. Las naves se diseñaban de forma que tolerasen cierta flexibilidad en todas direcciones pues, de lo contrario, podrían desgajarse ante un esfuerzo intenso. Pero no apreció ninguna alteración. Si la nave había sufrido alguna torsión, había vuelto dócilmente a su posición inicial. Sonrió satisfecha. Cada día que pasaba amaba más aquel montón de metal. La sonrisa se congeló en sus labios al pensar en el amor. Echaba muchísimo de menos a su niña. Hacía casi tres semanas que no la veía. Cada día se comunicaban con la Colonia por la onda subespacial. Pero ver a su hija en un monitor no era ni de lejos lo mismo que abrazarla. La misión aún duraría dos o tres semanas más, si todo iba bien. Aunque en un principio estuvo tentada en llevarse a Alexia con ella en la nave, al final decidió, con todo el dolor de su corazón, no hacerlo. Se acercarían al territorio Naderio y podían surgir complicaciones. Por nada del mundo se le ocurriría poner en peligro a su hija. Pero el tiempo pasaba más lentamente de lo que había pensado. Cada día le dolía más el alma por la separación. Así que trataba de distraerse revisando la nave y hablando con Fénix, al que quería casi tanto como a un hijo. Un frío incómodo inundó su corazón y se abrazó a sí misma, mientras seguía caminando pausadamente.

Llegó al final de la cubierta principal. Estaba en la precámara de la esclusa de popa. Desde allí podía subir a la sección de ingeniería o bajar a la cubierta inferior. Decidió que iría a echar un ojo a los sistemas del hipermotor, pero no usó el ascensor, sino que subió por la escalerilla del túnel de servicio. Llegó a Ingeniería sin ver nada raro y se dispuso a comprobar la maquinaria. Aquello estaba lleno de generadores, bombas de refrigerante, grupos de presión hidráulica...

Pero dos aparatos llamaban especialmente la atención, uno en cada extremo de la estrecha sala de casi treinta metros de longitud. Hacia proa había un gran cilindro metálico que se hundía en el suelo y el techo. Su pared curva estaba fuertemente blindada y de ella salían multitud de tuberías y cables. Estaba rodeado de sistemas de estabilización, control y apoyo. Producía un grave y constante zumbido muy suave.
 
Era el núcleo principal de energía, un modelo de fusión por sonoluminiscencia.
 
Estaba lleno de agua ultrapura muy enriquecida con helio-3 y deuterio, a altísima presión y rodeada por un intenso y complejísimo campo magnético rotatorio. Una gran cantidad de emisores sónicos de cavitación provocaba la aparición continua de millones de burbujas en el líquido, que implosionaban menos de un nanosegundo después con fuerza demoledora. Al hacerlo, en el lugar que había ocupado la burbuja se producía un intenso destello luminoso. La temperatura en el centro del destello alcanzaba cientos de millones de grados y la presión alcanzaba varios millones de atmósferas, pero todo sucedía durante una minúscula fracción de segundo. No obstante, era tiempo más que suficiente para que, en más del sesenta por ciento de las implosiones, se produjera una fusión de núcleos de deuterio y helio-3 o de dos núcleos de helio-3 entre sí (menos del diez por ciento de las veces).
 
La energía que se liberaba era de dos tipos: una parte era energía eléctrica pura procedente de la excitación de los electrones de las moléculas de agua colindantes al destello; la otra procedía de la fusión nuclear propiamente dicha, y la transportaba un rayo gamma y un neutrino. También se producía un protón libre.
 
El campo magnético rotatorio se encargaba de absorber y canalizar el primer tipo de energía y los protones y llevarlos hasta el convertidor. La electricidad se usaba directamente a través de un sistema de estabilización y transformación.
 
Los rayos gamma, por su parte, se conducían mediante complejos sistemas de minúsculos espejos de berilio orientables individualmente, dispuestos en la cara interior de la armadura del núcleo, hasta otro dispositivo que transformaba aproximadamente la tercera parte en simples fotones de luz visible, de una energía mucho menor. La diferencia de potencia se convertía directamente en electricidad de alto voltaje. Una parte importante de los fotones gamma atravesaban los espejos y eran detenidos por el blindaje, que se calentaba. Complejos tubos de refrigerante insertados en la coraza recolectaban ese calor y lo convertían en electricidad en una turbina de gas de ciclo cerrado.
 
El resto de la energía gamma viajaba, a través de un conducto blindado y altamente magnetizado, hasta los grandes condensadores del sistema de alta capacidad, compuestos por una aleación exótica capaz de almacenar ese tipo de energía sin apenas pérdidas. El sistema se encargaba de alimentar todos los campos magnéticos de confinamiento, los escudos, el amortiguador de inercia, el compensador de aceleración, el campo de integridad y el hipermotor.
 
Y los protones libres, por último, se usaban también directamente: al ser partículas cargadas, se podían canalizar con campos magnéticos y convertir su carga en electricidad directa, o almacenarlos como materia para su uso en el escudo o la propulsión.

Justo tras el núcleo había dos pequeñas cúpulas, de un metro y medio de alto, fuertemente acorazadas. Eran dos reactores compactos de fisión nuclear, rodeados por gruesas tuberías de refrigerante de sal fundida y conectados a una turbina de vapor. Era el sistema de Núcleo Secundario de la nave, capaz de alimentar sus sistemas principales (exceptuando la hiperpropulsión) mientras no le faltase materia fisible, normalmente torio. Se usaba en caso de emergencia, por si el núcleo de fusión sufriese alguna avería, para arrancar los sistemas del núcleo principal tras una parada por cualquier causa o como potencia auxiliar extra.

La embarcación disponía, aún, de un tercer sistema de alimentación, compuesto por la captación solar del casco y por las células de energía de la cubierta inferior. Este sistema podía mantener por sí mismo el soporte vital, durante un tiempo variable. Si la nave recibía una gran cantidad de luz solar, podía mantener la vida de quince personas de forma prácticamente ilimitada, siempre y cuando los escudos no se tuviesen que reforzar. Si dependía sólo de las células, el tiempo oscilaba entre una y seis semanas, según el estado de carga de las baterías. Pero en la Elcano, las células de energía siempre se encontraban cargadas al máximo y sometidas a un estricto programa de mantenimiento. Mónica se encargaba personalmente de comprobarlas casi a diario.

El otro dispositivo que llamaba la atención en la cubierta de Ingeniería estaba situado en el extremo opuesto al núcleo, hacia popa: el hipermotor. Era un aparato de un diseño extremadamente complejo, rodeado por los grandes condensadores del sistema generador de ventanas. Éstos recibían la energía directamente de la red de alta capacidad, la acumulaban y la volcaban en las bobinas primarias, incrementándola de forma exponencial. Después, cuando era necesaria, esta energía se liberaba de golpe en el núcleo de hiperpropulsión. La enorme potencia era concentrada y convertida por el complejo dispositivo en una intensa emisión de taquiones y se proyectaba alrededor y ante la nave, de forma que el espacio, literalmente, se desgarraba. De ésa forma se abría una ventana.

El hipermotor en sí era una complejísima aglomeración de planos de carga verticales, rejillas de compensación, canales de efecto y varias decenas de cristales de regulación energética de diversos tamaños. Destacaba en su centro un gran cristal esférico que emitía una delicada luz violácea. La verdad era que todo el aparato tenía un aspecto impresionante e incluso bello. No se podía distinguir ni una sola sección lisa en toda su superficie. Todos los planos estaban recorridos por intrincados circuitos de cristal. Pero por ellos no corría electricidad, sino energía gamma pura. El hipermotor estaba rodeado por un grueso cilindro transparente polarizado, levitando en su interior sin tocar las paredes. Unos imanes superconductores colocados estratégicamente lo mantenían en su lugar en cualquier situación, como si estuviese anclado con vigas de acero. En cada extremo del cilindro había dos dispositivos. El de abajo transfería la energía al centro mismo del hipermotor, al gran cristal esférico. El de arriba recogía el torrente de taquiones de alta energía y lo conducía hasta los dos proyectores de ventana. Un conjunto de estabilizadores, compensadores y canalizadores de carga se encontraban repartidos por todo el casco para controlar la intensa energía liberada y, con ella, la deformación del túnel a través del hiperespacio.

*

La necesidad de mantener el hipermotor en suspensión no es, en absoluto, un capricho o un recurso estético. La especial naturaleza de la energía creada y emitida por éste dispositivo hace que no pueda entrar en contacto con la materia convencional de nuestro espacio, pues no pertenecen a la misma dimensión. A efectos prácticos sería casi como mezclar materia y antimateria. Tan sólo los cristales de control pueden ser atravesados por el chorro de taquiones. Su exótica composición y su perfecta estructura molecular canalizan las hiperpartículas a través de ellos sin que se produzcan apenas colisiones con los átomos que los forman. Estas colisiones, que sufren aproximadamente uno de cada cincuenta millones de taquiones, no son importantes en sí mismas, pues los reguladores se encargan de compensar los picos de energía producidos, pero provocan una continua e irreparable merma en la calidad del cristal, y lo va volviendo cada vez más radiactivo. Éste es el motivo por el cual hay que sustituirlos cada cierto tiempo.
 
Se lleva un control exhaustivo de cada uno de los casi cien cristales del hipermotor. Los más pequeños se acostumbran a cambiar cada doscientas horas de vuelo por el hiperespacio. Los medianos duran entre trescientas y quinientas. Y los grandes pueden llegar a las ochocientas. El cristal esférico central es el más importante y el más complejo. Su extraordinaria calidad lo lleva a soportar, en algunos casos, hasta cinco mil horas. Sustituirlo es un proceso muy delicado que llevan a cabo robots especializados. Ni en la Colonia ni en Vian’har hay instalaciones capaces de realizar esa tarea. Los hipermotores de gran tamaño se fabrican actualmente en Megger, en el Sistema Tilán, y también se sustituyen allí los cristales esféricos. Vian’har posee fábricas de núcleos de hiperpropulsión para embarcaciones pequeñas y medianas, aunque su producción es muy limitada.

Sin embargo, todos los cristales de gran calidad se fabrican en la enorme instalación orbital de Nerilnia. Es una estación fuertemente blindada que orbita muy cerca de la estrella Millhan, la rutilante gigante azul del Sistema Keun Hal. La fábrica usa el abundante material del vasto disco protoplanetario que rodea la estrella, y la enorme energía que ésta emite, obteniendo así las condiciones necesarias para la compleja producción de los cristales. Está envuelta por un potente campo de fuerza que se alimenta directamente con la luz solar de la gigante azul. Por tanto, la fuente de energía de la estación es ilimitada. El campo de fuerza se extiende unos cinco mil kilómetros por detrás de la instalación, para que las naves de transporte dispongan de un entorno seguro en el que salir del hiperespacio. De otra manera, tanto las tripulaciones como las embarcaciones podrían sufrir graves daños, tanto por impactos como por la monstruosa radiación del entorno.

La fábrica fue diseñada por los Amos y construida por los vianhios y por los meggios. Pero fue durante la Edad de la Esclavitud, bajo el yugo de los invasores y para provecho de éstos. Decenas de miles de personas murieron durante su montaje y puesta en marcha. Tras la liberación, la instalación fue aprovechada y reacondicionada. Ahora funciona con personal mínimo, pues está muy automatizada. Las tripulaciones se rotan cada dos semanas, para que puedan eliminar el estrés que produce estar tan cerca de una fuerza tan indómita y letal como una estrella gigante azul.

La Confederación también ha construido algunas instalaciones de investigación y manufactura de hipercristales. Pero su calidad es muy inferior a los de Nerilnia, y sólo aguantan pequeños saltos de emergencia.

*

La joven sonrió satisfecha. Todo parecía en orden. No pudo localizar nada que la preocupase, ni ningún ruido extraño. A pesar de los años que la nave llevaba en el espacio, estaba en perfecto estado. Era una de las embarcaciones más veteranas que había actualmente en la Colonia. Había sido construida en la Tierra, antes de la evacuación. Estaba formada por las partes de diversos vehículos, ensamblados entre sí. La totalidad de la cubierta de mando pertenecía al tercio anterior del fuselaje de un Boeing 7117X, un avión suborbital hipersónico construido en 2.029. El cuerpo central provenía de un barco militar, un navío de doble casco sumergible. La parte trasera había sido construida desde cero. Y los cuatro motores principales no eran los originales. Al principio la Elcano equipaba cuatro motores cohete fijos. Los actuales habían sido instalados hacía treinta y cinco años, así como el compensador y los sistemas de hiperpropulsión. La nave había sido fuertemente modificada desde su construcción original, pues muchos sistemas no se conocían hasta que se establecieron relaciones con los vianhios. La Elcano había transportado a casi cien personas durante la evacuación. Fue la primera que atravesó el gigantesco agujero de gusano que los transportó hasta la Gran Nebulosa de Orión.

Ahora tiene mejor aspecto que cuando la construyeron, desde luego”, pensó Mónica. “La primera vez que vi una foto suya parecía el producto caótico de un accidente entre varios vehículos distintos. Ahora no es bonita, en comparación con las embarcaciones más modernas, pero se parece mucho más a una nave. Y tiene encanto, carisma. Me encanta.”

Abandonó Ingeniería y bajó a la cubierta principal. Esta vez usó el ascensor. Mientras bajaba deslizó su mano por el metal, acariciándolo. Sentía algo muy especial por aquella nave. Inspeccionó la rotonda de popa y se metió en la esclusa de aire. Comprobó los dos trajes ST-99 que había allí, las herramientas y todos los sistemas. Lo encontró todo a su gusto. En cada una de las tres esclusas de aire había dos ST-99. Mónica, además, había hecho instalar en las zonas clave de la nave unos armarios en los que había guardados varios trajes espaciales convencionales, además de una unidad de propulsión personal. La medida se le ocurrió un día en que se dio cuenta de que las cápsulas de salvamento y las esclusas quedaban lejos de la cubierta de mando, donde generalmente estaba todo el mundo, y en la que no había ningún traje disponible. En caso de accidente o ataque, si se abría una brecha en el casco, no había modo de protegerse. Y si fallaba la  separación del resto de la nave, podría pasar que alguien no llegase hasta los trajes de las esclusas o hasta las cápsulas, sobre todo si estaba herido. Así que había decidido remediarlo. También había escondido varias burbujas de salvamento hinchables. Ocupaban poco y podían mantener viva y a salvo a una persona durante unos días… siempre y cuando se abandonase la nave en una zona del espacio de riesgo moderado. En una zona peligrosa, nada inferior a una cápsula de salvamento podía garantizar la supervivencia más allá de un par de horas.

Bajó a la cubierta inferior por la escalerilla. El ascensor, de hecho, era en realidad un montacargas. Ella siempre prefería buscar cualquier excusa para realizar actividades físicas y limitar, así, el tiempo en el gimnasio. Como la aburrían soberanamente las máquinas de ejercicios, había programado la computadora para que aumentase temporalmente la gravedad en las secciones en las que ella estuviese, mientras realizaba sus rondas. Actualmente estaba a un G y medio. Li siempre le decía que no se pasase, que podía sufrir una lesión, pero ella estaba muy segura de sí misma y de todo lo que su marido le había enseñado en los años que llevaban juntos. La meditación, el tantra y las artes marciales mantenían equilibrados su mente y su cuerpo. Conocía perfectamente sus límites y sus capacidades, aunque debía reconocer que a veces se exigía demasiado. Y ahora tenía una hija. No podía hacer tonterías.

Pensar en la niña volvió a dolerle. Tenía que regresar a la Colonia lo más pronto posible.

Caminaba por la cubierta inferior, comprobando las cápsulas de salvamento, las células de energía, los mecanismos de los trenes de aterrizaje y los repulsores planetarios (que hacía más de veinte años que no se usaban, al contrario que los repulsores de control fino para estacionamiento en hangar) y, en general, todo lo que veía. Llegó al final de la cubierta. Estaba justo ante el puesto técnico de sensores y comunicaciones. Más allá había una pared con una compuerta de seguridad y, tras ella, la cámara donde se acumulaban todos los complejos aparatos que usaba la nave para sus comunicaciones y para la navegación. No se podía entrar allí sin un traje adecuado, que se encontraba en un armario, a la derecha del panel de control. La temperatura era de casi doscientos cuarenta grados centígrados bajo cero constantes. Los equipos allí instalados estaban constituidos básicamente por aleaciones superconductoras específicas, que precisaban de aquellas temperaturas para funcionar perfectamente. Por suerte, el resto de superconductores que se usaban en la nave lo eran a temperatura ambiente. Pero para las comunicaciones subespaciales, sólo servían ciertas aleaciones de materiales.

Se colocó delante del teclado y comprobó los sistemas en la pantalla. Mientras lo hacía cavilaba en la manera de reducir el tiempo de las pruebas. Querían probar el SRB a larga distancia en varios escenarios. Y luego irían al Sistema Yun Thal, a cartografiar el paso que atajaba hacia el Sistema Tilán. Se le ocurrió que podían ir directamente allí y realizar simultáneamente las pruebas y la cartografía. Aquello podría ahorrarles una semana. En las condiciones anímicas en que se encontraba, era una eternidad. Decidió comentárselo a los demás, a ver qué les parecía. No quería influir en ellos, pero quería ver a Alexia con todo su corazón. Y sabía que a Li le pasaba lo mismo, aunque él no dejaba que sus sentimientos le afectasen con tanta facilidad. Quizá era por ser mujer, y porque el vínculo entre madres e hijos es más profundo y agudo que entre padres e hijos, pero sus emociones se intensificaban a cada momento que pasaba y cada día le resultaba más difícil controlarse.

Regresaba del panel de sensores, satisfecha por el resultado de la inspección, pero con el alma dolorida por la ausencia de Alexia, cuando se encontró de repente con Naler. El joven piloto había decidido dar una vuelta por la nave y conocerla, pues era una embarcación famosa y, antes de aquella misión, nunca había estado en ella. Aunque el diseño era antiguo y algo caótico, la nave penetró en su corazón con fuerza. Tenía algo especial, como si fuese algo más que metal y energía... como si tuviese espíritu y voluntad propia. Y el mantenimiento rozaba lo exquisito. Todo estaba en perfecto estado, limpio y ordenado.

Salía de detrás de uno de los tubos de lanzamiento de las cápsulas, preguntándose por qué la gravedad artificial era tan intensa en aquella sección, cuando se tropezó de frente con Mónica. La joven andaba ligera y silenciosa, como siempre. Pero cada uno iba pensando en sus cosas y no percibió la presencia del otro hasta que chocaron. Rebotaron entre sí y cayeron al suelo, cada uno hacia un lado. Mónica cayó de culo. Se hizo algo de daño con aquella gravedad. Naler, por su parte, aunque sorprendido por el encontronazo, se retorció ágilmente y cayó con las manos. El impacto fue más fuerte de lo esperado, pero no sufrió ningún daño. Aunque Mónica estaba acostumbrada a las exigencias de las artes marciales, tenía la mente dispersa pensando en su hija. En otras condiciones ni siquiera hubiese caído al suelo. Naler se levantó como un gato y miró sorprendido a la joven humana. Inmediatamente le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella lo miró un instante, algo ruborizada por lo ridículo de la situación, y cogió la mano que se le ofrecía.

—¿Te has hecho daño? —preguntó el piloto.
—Sólo en mi orgullo—Se frotó el trasero con cara de incomodidad —. Y en mis posaderas. Como la gravedad está intensificada, he caído más fuerte de lo que debería. —Sonrió y añadió:— Y eso que tengo un culo abundante. Debería haberme amortiguado un poco...
—¿Y puedo preguntar porqué la gravedad artificial de esta sección está tan elevada?¿Acaso el generador falla? Porque eso es algo que me extrañaría mucho, después de haber visto el excelente estado de mantenimiento de esta nave...
—No, no falla nada. Hago una o dos inspecciones diarias, según mi estado de ánimo, y tengo convenido con Vyla que eleve la gravedad en los sectores en que yo me encuentre—explicó ella.
—¿Y eso?
—Es que odio el gimnasio… —respondió sonriendo.
—Te comprendo.
Vyla, por favor: restaura la gravedad normal en toda la nave.
Gravedad restablecida. Valor, un G.
—Gracias.
De nada, comandante Llanos.
—¿Volvemos arriba? —preguntó, dirigiéndose a Naler.
—De acuerdo, pero... —respondió él, indeciso y clavó su mirada en los ojos de ella.
—¿Pero...? —Sentía la intensidad de aquella mirada y no sabía muy bien cómo reaccionar. No estaba segura de por dónde le iba a salir el piloto. Su corazón se aceleró levemente.
—Verás, no quisiera inmiscuirme donde no me llaman. Sabes que los de nuestra especie tenemos una... habilidad para sentir las emociones de los demás y...
—Sí, lo sé... ¿y? —insistió ella, en ascuas.

Naler dudó un momento y disparó.

—Te encuentras mal. Puedo sentirlo con toda claridad. Hay algo que corroe tu alma y te desconcentra. —La miró con más intensidad. A ella casi le pareció que realmente podía ver el interior de su corazón—. Sientes dolor, pero no es físico.

Ella no respondió. Se sentía como fuera de su cuerpo.

—Es un dolor agudo, íntimo... Un dolor que aumenta cada día... Algo te falta... —El joven frunció el ceño, sus ojos convertidos en apenas dos ranuras. No, no es algo. Es alguien...

Permanecieron un instante en silencio, inmóviles, atados cada uno en la mirada del otro. Entonces Naler abrió mucho los ojos. Lo acababa de comprender.

—¡Tu hija! Es tu hija lo que te duele. No puedes soportar esta larga separación y deseas verla con todo tu corazón.
—Sí —dijo ella, apenas con un hilo de voz. Bajó la mirada, sintiendo un picor lloroso en sus ojos.
—Te entiendo muy bien, Mónica. Para mí, cada vez que me tengo que separar un tiempo de mis dos hijos, se me forma un nudo en el alma que no se deshace hasta que vuelvo a verlos. Yo puedo controlarlo. Pero a mi mujer se le haría insoportable. Siempre he sabido que nada iguala el vínculo entre una madre y sus hijos. Nada. Sin embargo, en nuestro trabajo, esto es lo que hay. O resistes o te retiras. —Puso ambas manos sobre sus hombros. En su rostro había una expresión reconfortante y comprensiva.
—No sabía que tuvieras hijos—comentó ella con un hilo de voz.
—Un niño de nueve años y una niña de seis.
—Me alegro. —Lo miró a los ojos. Escucha. Iba a proponeros a todos comprimir el tiempo de vuelo para llegar antes a la Colonia. Seguro que no soy la única que quiere llegar cuanto antes a casa. Había pensado en realizar las pruebas de larga distancia del SRB al mismo tiempo que cartografiamos Whania Rum. ¿Qué te parece?

Naler pensó un instante, mirándola.

—Creo que tengo una idea mejor, al menos para ti.
—¿Sí? ¿Y cuál es?
—Te lo contaré arriba, con tu marido—dijo, dándole la espalda.
—Pero...
—¡Ah! Por cierto, no creo que tu culo sea abundante. A mí me parece realmente fantástico. Una auténtica belleza... —Sonrió pícaramente y empezó a subir la escalerilla.

Mónica se quedó plantada allí, boquiabierta. La había pillado con la guardia completamente baja y no pudo reaccionar. Al momento empezó a subir, aunque sentía que le ardían las orejas. No sabía si aquella había sido la intención del joven piloto, pero la verdad es que una parte de su malestar se había disipado.

Subió a la cubierta principal y caminó hacia la escalerilla que daba acceso a la cubierta de mando. Al pie de ésta encontró a Naler y a Li hablando. Cuando ella llegó, los dos se giraron y callaron. En los ojos de Li pudo ver una profunda pena. Pena por ella.

—Naler me ha explicado cómo te sientes, cariño. No sabía que te había afectado tanto, lo siento. Estos vianhios tienen un sentido empático muy desarrollado. Aunque, comparado con el mío, hasta una cucaracha se hubiese dado cuenta de tu estado...

Ella se acercó rápidamente en dos pasos, lo agarró de las solapas del chaleco y le dio un fuerte e intenso beso. Se apartó de él con los ojos chispeantes.

—No es culpa tuya, ¿me oyes? No debería haberme guardado mis sentimientos para mí en lugar de compartirlos contigo. Sé que tú también lo pasas mal. Y en lugar de hablarlo, me he encerrado en mi mundo. Quizá no tendría este pesar en el alma si hubiésemos llevado la carga entre los dos. No hay nada que deba perdonarte, al contrario, mi amor. —Lo estrechó con fuerza contra su pecho.

Se hizo un silencio cargado de una intensidad emocional que podía palparse en el aire, aun sin ser un vianhio. Entonces Naler habló.

—Creo que tengo una solución provisional, al menos para ella, Li. A ver qué te parece.
—Dispara —dijo éste. Mónica escuchaba con atención.
—Ponemos rumbo a Deméter hasta pasar el cabo que forma la Barrera. Allí subiremos a mi nave Mónica y yo, y saltaremos hasta la Colonia. Vosotros pondréis rumbo a Yun Thal, hacia la Estación de Tránsito Noralín, que es la que se encuentra más cercana en estos momentos. Allí nos esperáis, vosotros y Fénix. Estaremos dos días enteros en la Colonia y luego volaremos a Noralín. Mientras Mónica está con vuestra hija, podéis realizar las pruebas de larga distancia del SRB.
—Me parece bien —dijo Li en el acto, mirando a su mujer. Ella estaba muda, pero sus ojos brillaban.
—Me gustaría dejaros el caza a los dos, pero soy responsable de él y no lo puedo prestar así como así, máxime siendo equipamiento militar. No me malinterpretes. Os lo dejaría con los ojos cerrados, completamente seguro de que no le pasaría nada, pero...
—No te justifiques. Lo entiendo —lo interrumpió Li, poniéndole la mano en el hombro y mirándolo con infinita gratitud.
—Gracias, Naler. Esto no lo olvidaré nunca—dijo ella. En sus ojos brillaba un agradecimiento y una ilusión como hacía tiempo que no sentía. El joven vianhio pudo sentir la intensidad y la profundidad de las emociones de la chica.

Acto seguido subieron a la cabina y comentaron la situación con los demás. Todos se mostraron de acuerdo, sin excepción y sin ninguna duda. Luar y Annevar eran conscientes del estado emocional de la joven, pero no habían dicho nada, aún, por respeto a su intimidad.

*

—Bueno, nos vemos pasado mañana, cariño —dijo Mónica a través de la radio.
—Hasta pasado mañana, mi vida. Dale un besazo de mi parte a mi pequeñaja—le respondió Li.
—Tanta dulzura me va a provocar un ataque de diabetes. Largaos de una vez ya—cortó riendo Erin.
—Cuidaos mucho.
—Y vosotros. ¡Adiós! —dijeron todos los de la Elcano.
—Hasta dentro de dos días, Fénix, cielo—emitió Mónica en la frecuencia especial de comunicación con el oberón. Era una frase sencilla, que no necesitaba del programa traductor.

Él la entendió sin problemas y, en vez de emitir una respuesta, giró sobre sí mismo unos grados. Entonces todos sus órganos bioluminescentes y los bordes de las aletas empezaron a brillar. Despidió a su amiga con un impresionante juego de destellos y luces móviles que maravilló a todos.

La Elcano proyectó su rayo tractor sobre el oberón y el núcleo principal empezó a volcar enormes cantidades de energía al hipermotor. La nave y el animal quedaron envueltos por el campo de integridad.

A bordo del Ereun, la situación se repitió al mismo tiempo, aunque a menor escala. Las dos naves se alejaron entre sí para mantener una mínima distancia de seguridad. Aparecieron dos ventanas al Hiperespacio casi a la vez, aunque en distinto ángulo, y los tres objetos se precipitaron por ellas a una velocidad abrumadora.

Las dos ventanas se cerraron tras las naves y el oberón simultáneamente, produciendo dos intensos destellos de energía.

*

—¡Hola, mi amor!—gritó Mónica al ver que la niña corría hacia ella a través del muelle de atraque. La sonrisa que la joven lucía en la cara era la más radiante y luminosa que Naler había visto en toda su vida.
—¡¡MAMA, MAMAAA!!—chillaba la pequeña, corriendo hacia su madre con los brazos abiertos. Sus extraordinarios ojos violetas chispeaban de felicidad.

Mónica saltó ágilmente de la cabina del caza hasta el suelo. Eran casi tres metros, pero eso no la detuvo. La necesidad de abrazar a su pequeña y mirarla a los ojos era tan intensa, que hubiese saltado desde una altura diez veces superior sin dudarlo ni un instante. Salió corriendo hacia su hija, que se encontraba en aquel momento a unos treinta metros de distancia. Cuando estaba a punto de llegar hasta ella, se tiró al suelo de espalda. De esa guisa resbaló por el pulido suelo un par de metros. Se detuvo justo delante de la niña, que giró rápidamente y saltó encima de su madre. Mónica la abrazó con fuerza, sintiendo que las lágrimas asomaban a sus ojos, mientras la pequeña no hacía otra cosa que darle besos.

Toda la gente que había en la cubierta de aterrizaje en aquel momento dejó a medias lo que estaba haciendo. Ver a la madre y a la hija revolcándose por el suelo abrazadas, acariciándose y dándose besos, era tan emotivo que a más de uno le empezaron a picar los ojos. Pero ellas eran completamente ajenas a la expectación que causaban. No existía nada más. En su mundo tan sólo estaban ellas dos.

Al poco Mónica se puso de pie y cogió a la pequeña de la mano, encaminándose sonrientes hacia la compuerta en la que las esperaban conmovidas Vanesa y Yuan, las dos abuelas de Alexia. Cuando llegó a su altura, las cuatro se fundieron en un emocionado abrazo.

—La niña te ha echado muchísimo de menos. No dejaba de preguntar por ti y por su padre—le contó Yuan.
—Qué lástima que Li no haya podido venir... —dijo Vanesa. La tristeza empañaba su mirada.
—Sí, me da mucha pena. Insistió en que lo hiciésemos así. No me gusta admitirlo, pero mi estado de ánimo era pésimo. Y él lo sabía—explicó la joven con cierto pesar.
—Bueno, vamos a casa. Hemos preparado comida como para un regimiento. Luego nos explicas como va todo ahí fuera—Vanesa cogió a su hija del brazo, que llevaba a Alexia agarrada en su pecho, y empezó a caminar por el túnel.
—Está bien. ¿A ti que te parece, cariño? ¿Tienes hambre?—preguntó a la pequeña con dulzura.
—¡Siiiiií! —La sonrisa de la niña iluminó a las tres adultas.
—Pues vamos entonces—Se giró hacia el hangar—. ¡Naler, ¿piensas quedarte ahí hasta mañana, o vas a venir con nosotras?!—gritó.
—Eso, anímate, que hay comida de sobras—corroboró Yuan.
—Está bien. Será un placer—accedió él tras unos instantes de duda.
—Pues muévete, no vamos a esperarte todo el día. —Mónica se dio la vuelta sonriente y empezó a caminar, sin apartar la vista de su hija.

Naler se encogió de hombros y caminó tras las mujeres a paso rápido. Definitivamente, no estaba seguro de lograr entender el sentido del humor de los humanos algún día. Comprobó una vez más los indicadores del traje de aislamiento biológico. Ya no estaban en la Elcano y allí no había sistema neutralizador.

Para estar todos cómodos, la madre y la suegra de Mónica habían tenido la gran idea de preparar una especie de picnic en un local abierto a la pradera inferior de la Nueva Esperanza. El sistema neutralizador de mayor potencia de la Confederación está instalado en la antigua nave convertida en cúpula invernadero. Así, sus bosques, riachuelos, jardines, lagos y cascadas pueden ser disfrutados sin riesgo por todo el mundo, sean de la especie que sean. Allí, Naler no necesitaba el traje de contención, cosa que agradeció sobremanera.

Por tanto, la cena fue amena y divertida. Y abundante. Naler aprendió que las madres humanas son unas anfitrionas especialmente atentas... e insistentes. Por educación y por no saber decir que no, se comió todo lo que le pusieron en el plato, ante la mirada complacida de las dos mujeres. Mónica se compadeció del pobre chico.
 
Ahora, el vianhio se sentía como si pesase una tonelada. Iba a ser una de las digestiones más difíciles de su vida. Aunque debía reconocer que pocas veces había probado una comida tan sabrosa y variada, máxime teniendo en cuenta las limitaciones de compatibilidad bioquímica, aun con la proximidad de ésta entre ambas especies. No es que su mujer cocinase mal, todo lo contrario. Pero aquellas humanas tenían un instinto especial para la cocina. Era innegable. Se dispuso a salir fuera un momento, a pasear para airearse, mientras las dos anfitrionas recogían todo. No habían dejado que ninguno de los dos jóvenes las ayudasen, pese a haberse ofrecido. Estarían allí sólo un par de días y debían pasarlo bien. De lo demás se ocupaban ellas.

Caminó unos minutos, descalzo, cerca del grueso cristal de la gigantesca cúpula. Admiró cómo se curvaba por encima de él y a los lados, describiendo una enorme y grácil parábola. Sus titánicas dimensiones le impresionaron. Pudo sentir la fresca hierba bajo sus pies. Después se dirigió hacia el centro de la nave, a un kilómetro de distancia. En principio, no tenía intención de llegar allí, sólo paseaba. Estaba a pocos metros de la orilla de una tranquila laguna cuando una voz lo llamó suavemente.

—Deberías aprender a decir que no de vez en cuando. No se iban a ofender. Si les haces caso, acabarás reventando.
—¡Uf! Me siento como un linerol... —Se masajeó el estómago.
—¿Un qué? —preguntó ella, saliendo de la sombra de un gran árbol.
—Un linerol. Es un animal del sur de Vian’har, acuático. Se parece vagamente a un hipopótamo de la Tierra, por lo que he visto en vuestros documentales, pero tiene una cola palmeada y el cuerpo cubierto de pelo. Además... —Se interrumpió. Aquello no llevaba a ninguna parte—. Déjate de bichos. ¿Qué hacías ahí, a oscuras?
—La niña está durmiendo y mi madre y mi suegra se han puesto a recoger. No toleran que nadie se meta en eso cuando están ellas. Y menos si ha estado fuera de casa tanto tiempo. Por mi parte, sólo estaba pensando. Un rato de intimidad conmigo misma. —Cruzó los brazos sobre el pecho y se acercó a él.
—Yo... iba a tomar el fresco —balbuceó.
—Si no te importa, te acompaño. A mí también me sentará bien el aire de esta cúpula. El aire filtrado y presurizado de las naves no se puede comparar con este.
—Desde luego que no. A mí me pasa lo mismo cuando estoy en casa. El aire fresco y perfumado de mi pueblo es imposible de imitar por ningún sistema artificial. Aunque aquí también se respira muy bien.
—No deja de ser curioso que podamos respirar la misma mezcla de gases viniendo de mundos diferentes…
—No es tan extraño. Tu especie y la mía son bioquímica y fisiológicamente tan similares que, perfectamente, podrían compartir un ancestro común. Y Vian’har y la Tierra son muy parecidos en su composición química atmosférica… Bueno, quiero decir… cuando la Tierra era… estaba… ya me entiendes.

Una sombra cruzó el semblante de Mónica. Naler percibió un cóctel de emociones nada agradables. Pero sólo fue un instante.

Caminaron unos metros en silencio. Empezó a percibir una mezcla indefinida de sentimientos en la joven que no supo como interpretar. Podía notar que la inundaba una gran alegría y una ternura inmensa, pero también albergaba un profundo pesar en su corazón. Unas eran fáciles de comprender. Sin embargo había también un gran número de otras emociones más sutiles y variadas tras las principales. El resultado era una amalgama que para él se hacía indescifrable. ¿Cómo era posible que los humanos pudiesen sentir tal cantidad de emociones distintas, incluso contradictorias, al mismo tiempo?

Mónica, por su parte, caminaba con la mente dispersa. Pensaba en su hija con alegría e ilusión. Sentía que la vida había vuelto a su corazón al abrazarla. El frío que atenazaba su alma había desaparecido por completo. Pero también le dolía que su marido no hubiese estado allí con ellas, que aun hubiese de esperar dos semanas más para ver a su niña… Y luego estaba aquella otra cosa, aquello que le pasaba cada vez que pensaba en su antiguo mundo…

—Gracias, Naler—dijo de pronto.
—¿Por qué?
—Por este regalo. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí.
—Tonterías. —Agitó la mano con indiferencia.
—Me has devuelto la alegría al traerme a ver a Alexia. No infravalores tu responsabilidad en ello, por favor. —Lo miró con los ojos brillantes de felicidad y gratitud.
—Es lo mínimo. Estabas muy mal. —Aquella mirada lo turbaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Llegaron al lago central. Se quedaron en la orilla, en silencio. Mónica tocó distraídamente una enorme hoja de plátano. Él la miró a un par de pasos de distancia. Una parte de su ser se sentía enormemente atraído por la chica. Costaba mucho resistirse a sus encantos, y eso que ella no mostraba ninguna intención al respecto. Era su naturaleza. Como el color del cabello o de sus ojos. Entonces recordó algo que le había dicho inocentemente en la cubierta inferior de la Elcano.

—Mónica.
—¿Sí?
—Creo que debo pedirte disculpas.
—¿Y por qué crees eso? —Lo miró con curiosidad.
—Lo que te dije cuando tuvimos el encontronazo en la nave. —Ante la mirada interrogativa de ella, continuó—. Ya sabes. Lo de tu... eh... lo de tu trasero, que era bonito. No fue apropiado. —Bajó la mirada.

Ella se acercó lentamente, con una leve sonrisa divertida y un brillo de ternura en sus ojos. Se detuvo a un paso de él. Lo notó temblar y aquello la enterneció aún más.

—No tienes por qué preocuparte. Me gustó el piropo. Más de lo que crees. Mira, no sé cómo funciona la cosa entre las mujeres de tu especie, pero a las humanas, generalmente, nos encantan los halagos bienintencionados. Debes tener en cuenta que nuestra esperanza de vida es bastante inferior a la vuestra. Yo voy a cumplir treinta y cinco años dentro de siete meses. Es decir, me estoy acercando a la mitad de mi vida teórica. Ya no soy ninguna jovencita, aunque tampoco me puedo considerar madura. Soy consciente que mi cuerpo provoca deseo en los hombres. Las mujeres de mi edad en adelante nunca despreciamos un piropo ajeno, no nos molesta que nos digan cosas bonitas, cuando son sinceras y sin intenciones lascivas detrás. De alguna manera, una mujer que se acerca a la madurez necesita sentirse atractiva. Necesitamos saber que aún gustamos. Es una absurda cuestión psicológica, lo sé. Pero nos alimenta la autoestima de una manera que no puedes llegar a imaginar. Así que, mientras te mantengas en el terreno de la elegancia y, por qué no, de la picardía divertida, nunca me ofenderás. En serio. Me encanta saber que aún soy atractiva a los ojos de un joven como tú. —Se acercó un poco más y le dio un beso suave en la mejilla. Luego se separó un paso y lo miró intensamente a los ojos.
—Nunca entenderé a las mujeres. Las de mi mundo son iguales que vosotras. Gracias por la lección.
—Quizá sea cierto lo de la Civilización Original... —murmuró.
—Deberíamos volver a casa de tu madre, antes de que a alguien se le ocurran conjeturas sin fundamento. —Sonrió.

Ella no dijo nada. Se cogió de su brazo y empezaron a caminar hacia la salida. Sentir el cálido cuerpo de la joven tan cerca del suyo lo puso algo nervioso, pero sabía perfectamente que no era, en absoluto, un gesto íntimo, sino de profunda amistad.
—Ahora que nos hemos sincerado, quiero que sepas una cosa. No tengo ninguna doble intención, pero debo decírtelo para quitarme un peso de encima.
—Déjate de rodeos y suéltalo ya. —Su intuición se disparó. Estaba casi segura de por dónde le iba a salir su amigo.
—Quiero que sepas que siempre te he admirado, tanto por tu calidad como persona, como por tu valía como profesional. Pero, además, siempre me has parecido una de las dos mujeres más bellas, interesantes y sensuales que he conocido en toda mi vida. Eres hermosa en todos los sentidos, al margen de la edad que tengas. Yo, de mayor, quiero ser como tú. Dicho queda, Mónica Llanos.

Bajó la mirada hacia ella. La chica levantó los ojos y sus miradas se cruzaron. Pero en ellas no había lujuria ni deseo, sino un profundo reconocimiento y una enorme gratitud.

—A ver si ahora te vas a pasar todo el tiempo diciéndome cosas bonitas. Que no he abierto la veda... —dijo suavemente, con expresión divertida, a la vez que un ligero rubor se deslizaba por sus mejillas.

Los dos se miraron durante un momento. Después, incapaces de aguantar más, se echaron a reír. En unos segundos se estaban riendo con tal intensidad, que todos sus problemas y todas sus penas se disiparon en las carcajadas que se alejaban perdiéndose entre los árboles. Se abrazaron con más fuerza y siguieron caminando hasta llegar al elevador que llevaba a la Zona Residencial. Naler cogió su traje de contención y se lo enfundó hábilmente. Luego le abrió la puerta a su amiga y le cedió el paso galantemente. Ella entró sonriendo y a él se le fue la vista hacia sus nalgas en movimiento durante un instante.

Desde luego que es un hermoso trasero”, pensó sonriendo. Suspiró y cerró la puerta tras él.

*

     El día siguiente fue inolvidable para todos. Apenas se despertaron, desayunaron y se asearon, se fueron todos, otra vez, a la Nueva Esperanza, al Nivel Tres, que acogía un ecosistema de bosque mediterráneo, con una zona infantil de juegos. Vanesa, Yuan y Antonio, que no había podido estar la noche anterior con su hija y su nieta, por encontrarse en su puesto de trabajo, se sentaron junto con Naler en un banco soleado. Helia brillaba intensamente, iluminando con su luz blanca toda la bóveda.

Mientras veían jugar alegremente a Mónica y Alexia, bombardearon a preguntas al joven piloto, respecto a la misión actual y al estado de todos los miembros de la tripulación. Los humanos que había en la Elcano en aquel momento llevaban más de ocho años trabajando juntos. Los otros dos puestos, que ocupaban Luar y Annevar actualmente, eran temporales y cada vez se sentaba en ellos alguien distinto. O nadie. Los cuatro tripulantes habituales, Mónica, Erin, Li y Klaus, se habían convertido en una pequeña y compenetrada familia. Y ésa relación se extendió inevitablemente a las familias de cada uno de ellos, de manera que todos se conocían y se preocupaban los unos por los otros.

Mónica, por su parte, disfrutaba cada minuto con su hija como si fuese a ser el último. Le parecía mentira que la niña ya tuviese casi dos años y medio. El tiempo había pasado a una velocidad increíble. Pero había tenido la suerte de poderlo compartir en gran medida con ella. El trabajo con Fénix la había mantenido en la Colonia la mayor parte del tiempo, lo cual había propiciado que estuviesen juntas largas temporadas. No había realizado demasiados vuelos fuera del asentamiento, aunque habían durado bastante. Pero, en general, había logrado mantener el compromiso que había adquirido consigo misma aquel día de hacía casi dos años.

La misión de prueba del SRB había sido la quinta separación realmente larga desde que Alexia nació. Pero, por alguna razón, aquella vez la había afectado más profundamente. Así que, allí, en aquel parque rodeado de pinos, bajo la luz de la pequeña estrella, tomó otra firme decisión.

No volvería a realizar ninguna misión de larga duración si la niña no podía ir con ella. No aceptaría de ningún modo estar más de una semana separada de la pequeña. Y, como dentro de poco iba a empezar la escuela, sería más difícil que los pudiese acompañar en sus vuelos. Cuando viese a Li se lo diría y, acto seguido, se lo comunicaría a la Comandancia de Navegación. Ahora era madre y tenía una responsabilidad más importante con su hija que con la Colonia.

Era consciente de que seguramente le quitarían el mando de la Elcano, la nave que tanto amaba. Y que, posiblemente, no volvería a salir al espacio en misiones oficiales. Pero el amor que sentía por Alexia estaba tan arraigado en su corazón, que era capaz de sacrificar cualquier cosa con tal de estar con ella.
 
Incluso la Elcano...

Sacudió la cabeza y alejó aquellos pensamientos de su mente. Estaba allí para disfrutar de la compañía de la pequeña, no para preocuparse por el futuro. Tenía todo el tiempo del mundo para eso.

La mañana pasó y llegó la hora de comer. Era perfectamente consciente de que a la mañana siguiente debían regresar a la misión del SRB Comieron y se echaron la siesta juntas. Después jugaron un rato más y le dio la merienda a la pequeña. Por la tarde fueron al cine y a uno de los parques infantiles, hasta las nueve de la noche. Cenaron otra vez (Naler, de nuevo, fue incapaz de negarse a comer más) y se acostaron las dos juntas, madre e hija. Mónica se pasó parte de la noche viendo dormir a la pequeña y acariciando su cabecita y su pecho. Cuando sonó el despertador, a las ocho de la mañana, la noche se le había hecho lastimosamente corta. Despertó a Alexia con dulzura, se asearon, desayunaron y pasaron un ratito juntas, mientras Mónica se preparaba para el vuelo.
 
Eran casi las diez de la mañana, en el horario oficial, cuando llegó el momento de la despedida.

Aunque todavía era muy pequeña, Alexia pareció comprender que su mamá debía irse de nuevo, pero que estaría de vuelta poco tiempo después. La viva inteligencia de la niña estuvo a la altura y se despidió alegremente de Mónica, en vez de ponerse a llorar. Si su hija hubiese llorado, Mónica no habría tenido fuerzas para irse y habría presentado su dimisión en aquel mismo instante.

A las once estaban de nuevo todos en la cubierta de aterrizaje B-2, la más cercana a la Zona Residencial. La nave de combate estaba repostada y lista para partir. Naler había realizado la última inspección y ya estaba en su puesto con el traje de vuelo. Mónica se arrodilló ante la niña y le besó la frente. Luego la abrazó fuerte.

—Te quiero mucho. Volveré pronto.
—Yo también te quiero, mami.
—Adiós, mi cielo.
—Adiós, mami. Ten cuidado—dijo, agitando su manita.

Se levantó, reticente a dejar a Alexia. Necesitó toda su fuerza de voluntad para girarse y caminar hacia la nave. Sus ojos se humedecieron.

Apenas había dado dos pasos cuando percibió movimiento por el rabillo del ojo. Giró la cabeza y vio a un grupo de gente caminando hacia ella rápidamente. La comitiva estaba encabezada por la Consejera Vala Ruano. Justo tras ella, siguiendo su paso enérgico y decidido, caminaban Kyle Kidman y “Scotty”. El instinto de Mónica se disparó.

Pero qué demonios…”, pensó. “¿Qué hacen aquí los tres Consejeros? ¿Y por qué vienen hacia mí…?

De pronto, un pensamiento atenazó su corazón. Se puso rígida.

¿Le ha pasado algo a la Elcano? ¿Están bien Li y los demás?

Pero algo en la expresión de la Consejera la tranquilizó. No tenía la mirada de alguien que trae una mala noticia. Relajó un poco los hombros, pero su corazón seguía latiendo a toda máquina. Naler, percibiendo sus emociones, se acercó a un paso de la joven.

La Consejera llegó hasta ella, seguida por los demás. La finísima perspicacia de la mujer taladró el corazón de Mónica. Fiel a su carácter enérgico y algo brusco, le espetó:

—Tranquila, Mónica. A tu nave no le ha pasado nada. Todos están perfectamente. No hemos venido por eso.

La joven abrió mucho los ojos. Nunca dejaba de sorprenderla la habilidad de Vala para adivinar los pensamientos de la gente. La Consejera agitó la mano con indiferencia.

—Muchos años lidiando con las reacciones de la gente y con sus intenciones ocultas. Tu nobleza de carácter es como un libro abierto para mí. No le des más vueltas.

Mónica no supo ni qué decir. “Scotty” sonreía. Y lo que la sorprendió todavía más: Kyle Kidman también sonreía.

—En fin. A lo que importa. Íbamos a esperar a que volvieseis de Whania Rum para daros la noticia, pero como tú has decidido visitarnos antes de tiempo, hemos venido a decírtelo en persona. ¡Chica! Casi te nos escapas… —Rió con ganas. A Mónica la devoraba la curiosidad.
—¿Y… y qué me tenéis que decir? —Casi no se atrevía a preguntar.

Vala, por extraño que pareciese, no dijo nada. Se limitó a erguirse con orgullo y guardó silencio.

—Algo que estamos seguros que te alegrará—dijo “Scotty”—. Kyle, por favor.
—Te informo que el Consejo de la Colonia, a fecha de hoy, 2 de diciembre del 51 del Éxodo, siendo las… once y treinta y siete minutos de la mañana, y tras haberlo acordado con anterioridad a este anuncio… —pausa dramática—, hemos decidido otorgarte a ti, Mónica Llanos, la plena propiedad, total e indiscutible, de la nave estelar de exploración J. S. Elcano, como reconocimiento por la dedicación, la profesionalidad, el sacrificio y los servicios prestados a la Confederación durante todos estos años. Que quede constancia y registro.

Mónica casi se desmayó de la impresión. Naler reaccionó rápido y la abrazó con fuerza, felicitándola. Sus padres, su suegra y la niña hicieron lo mismo. La joven no pudo contener las lágrimas. El mejor regalo, el mejor reconocimiento que podía esperar. Aquello era algo que sólo se hacía con las mejores personas. Y nunca, nunca antes, el Consejo había cedido la propiedad de una embarcación tan valiosa como la Elcano.

Incluso Vala Ruano, tan dura y pragmática, tuvo que esforzarse de lo lindo en evitar que los demás viesen lo emocionada que estaba.

“Scotty” se acercó a Mónica y le cogió la mano cariñosamente.

—El Argos siempre estará abierto para ti, sea lo que sea lo que necesites. Pero como no me cuides esa vieja joya, me vas a oír—le dijo, conmovido.

Ella lo miró a los ojos. Luego a Vala. Y a Kyle a continuación.

—¡A la mierda el protocolo!—soltó, con la voz rota de emoción. Abrió los brazos y sacudió las manos, con un mohín emocionado en sus labios—. Venid aquí.

Los cogió a los tres y se abrazó a ellos con fuerza, llorando sin contenerse. Los Consejeros respondieron al abrazo espontáneo de la joven sin tapujos, con sinceridad.

—Gracias… Gracias a todos. Contad conmigo para lo que sea—dijo entre sollozos.
—Eso es algo que nadie duda—contestó Vala—. Lo has demostrado durante años. Ahora puedes explotar tu increíble potencial sin limitaciones y sin rendir cuentas a nadie. Sabemos que la nave queda en manos de alguien con una talla moral incuestionable, que la cuidará y que contribuirá a la historia de la Confederación con honor y con absoluta dignidad. ¡Y deja ya de llorar, que me vas a poner en un compromiso y no quiero sentar precedentes!

Todos se echaron a reír y la tensión emocional se relajó.

Mónica, eufórica, sin poder apenas contenerse, abrazó a Alexia con fuerza. Luego la dejó en el suelo y tras despedirse de ella, fue hacia el caza de Naler, que la esperaba para reunirse con los demás en Noralín.

Subió a la nave. Justo antes de sentarse en el asiento del artillero, detrás del de Naler, se giró y le lanzó un beso con la mano a su pequeña. Luego miró a sus padres, a su suegra y a los Consejeros y, con una sonrisa emocionada, les dijo adiós.

Naler creyó oportuno no dilatar la despedida, por el bien de su amiga. Entre la pena por dejar a Alexia y la emoción por la donación de la Elcano, el corazón de la joven estaba a punto de explotar. Así que, apenas estuvo sentada, cerró la cabina y activó los sistemas. Los repulsores del caza lo elevaron suavemente mientras recogía los trenes de aterrizaje. Luego, flotando a dos metros escasos del suelo del hangar, se propulsó un instante con los motores de maniobra traseros y se desplazó con elegancia hacia la compuerta de salida. Los abuelos saludaron con la mano y se retiraron un poco. Con un nuevo impulso, la nave atravesó limpiamente el campo de contención atmosférica y flotó en el espacio. Acto seguido, el piloto activó sólo el motor central y se alejaron de la Colonia en dirección al acceso principal.

Las intensas emociones de Mónica taladraron el órgano empático del vianhio, rozando el umbral del dolor. Pero él estaba tan contento por su amiga, por lo bien que le estaban saliendo las cosas, que ni se inmutó.

Pasaron los tres anillos de instalaciones que orbitaban el enorme asteroide y Naler activó los otros dos propulsores principales de su nave, que empezó a desplazarse cada vez a mayor velocidad. El joven piloto tenía la costumbre de realizar las maniobras de vuelo en zonas transitadas y los vuelos a baja velocidad con un solo motor. Así ahorraba combustible y controlaba mejor la nave, además de reducir el desgaste de los otros dos propulsores.

En la vertical del Aries saludaron a Catherine, que felicitó a Mónica por la donación de la nave (¿cómo lo hacía para enterarse siempre de todo antes que nadie?), y Naler pidió permiso para usar los anillos de hiperlanzamiento hacia Vian’har.

—¿Para qué quieres usar los anillos? —preguntó ella distraída.
—Muy sencillo. La Elcano está en el Sistema Yun Thal. Si viajamos hacia allí directamente, con la hiperpropulsión del Ereun, tardaremos más de tres horas en llegar a la vertical de la estrella Darun. Sabes que no hay una línea visual directa entre Deméter y Yun Thal, por lo que habría que salir del Hiperespacio, esperar en medio del espacio a que los cristales del motor drenasen la radiación al menos durante una hora y después efectuar otro salto hasta la estación Noralín. En total, más de cuatro horas y media.
—Pero usando los anillos, llegaremos a Vian’har en unos veinte minutos. Y desde allí sólo hay dos años luz y medio hasta Noralín, en un solo salto. Es decir, a la potencia máxima de esta nave, dos horas. Es una idea excelente, Naler. Recuérdame que te dé un beso cuando lleguemos a Yun Thal.
—Eso. Ves repartiendo besos y luego pide que no me ponga nervioso a tu lado. —Se puso a reír y maniobró la nave hasta situarse en la ruta de acceso al anillo que estaba libre.
—Hombres... da igual de qué planeta provengan; todos sois iguales —murmuró divertida.

El grueso y complejísimo anillo metálico de ciento setenta metros de diámetro empezó a acumular energía y en pocos segundos se formó un luminoso horizonte semiesférico estable. Al contrario que en los saltos realizados en el espacio abierto, la ventana de hiperespacio no tenía un aspecto irregular y deshilachado, sino que estaba confinada en los límites del anillo. Eso concentraba la energía mucho más. El túnel formado entre el dispositivo de la Colonia y el que orbitaba el planeta Vian’har era más estable y seguro. Y las naves que viajaban a través del lanzador de anillos lo hacían más rápido que por sus propios medios.

Los anillos sacrificaban la posibilidad de elegir el destino, pero, a cambio, se viajaba por ellos invariablemente a través del cuarto nivel. Además, estaban diseñados para vehículos sin hipermotor y otros objetos que ni siquiera eran naves, como contenedores y otros aparatos. Al formar un túnel más estable, controlado y restringido, el campo de integridad no debía ser emitido por los objetos en desplazamiento, sino que lo generaban los mismos anillos. De hecho, el campo protector se extendía como una fina película en toda la longitud del túnel, lo que lo hacía más eficaz y estable. Al caza de Naler y Mónica ni siquiera le hacía falta usar sus protecciones, aunque, por seguridad, las mantenían activas. Sólo tenían que entrar allí y el dispositivo los transportaría hasta su destino con total seguridad y sin gastar ni una gota de energía. La única obligación era la de mantener el sistema de soporte vital en funcionamiento.

Las luces indicadoras del enorme anillo se pusieron en verde. El túnel hasta Vian’har estaba formado y estable. Naler empujó la palanca de impulsión y el caza atravesó veloz el etéreo horizonte oscuro. La nave fue violentamente absorbida en una fracción de segundo y desapareció rumbo a su mundo de origen.


[1] Sistema de Rastreo de Barrera (N. del A.)
 
 

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