martes, 8 de mayo de 2012

Capítulo Noveno: NACIDA CONSCIENTE



“¿Qué... qué ha pasado...?¿Dónde...?”

Se estaba meciendo suavemente. Frescor y oscuridad. Gravedad. Presión. Infinitos olores. Estaba a punto de concluir el amanecer.

Dolor. Moderado y generalizado. Más agudo en el vientre. Su mente reaccionó.

“Oh, sí... Ahora recuerdo. El mar... Mi hija ha venido a la luz...”

Magtió muy dulcemente a su alrededor, en una frecuencia baja y suave. Sintió vibraciones en el agua, rodeándola. Y una aguda señal, alegre y rebosante de vitalidad le llegó con dolorosa claridad. La cría la había emitido con toda su energía, sin medida y a muy corta distancia.

¡¡MAMÁAA!! ¡Te has despertado! ¡Estoy aquí, aquí a tu lado...! (Inmensa Felicidad) (Ilusión).

La Navegante quedó aturdida por la sorpresa. No había entendido prácticamente nada de lo que su hija había transmitido. La criatura emitía amplias modulaciones de frecuencia, con una rapidez apabullante y de una complejidad asombrosa. Sólo pudo descifrar las emociones que destilaba aquel estallido electromagnético. Estaba estupefacta. De pronto comprendió que su cría estaba dotada de una capacidad de comunicación increíble, la más rica y compleja que había compartido jamás, incluso entre los ejemplares más inteligentes.

Su especie usaba su sentido electromagnético tanto para percibir el entorno como para comunicarse con sus semejantes. El intercambio entre individuos se realizaba mediante transmisiones de baja energía y ondas largas, complementadas con destellos procedentes de los órganos bioluminescentes que tapizaban la piel. Las comunicaciones se limitaban a mensajes simples de diversa índole, sentimientos, emociones o avisos, además de algunas modulaciones especiales que se referían a cosas concretas, como denominaciones de lugares, tipos de alimento, peligros... En general, pensaban más profundamente de lo que eran capaces de comunicar.

Pero ella nunca había magtido nada parecido a lo que su cría acababa de transmitir. Pudo sentir, en su propia mente, la abrumadora conciencia y la aguda inteligencia de su hija. Supo instintivamente que su pequeña estaba muy por encima de todos los demás miembros de su especie. Incluso ella, con su conciencia despierta recién adquirida, se sintió completamente sobrepasada. La invadieron sentimientos encontrados, pero un cálido orgullo los eclipsaba a todos. Desde el principio, aquel embarazo no se había parecido a los anteriores. Supo todo el tiempo que algo especial ocurría en aquella ocasión. Y, por lo visto, tenía razón. Tuvo la impresión de que la vida a partir de aquel instante iba a ser muy, pero que muy estimulante.

¿Mamá? ¿Estás bien? ¿Me sientes...?emitió de nuevo la cría, de forma mucho más simple.

Sí, aquí estoyrespondió ella, casi sin entenderla. Y luego magtió cálidos sentimientos de alegría, ternura y protección.


La cría nadó alegre y exultante. Se acercó a su madre y se pegó a su cuerpo, frotándose contra ella con deleite. La Navegante aumentó el volumen de sus vejigas internas y expulsó toda el agua que había tragado, por lo que perdió densidad y ascendió desde el fondo, flotando suavemente en la superficie.

No sintió aquel vago malestar que la había incomodado durante ciclos hasta el momento del parto. Fuese lo que fuese, ya no estaba. Abrió los ojos y miró a su hija bajo la creciente luz del amanecer.

Era un precioso ejemplar de piel brillante con reflejos irisados. Bandas alternas de tonos plateados y aguamarina cruzaban su lomo, con un reflejo violáceo muy sutil entre las placas dérmicas. No tenía ninguna malformación. Pero, en cambio, había cosas muy poco comunes en ella.

Para empezar, medía casi una vez y media la longitud de un recién nacido normal. “Con razón me ha costado tanto dar a luz...”, pensó. Siguió observándola: las aletas eran algo más delgadas y alargadas de lo acostumbrado, pero su musculatura estaba mucho más desarrollada. Su cuerpo era más estilizado de lo habitual. El blindaje de su piel también daba la impresión de ser más fuerte, aunque igual de ligero. En algunas partes era incluso más grueso de lo habitual, como en el escudo frontal y alrededor de las zonas vitales.

Aunque, lo que más le sorprendió no fue su peculiar morfología. Lo más extraño era que la cría, pese a ser indiscutiblemente una hembra, poseía una característica que no era en absoluto propia de éstas: estaba notablemente armada.

Tenía filos cortantes en los bordes delanteros de todas las aletas. Un corto y grueso colmillo horizontal se proyectaba desde la mandíbula superior, bajo el escudo dérmico. Sus magtinos también eran más grandes y enérgicos. Transmitía una notable sensación de fuerza, seguridad y potencia, pero sin perder nada de la gracilidad y elegancia propias de los individuos de su sexo. También pudo observar que su hija poseía unos impulsores más desarrollados, dotados de una movilidad asombrosa. Estaba claro que, si sobrevivía hasta la edad adulta, iba a ser una Navegante muy especial.

Cuando la pequeña se separó un poco, al apartar las aletas traseras, vio otra cosa aún más insólita: dos extraños órganos alargados flanqueaban la parte posterior de su cuerpo. Aunque más cortos, se parecían mucho a los impulsores magnéticos de los Ensartadores...

Su sorpresa fue mayúscula. Ningún Navegante poseía estructuras de ese tipo. Con su estilizada fisonomía, sus magtinos sobredimensionados y la mayor movilidad y potencia de los propulsores, sumados a los nuevos órganos magnéticos, la pequeña debía poseer una velocidad y maniobrabilidad desconocidas para cualquiera de sus congéneres. Pensó que incluso podría dejar atrás a los mismísimos Ensartadores. Y, además, poseía aquellas respetables defensas. Si ella hubiese contado con un equipamiento la mitad de extraordinario que el de su hija cuando sufrió el ataque en el espacio...

Fue vagamente consciente de que la cría era un paso adelante, una nueva forma que cambiaría su especie algún día.

Entonces se fijó en sus ojos, cuando la pequeña pasó ante ella, nadando lentamente. Sus miradas se cruzaron. Se fundieron la una en la otra, en un mar de cariño y ternura. Nunca había visto unos ojos de aquel color. La práctica totalidad de los Navegantes presentaba tonos verdes o azules, o mezcla de ambos. Ocasionalmente nacía algún individuo con los ojos ocres, anaranjados, o muy raramente negros. En cambio, los iris de encendido color violeta de su hija eran algo insólito, único. Pensó que nunca había visto unos ojos tan hermosos.

Intentó mover las aletas delanteras, pero tenía los músculos completamente entumecidos por el tremendo esfuerzo que le había supuesto el parto. Sentía punzadas de dolor por todo el cuerpo, más agudos en el vientre. Había pasado mucho tiempo inconsciente hundida en el fondo de la cala. Por suerte, no había sufrido ningún ataque de los múltiples carnívoros que pululaban por la zona. Un Navegante adulto era un rival formidable para casi todos los predadores marinos del planeta. Pero, sumida en un estado de indefensión tan absoluto, podrían incluso haberla matado.

La cría se había situado a cierta distancia, flotando impaciente y expectante, y magtía animadamente a su madre para que se pusiese en movimiento. Pero ella estaba extenuada. Necesitaba descansar con tranquilidad y comer para regenerarse de la durísima y casi mortal prueba que le había supuesto aquel parto. Claro que, con una hija tan vital, iba a ser cuando menos difícil.

Con sus reservas orgánicas totalmente agotadas los músculos no le respondían. Pero la débil luz que incidía en su piel se convertía en un suave pero continuo suministro eléctrico. Tuvo que concentrarse bastante hasta que consiguió estabilizar la electricidad que circulaba por su organismo. Aunque muy modesta, era suficiente para alimentar parcialmente sus músculos exhaustos. Las células de sus tejidos se habían quedado sin alimento y no podían generar energía por sí mismas. La débil electricidad que la recorría no permitía poner en funcionamiento sus capacidades electromagnéticas, pero al menos le permitiría moverse. Desplegó los menguados pétalos de su lomo. Prácticamente asimilados durante el largo parto, se extendieron lastimosamente por el agua a ambos lados de su cuerpo. Las colonias de bacterias y algas simbióticas que los habitaban quedaron así expuestas a la luz y empezaron a realizar sus habituales funciones de alimentación y reciclaje. Muy lentamente, notó que su cuerpo se iba recuperando de la durísima prueba.

*

El organismo de un Navegante posee un funcionamiento doble. Por un lado, usan la energía producida en sus células por las reacciones químicas de los alimentos (principalmente la oxidación, aunque también la reducción y varias otras en distinta medida) y la débil corriente propia de los sistemas orgánicos. De esa manera son capaces de contraer sus fibras musculares con gran fuerza, suficiente para todos los movimientos normales. Por otro, pueden desviar corrientes controladas de alta intensidad, procedentes de su piel fotoeléctrica o de los órganos vibradores, a músculos individuales o a grupos enteros de músculos, con lo que su potencia se multiplica considerablemente. Usan esa fuerza extra para situaciones en las que se requiera toda la capacidad disponible. Y, cuando la energía proporcionada por las reacciones celulares convencionales se agota, pueden forzar a su musculatura a que continúe funcionando alimentada por ése segundo sistema. También pueden asimilar completamente las colonias de bacterias y algas de sus pétalos, o los propios pétalos, en casos extremos. Pero es extremadamente raro que recurran a ello, pues perderían gran parte de la capacidad para mantener el equilibrio bioquímico de su organismo, lo que podría llegar a intoxicarlos mortalmente.

Por último, y ésta es la característica más destacada de los seres que habitan el Territorio en lo que a energía se refiere, pueden usar la fuerza electromagnética de su entorno, por débil que sea, para abastecer directamente su organismo. Esta es una habilidad imprescindible para sobrevivir en el espacio. Si, por cualquier causa, llegasen al extremo de acabar con todas las reservas alimenticias de su cuerpo, podrían mantenerse vivos indefinidamente, siempre y cuando tuviesen cerca una fuente de luz o de electromagnetismo.

*

Giró sobre sí misma, con un ligero movimiento de las aletas, y apuntó el hocico hacia la brecha rocosa que comunicaba la cala con el mar abierto. Por unos momentos dudó, pues se encontraba bastante débil. Pero al final decidió que no ganaba nada esperando más tiempo. En cualquier caso necesitaba comer urgentemente. Su organismo empezaba a mostrar evidentes signos de desnutrición. Mientras permaneció inconsciente en el fondo de la cala, su cuerpo consumió totalmente los últimos recursos de que disponía para apenas curar los daños más críticos. En condiciones normales habría tenido reservas más que suficientes para muchos Ciclos, incluso tras un parto tan terrible como el que había sufrido. Pero aquel inusual malestar que había afectado a su apetito tras el ataque, la había dejado con apenas lo necesario para garantizar el desarrollo de su hija hasta el momento de dar a luz.

La pequeña se situó detrás de su madre, un poco a la izquierda y aguardó impaciente a que ésta se pusiese en movimiento. La apremió un poco. Mientras esperaba a que mamá se decidiese a hacer algo, se dedicó a observarla con atención. Era sensiblemente diferente de ella. No tenía ni el colmillo, ni los bordes afilados de las aletas, ni las dos estructuras alargadas que sentía en la parte posterior de su cuerpo. Además, sus extremidades eran más gruesas y anchas y su forma más rechoncha. Pensó que esas diferencias desaparecerían con la edad y no se preocupó más. Ciertamente su madre era muy grande y parecía muy fuerte, incluso en su actual estado de debilidad. Claro que, sin ningún otro Navegante más con quien compararse, tampoco sabía cómo de grande y fuerte podía llegar a ser.

Sus pensamientos fluían de forma torrencial y bastante tumultuosa, pero era muy consciente de sí misma y de cuanto la rodeaba. Podía expresar una enorme cantidad de conceptos, sentimientos y emociones sin saber realmente cómo lo hacía. Era algo que le pasaba automáticamente, sin necesidad de pensar en ello. Pero había notado que su madre apenas la comprendía. Quizá era ella misma la que, por ser tan joven, aún no sabía comunicarse correctamente. Aún así, algo en su mente, una nebulosa y lejana sensación, le decía que se equivocaba. Supo de alguna manera que no era ella la que no se comunicaba bien, sino que era su madre la que no la entendía a ella. Y, de alguna forma, supo también que mamá se había dado cuenta de ello.

Decidió impulsivamente que, en adelante, se comunicaría sin cesar con ella, para que ambas aprendiesen a entenderse de la forma más amplia posible. Juntas, inventarían señales, juegos de luces y modulaciones de frecuencias para nombrar cosas, sitios, acontecimientos... Y, si podían, se lo enseñarían a otros. En medio de la vorágine mental que experimentaba, cayó en la cuenta de un hecho curioso. A parte de ella misma, sólo conocía a otra criatura similar: mamá. Entonces, ¿por qué daba por supuesta la existencia de más seres? No sabía por qué pensaba en aquellas cosas, así, de repente. Pero apenas pudo preocuparse por ello cuando la marea mental se la llevó en múltiples direcciones. Ya habría tiempo para pensar en cosas serias más adelante. Hizo un esfuerzo de voluntad y se concentró en su madre y en explorar su entorno.

Las altas paredes de roca oscura se elevaban a su alrededor recortándose contra el fondo azul y débilmente anaranjado del cielo. También se veía parte de un gran disco negro, orlado por una delgada curva luminosa, más allá del horizonte. Tras él despuntaba un radiante punto de luz. Un enorme arco de un color blanco intenso cruzaba todo el cielo de parte a parte. Intentó sargrar todo aquello. Sintió la fuerza atractiva del mundo que se extendía bajo ella, a través del agua. Era una atracción suave, que sentía más intensa debido a lo cercana que se encontraba de su fuente. Pero el disco negro que veía allá a lo lejos, emitía una fuerza considerablemente más potente, aunque la sintiese más débil por la lejanía. De hecho, supo que estaba muy lejos. El arco blanco también destilaba aquella fuerza, pero era muchísimo más dispersa y débil. Entonces notó una energía atractiva inmensa y muy lejana, que tiraba de todo lo demás. Trató de localizar con la mirada el punto de origen de aquella fuerza y vio que estaba detrás del gran disco negro, del punto en que la luz blanca se asomaba desde el otro lado, iluminando cada vez más el cielo y el mar... También sentía varias fuerzas más débiles que las del disco a diversas distancias, y en movimiento. No sabía qué eran, así que no se preocupó más de ello. De pronto dejó sus pensamientos en suspenso. Mamá se estaba moviendo.

*

Pensó que ya había esperado suficiente y empezó a aletear débilmente. Estaba rendida. Pero debía salir a aguas más profundas, para reponer sus reservas, sumergirse completamente y que su hija pudiese mamar. Su gran cuerpo empezó a desplazarse lentamente hacia delante, atravesando la entrada de la cala y salió a mar abierto. La pequeña, consciente de la debilidad de su madre, se acercó por la derecha y aproximó su cuerpecito a su costado. La abrazó con las aletas centrales, en un gesto que la adulta interpretó como de cariño. De pronto, y para su sorpresa, la cría provocó un tremendo pulso de energía que se expandió por su cuerpo, inundándola de fuerza. Sintió que su organismo y su mente se desentumecían instantáneamente. Le asombró la intensidad de la descarga. Su hija se separó un poco, magtiendo amorosamente. Miró agradecida a su pequeña.

La sensación de hambre volvió, incrementándose por momentos según su organismo iba recuperando la normalidad. Se sintió feliz por volver a sentir necesidad de comer. Significaba que todo volvía a su estado óptimo.

La verdad era que la pequeña no dejaba de sorprenderla ni un instante. Sus otros hijos habían tardado más tiempo en atreverse a abandonar la cala. En cambio, ésta nadaba a su alrededor alegremente, rodeando su cuerpo, sumergiéndose bajo ella y realizando infinidad de maniobras y cabriolas.

Entonces decidió que, una vez se hubiese recuperado del todo, probaría cuales eran las capacidades reales de su hija. Al menos, en el océano, porque aún tenían por delante una tres Grandes Revoluciones hasta que llegase el momento de regresar a los vastos espacios del Territorio. La pequeña debía fortalecerse lo suficiente para poder enfrentarse a la maniobra de despegue y el regreso al espacio, donde continuaría su aprendizaje junto a ella durante bastante tiempo más.

Aunque tenía la sospecha de que el aprendizaje también iba a ir dirigido a sí misma...

Desplegó sus agudos sentidos, concentrándose sólo en todo aquello que hubiese a poca distancia, tratando de encontrar fuentes de alimento cercanas. Olfateó depósitos de limo ricos en minerales bajo ellas, a dos Cuerpos de profundidad, unas cuantas fuentes termales repartidas por la zona y varios bancos de minúsculos animalillos superficiales. También sintió la presencia de un enorme campo de nutritivas algas submarinas, más o menos a una Línea a la izquierda de su posición, cerca de la costa. Decidió que bajaría al fondo a absorber minerales, no tanto por ella como por la pequeña. Se sumergió y se posó en el fondo.

Durante un rato estuvo absorbiendo el nutritivo fango mineral cercano a una fuente de agua caliente subterránea. Después, subió hasta la superficie. Abrió la boca y se puso a tragar y expulsar alternativamente grandes cantidades de agua, atrapando en su tracto digestivo millones de aquellas minúsculas criaturas flotantes. Cuando consideró que había asimilado suficiente alimento, volvió a sumergirse.

Acto seguido desplegó el amamantador que tenía en el dorso, en el tercio trasero del cuerpo, y magtinó dulcemente a su hija para que se acercase. Aunque aún no había mucho fluido alimenticio en la reserva del órgano, bastaría mientras se recuperaba de la dura prueba que había soportado. Miró a su alrededor. El agua era pura y cristalina. Los rayos del pequeño sol iluminaban el fondo con gran claridad, creando un fascinante juego de luces y sombras móviles siempre cambiantes. La pequeña se abalanzó alegremente sobre ella y empezó a mamar con fruición, inundándola de placer.

Con la llegada del nuevo día, los bancos de Nadadores se mostraban mucho más activos, creando un bellísimo festival de formas, colores y movimientos. Los campos de algas, de nuevo activos gracias a la luz, empezaban a acumular nutrientes. Valía la pena esperar durante el ciclo nocturno. Vio un pequeño enjambre de minúsculos crustáceos justo delante, apenas los suficientes para llenarse la boca. La abrió de repente y tragó con fuerza. Los animalillos fueron absorbidos y asimilados antes de regurgitar de nuevo el agua.

*

Era la primera vez que veía tantos colores. Estaba fascinada. Había nacido en la relativa oscuridad del final del ciclo nocturno, justo mientras amanecía. Gracias a sus complejos y agudísimos sentidos había experimentado muchas sensaciones estimulantes en su apenas incipiente vida. Pero el festival de luces, colores y contrastes que se extendía ante sus ojos la tenía maravillada. No paraba de nadar en todas direcciones, tratando de fijar en sus retinas todo lo que contemplaba. Si su cerebro hubiese podido colapsarse por lo que veía, ya no le quedaría ni un ápice de memoria, tal era su ansia por escudriñarlo todo hasta en sus más insignificantes detalles. Se sumergía para ver los rayos de luz ondulando a través del agua, o los destellos que éstos arrancaban de las pieles multicolores de los bancos de Nadadores. Estudiaba con atención cada forma, textura o matiz de los fondos marinos iluminados por el diminuto y brillante sol. Trataba de recordar todos los tonos de azules y plateados que había entre la superficie y el fondo, mientras admiraba a todos y cada uno de los variadísimos seres que poblaban aquel cálido mar, una inacabable danza de formas, colores y movimientos. Y los olores!! Miles de aromas distintos, mezclados, cambiantes. La tenían abrumada de emoción.

Desde la superficie se acercaba todo lo posible a la costa, forzando al máximo sus ojos para distinguir hasta el más nimio detalle de las rocas, los bosques y las maravillas de tierra adentro, el único espacio vetado a los de su especie pues eran completamente incapaces de desplazar su peso por el suelo. La curiosidad la devoraba cruelmente. Saber que no podía hacer algo, por mucho que lo deseara, la martirizaba profundamente.

*

Estaban remontando un río muy caudaloso desde su delta, que serpenteaba por una vasta llanura rodeada de bosques. Cada olor, cada sonido y cada textura eran absorbidos por la mente de la pequeña como si quisiese grabarlos a fuego en su memoria. Madre e hija habían tenido que adaptarse al agua del río, en la que perdían flotabilidad a causa de su menor densidad. También estaba más turbia que la del mar, y arrastraba infinidad de objetos en su seno. Millares de seres voladores, de pequeño tamaño y de vivos colores, surcaban el cielo entre los árboles. Algunos incluso se posaron en los extensos lomos de las dos Navegantes. Su madre, de hecho, parecía un islote móvil, dado su tamaño.

Aquellos animales aéreos, de apariencia frágil, emitían una ensordecedora cacofonía de trinos, gritos y gorjeos que llenaba el ambiente. La pequeña se fijó sobretodo en unos grandes y de tonos rojizos que sobrevolaban la perezosa corriente del río con las delicadas extremidades anteriores extendidas e inmóviles. De improviso, las plegaban a ambos lados de su cuerpo y se dejaban caer en picado, sumergiéndose en el agua. A los pocos momentos volvían a aparecer con un Nadador ensartado en su curioso hocico, compuesto por dos estructuras alargadas y puntiagudas, parecidas al colmillo horizontal que ella poseía, pero articuladas y una encima de la otra.

Apenas habían pasado cuatro Ciclos desde que abandonaron la cala. Sabía que aun era extraordinariamente joven. Apenas acababa de nacer. Pero usaba sus sentidos con avidez, tratando de exprimir al máximo su capacidad en el menor tiempo posible. Almacenaba información en su mente como si no fuese a vivir más que otro parpadeo, impulsada por una curiosidad arrolladora. Su madre, que ya se había recuperado casi por completo, prácticamente no podía controlarla. Aunque tampoco daba la impresión de que pusiese mucho empeño en ello. Al contrario, parecía disfrutar de lo lindo viéndola vivir con aquella intensidad.

Siguieron remontando el curso del río durante algo más de un Ciclo, hasta llegar a un lugar del que ya no pudieron pasar. Las dos miraron maravilladas a su alrededor. Se encontraban en la embocadura de un lago alargado, encajonado entre altas paredes de roca tapizadas de vegetación. Centenares de chorros de agua de diferente grosor se despeñaban desde las alturas hasta el lago, creando un agradable y continuo sonido. Pero a lo lejos, en el otro extremo de la extensa masa acuática, y con una altura de unos dos Cuerpos y otros tantos de anchura, el río se precipitaba al vacío en una imponente cascada rodeada de neblina y enmarcada por un arco iris multicolor. Su poderoso rugido, atenuado por la distancia, hacía vibrar el agua alrededor de las dos hembras, sumiéndolas en un hipnótico bienestar. Se hubiesen podido quedar allí para siempre.

*

Un Ciclo en el hermoso lago bastó para que decidiese que mamá ya estaba completamente curada y recuperada. Había comido en abundancia y la encontraba francamente espléndida. Así que decidió que ya era el momento de empezar. Había pasado todo el tiempo transcurrido desde que salieron por primera vez a mar abierto, aguardando impaciente a que su madre se repusiese, magtiendo poco más que sentimientos y emociones básicas. El plácido paseo por el río les había sentado muy bien a las dos. Aquel bello lugar era tan bueno como cualquier otro para empezar a aprender a comunicarse entre ellas. Y estaba impaciente por comenzar.

Por fin había terminado la espera.



miércoles, 2 de mayo de 2012

Capítulo Octavo: PROMESA ROTA


El anciano apoyó las manos en la balaustrada de piedra que decoraba la terraza y que impedía asimismo que nadie cayese desde semejante altura. Aunque todavía se encontraba fuerte y saludable, su avanzada edad empezaba a pasarle factura. Le dolían las articulaciones cada vez con más frecuencia, a pesar del tratamiento diario al que se sometía. Las dosis de energía biocelular ya no conseguían regenerar los maltrechos tejidos de sus tobillos, rodillas y caderas con tanta eficiencia como antes.

Pese a todo, era un hombre imponente. Se mantenía perfectamente erguido, con un porte orgulloso que infundía respeto. A veces, incluso podía resultar algo intimidatorio. Pero él no había ganado el puesto de Gran Maestro del Consejo Planetario gracias al miedo, sino a la confianza; siempre había actuado con justicia y benevolencia. Era un buen hombre y en sus grandes ojos ambarinos brillaba la intensa luz de una viva inteligencia. Una inteligencia colmada de bondad y sabiduría.

Alzó los ojos al cielo suavemente violeta de su mundo. Viráh, el pequeño sol amarillo, empezaba a hundirse tras el horizonte este, incendiando con su viva luz roja, causada por la refracción atmosférica, las aguas esmeralda del poco profundo Golfo de Ferindel. Giró la cabeza y percibió el resplandor añil que subía por el horizonte oeste. Merak, el gran sol azul empezaba a despuntar. La Penumbra no duraría demasiado. Se hallaban en la Estación de la Luz, en la que nunca se hacía completamente de noche en todo el planeta.

El anciano bajó los ojos y se miró las manos. Hacía tanto tiempo... Empezó a caminar. Dirigió sus pasos hacia el interior de la gran Sala del Consejo. Pero en vez de entrar, giró a la izquierda, avanzando por el largo pasillo circular que rodeaba, con sus grandes arcadas ojivales de piedra clara, toda la planta del gran edificio. La iluminación difusa bañaba completamente el corredor de altos techos, complementando la escasa claridad que entraba del exterior. Hasta que Merak no asomase tras las montañas, la luz del día no regresaría en toda su magnitud. Se detuvo ante una puerta de doble hoja de madera exquisitamente labrada. Pasó su mano sobre una piedra ovalada blanca, sin tocarla. La piedra se iluminó. Instantes después, una débil señal sonora anunció que el ascensor había llegado a la planta. Las puertas se abrieron y el anciano entró en la amplia cabina acristalada. Se cerraron las puertas y el hombre sintió cómo el campo amortiguador de inercia creado por el anillo compensador atravesaba su organismo. Dada la tremenda velocidad que adquiría el ascensor tanto en la subida como en el descenso, la amortiguación era necesaria para evitar posibles lesiones en los órganos internos, además de reducir la incomodidad propia de las grandes aceleraciones. El aparato recorría el kilómetro y medio de altura de la Torre de la Liberación en unos tres segundos. La torre se hallaba en el centro de Beranida, la capital de Vian’har.

Al llegar abajo, el anciano salió del ascensor y se encontró en el vasto vestíbulo de treinta plantas de altura del lado sur. La luz tamizada, procedente del exterior y del sistema de iluminación interior, bañaba todos los rincones con una claridad dorada que se reflejaba en suelo, paredes y techos, en esculturas, columnas y fuentes, creando un calidoscopio de colores y centelleos que inundaba los ojos y el cerebro con un torbellino de placenteras sensaciones. Era un espectáculo cautivador, calmo y estimulante a la vez. Justo en el centro, una maravillosa fuente se alzaba unos diez pisos. Coronándola se encontraba la escultura de un hombre erguido, orgulloso, mirando al infinito con actitud resuelta, como un líder. La estatua del vianhio que lideró la rebelión: la de él mismo. Todo el mundo lo sabía… sólo que no era cierto: no era su estatua, sino la de su amigo, la del auténtico héroe. Y él era el único que lo sabía. La efigie se encontraba de pie sobre media esfera que representaba aquel planeta. De la parte baja de la semiesfera brotaba una gran cascada en todas direcciones, que se derramaba entre varias figuras esculpidas a distintas alturas. Representaban personas, animales, naves... Pero había una, medio oculta entre las demás, que era muy curiosa: una máquina extraña con ruedas y una gran cabina en la parte delantera. Ya nadie recordaba qué era aquel aparato.

Nadie excepto él...

El hombre alzó su mirada hacia la figura que coronaba la fuente. Las lágrimas inundaron sus ojos. Eran el producto de una turbadora mezcla de emociones. Tristeza, pérdida, añoranza... pero también admiración, agradecimiento y amistad. Sonrió con complicidad. Volvió a ponerse en movimiento y caminó pausadamente hacia la salida, arrastrando levemente los pies. Aún faltaba una hora para que llegase la nave que traía a la delegación humana. Cuando aterrizasen iría a recibirles en persona, pero ahora necesitaba unos momentos de soledad. Debía poner en orden sus ideas. Muchas cosas habían cambiado desde que hiciese aquella extraña promesa a su amigo en el lecho de muerte. Todos los que le habían conocido ya habían muerto. Sólo quedaba él y se le acababa el tiempo. Cuando sucedió todo tan sólo era un jovenzuelo lleno de energía, pero sin esperanza ni futuro. Era un esclavo, como todo su pueblo. Y entonces, sin que nadie pudiese comprender de dónde vino, llegó él, les descubrió su propia identidad, el honor y el orgullo y les enseñó el significado de la libertad. Después desapareció durante casi una década. Un día, sin más, volvió con compañía. Vivieron de incógnito mucho tiempo. Años después, su viejo amigo le llamó y le arrancó una promesa, tras lo cual expiró en sus brazos. Una promesa y un secreto que había sobrellevado sin más complicaciones durante casi media vida.

Pero, de repente, todo había cambiado de manera inesperada.

Y la promesa, antaño liviana y casi olvidada, se transformó en una losa que cada vez pesaba más sobre sus hombros. Sabía que su vida había entrado en la recta final. Le quedaban, como mucho, diez o quince años. Sabía asimismo que, muerto él, desaparecería el recuerdo. Y no estaba dispuesto a que así fuese. No creía en absoluto que todo lo que vivieron entonces debiese quedar relegado al olvido. Desde luego que no.

Su amigo le había dicho que revelar el secreto de su existencia y de lo que habían hecho juntos podría crear más problemas que beneficios. Que, si su plan funcionaba, conocer la verdad acabaría provocando un grave conflicto. Algunos se creerían acreedores de una elevada deuda y tratarían de arrogarse derechos completamente desproporcionados sobre los demás, en base a esa supuesta deuda. Siempre había sido así a lo largo de su historia. Su amigo creía que la mejor forma de lograr la convivencia sería mantener oculta la verdad de la Liberación a los suyos. Así, manejando la información con habilidad y cautela, tanto unos como otros se considerarían en deuda mutuamente y se evitarían muchos problemas.

Pero, conforme pasaba el tiempo, a medida que conocía más y mejor las variables de aquella insólita ecuación, estaba cada vez más convencido de que su viejo amigo estaba equivocado.

Su resolución era cada vez más firme. Sabía que él le perdonaría. En sus corazones anidaba una amistad tan sólida que trascendió mundos, especies e incluso la muerte misma. El peso de una promesa que jamás debió formularse, de un juramento que nunca debió existir, era tan grande, tan denso, que le asfixiaba. Era una traición a sí mismo, a su amistad y a la deuda impagable que tenían todos con aquel hombre leal y valeroso.

Y no estaba dispuesto a consentir que aquella deuda se perdiese en las tinieblas del olvido.

Miró al cielo con determinación en los ojos. Él lo comprendería, estaba seguro. Las cosas habían cambiado demasiado. La promesa ya no tenía razón de ser. La propia existencia del juramento era un insulto para él.

Se propuso encontrar a una persona capaz de entenderlo en toda su extensión y complejidad. Se lo explicaría todo. Después, en el momento apropiado, lo haría público y todo el mundo conocería la verdad. Si ese momento no llegaba antes de morir, le haría jurar a su discípulo que mantendría viva la verdad hasta el instante preciso… por mucho que tardase en llegar. “¡Vaya!,” pensó de repente. “Estoy planeando crear una orden secreta...”

Sonrió ante la idea. No era tan mala, después de todo. No sería difícil encontrar a alguien a quien pudiese hacer partícipe del legado que aguardaba oculto en su mente, esperando el momento de ser revelado. De hecho, empezaría la búsqueda inmediatamente, tras la reunión con los humanos.

Tomó la decisión en firme, mientras paseaba bajo los grandes árboles del paseo que se extendía a la salida de la Torre de la Liberación. Ya no podía seguir manteniendo la promesa.

Debía liberar aquel peso lacerante de sus cansados hombros.

“Lo siento, amigo mío... Sé que me comprenderás.”

“He de quebrantar mi juramento. Por mí. Por ti. Por todos, tanto los tuyos como los míos.”

“Y gracias, una vez más...”